Xhevdet Bajraj: De Kosovo a México
LA CIUDAD Y OTROS DEMONIOS
Por Manuel Becerra   |    Mayo de 2025
Quizá México fue una patria que tuvo en la infancia y olvidó, pero que comenzó a recordar durante el exilio.
Fue en 1999, debido a la guerra de los Balcanes, que llegó a México. La vida de un extranjero se divide en un antes y un después de México, dice Xhevdet mientras bebemos mezcal y cerveza en la terraza de su casa en la colonia Roma. Están con nosotros Volljak, su esposa, y Nina, una novelista proveniente de Boston. Tiene un sombrero de mariachi. Sé que lo porta de manera genuina. Me lo pasa a mí y yo se lo coloco a Nina como una manera de compartir México.
México no parece su segunda patria. Es más parecido a una patria alterna, una especie de país original que hubiera llegado tarde a su vida. O una patria que quizá tuvo en la infancia y olvidó, pero que comenzó a recordar durante el exilio.
En Kosovo lo reconocen como un poeta importante, algunos festivales son dedicados a él, cierran calles para recibirlo, pero decidió quedarse en México después de un refugio de dos años otorgado por el Parlamento Internacional de Escritores. “Quiero que mis hijos sean mexicanos”. Aunque acá vive al margen, se siente en casa. Su poesía es leída con extrañeza porque es inquietante, pero también porque convierte al lector en un testigo que mira la desgracia del otro sin ponerse en riesgo. Es una poesía notable, por supuesto, de una aparente sencillez que alumbra, que devela. Habla sobre el destierro, el dolor y al mismo tiempo es dueña de una ternura inagotable.
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“Es como si yo fuera un pez de dos riachuelos que fue herido en la guerra de los Balcanes; vine con esa herida a este mar, esa herida sangraba y en este mar puse mi sangre.” Y sus libros confirman la traducción de esa sangre al español. Están llenos de pasajes que atestiguan su vida en este país: Cuatro patrias, El tamaño del dolor o Temporada de las flores tristes (Tezcatlipoca blues).
Jamás hablamos sobre su exilio salvo una noche. Volvíamos de una lectura de poesía e hicimos una parada en la cantina El Centenario. A medida que contaba su historia, fue entrando en una especie de monólogo, el monólogo del exiliado. Comprendí entonces que las consecuencias de esas atrocidades no se curan nunca, es mentira que las sana el tiempo. México intentó devolverle las cosas que había perdido en la guerra. Me contó que los soldados le dispararon a su perro, no para matarlo de inmediato, sino para dejarlo herido y que él presenciara su agonía. Años después, Volljka, su mujer, construyó un refugio sobre su casa, que mantiene hasta la fecha; lo hizo para restaurar la humanidad y ahí cuidar a todos los perros del mundo. Su historia me hacía pensar en el magnífico poema “Musée des Beaux Arts” de W. H. Auden: “Nunca se equivocaron sobre el sufrimiento/ los Viejos Maestros; qué bien entendieron/ su lugar en lo humano […], cómo, mientras los ancianos apasionadamente/ esperan el milagroso alumbramiento, debe siempre haber niños/ patinando en un estanque a la orilla del bosque”.
En la poesía vive el silencio, en ocasiones intraducible, y la manifestación del asombro.
Viajamos juntos varias veces. Fuimos a Saltillo, a Torreón. Nos vimos en Cambridge. “Aquí no me dejan fumar y no conozco a nadie”, me dijo. Durante su lectura en la Grolier Poetry Book Shop leyó en albanés, se hizo la debida traducción simultánea al inglés, y él decidió cerrar cada poema con una lectura en español, aunque nadie entendiera el idioma, salvo su esposa y yo.
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El español fue otro camino para escribir poesía y un vínculo más con México, pero también fue el idioma de la amistad. De pronto iba del albanés, la lengua de Teresa de Calcuta, al español, la lengua de García Lorca, aunque él sabía bien que no hay idiomas para la poesía. En la poesía vive el silencio, en ocasiones intraducible, y la manifestación del asombro, la necesidad para decir aquello que muchas veces se comprende a través de una articulación apenas, de un neologismo, de morfemas, de más silencio. Xhevdet escribía para mantenerse vivo, pero también —me dijo en alguna ocasión— “para no darme un tiro, escribo poesía”.
Max Rojas, otro poeta mexicano, rabioso, inquieto, trabajaba con algo semejante. En su mítico libro El turno del aullante lleva el lenguaje a un estado de “extrañamiento”. Víktor Shklovski, el formalista ruso, hablaba del extrañamiento y la singularidad como algo que describe la aproximación al objeto como si se tratara de la primera vez. Max Rojas hace del lenguaje un vertedero sin fondo, donde es necesario decir lo que no tiene forma aparente (“sé que estoy ladrando a falta de lenguaje”), mediante cualquier recurso literario, giros lingüísticos inesperados, repeticiones riesgosas, hasta llegar al balbuceo, la música o sencillamente el ruido. Por el contrario, Xhevdet se enfoca en “la economía de las fuerzas creadoras”, que trata de “ubicar el máximo pensamiento en un mínimo de palabras”. De las palabras dijo: “Yo las he inventado en albanés: separo palabras o junto un par de ellas. En español todavía no me atrevo”.
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En aquella terraza de la Roma, nadie imaginaba que un año después Xhevdet moriría de cáncer. Todavía nos vimos una vez más, le entregué un libro mío dedicado a él y a Volljka. Con su partida, me sentí por momentos como Honoré, aquel trompetista del cuento de Roger van de Velde: “un animal enfermo que no puede decir dónde le duele”.
Su madre había muerto años atrás y eso le significó una pérdida irreparable. La separación que existió entre ellos debido a la distancia geográfica no importaba, sin ella, Xhevdet se había quedado un poco más solo en el mundo. Me gusta pensar que el poeta volvió con ella cuando partió, a su Kosovo. Algún día su esposa, su otro Kosovo, se reunirá con él. Quizá aquel 22 de junio de 2022 Xhevdet no estaba dejando el mundo: sólo estaba volviendo a Kosovo.
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El poeta MANUEL BECERRA nació en la Ciudad de México (1983) y ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha obtenido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Enrique González Rojo Arthur por Los alumbrados (2008), el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde por Canciones para adolescentes fumando en el claro del bosque (2011), el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa por La escritura de los animales distintos (2014) y recientemente obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2024). Sus poemas han sido traducidos al francés, inglés e italiano.