Edipo rey: de Tebas a la urbe digital
CREACIÓN Y POSVERDAD
Por Daniella Blejer   |    Octubre de 2025
En la guerra virtual por colonizar las mentes no hay pausa ni tregua, sólo persuasión y retórica. Pero los motivos del héroe para saber la verdad rebasan cualquier satisfacción inmediata, pues tienen que ver con la convicción de buscar el bien común.
El mito del héroe trágico Edipo, en la versión de Sófocles, resuena en las aulas de las universidades del siglo XXI como lectura obligada. La obra permite discutir múltiples tensiones: destino versus libre albedrío, responsabilidad versus felicidad, tragedia versus comedia, bien individual versus bien común, derecho o ley humana versus justicia divina u oráculo. También permite profundizar en otros temas como la importancia de conocerse a uno mismo o la relevancia que tiene el mito para el psicoanálisis.
Como todo mito, la transmisión de Edipo rey subsiste porque nos sigue diciendo algo sobre la complejidad humana, y cobra particular sentido en nuestra época por la reflexión que genera en torno a la importancia de la verdad. En la obra de Sófocles, Yocasta, al temer que la verdad que se empieza a develar sea demasiado dolorosa y destructiva, intenta disuadir a Edipo de investigar sobre su origen y su pasado, y en especial sobre la identidad del asesino de Layo. Al discutir en clase y cuestionar la insistencia de Edipo por conocer la verdad, todos los alumnos, desde su mirada moderna, se pronuncian a favor de ello. Coinciden en que conocer la verdad, por difícil que ésta sea —cometer parricidio e incesto—, es mejor que vivir en la mentira.
Para el héroe trágico la verdad es importante, sin embargo, no sólo porque necesite saberla, los motivos son mucho más trascendentes, tienen que ver con la convicción de buscar el bien común. Edipo es el responsable de una nación afectada por la peste y la única forma de salvarla es encontrando al asesino de Layo. El héroe mitológico insiste en la búsqueda de la verdad, aunque ello implique su propio destierro, pues ésta es la única forma de permanencia de la nación.
En este sentido, el estudio y análisis de la literatura, así como de las humanidades en general, sigue siendo, más aún en la era de la posverdad, una de las formas en las que los individuos pueden recuperar el pensamiento crítico, la capacidad de analizar ideas, identificar prejuicios y construir argumentos racionales. Si bien el conocimiento verdadero quizás no nos lleve a la práctica del bien como lo hubiese querido Sócrates, la educación humanista al menos nos impulsa a plantear un horizonte más ético que el ideado por la urbe digital.
Cada época y cada cultura tiene sus propios parámetros para acercarse a la noción de verdad. En la cultura occidental, la punta de lanza es la antigua Grecia, donde se entendía como el desocultamiento del ser o la verdadera naturaleza de las cosas. En el mundo hebreo, la verdad se centraba en la confianza en Dios y sus promesas. Durante la Edad Media, la verdad se asociaba a la revelación divina transmitida por las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia. En la modernidad, la verdad se comprueba a través del uso de la razón y de la ciencia y sus métodos. Para el pensamiento posmoderno, desde que Jean-François Lyotard sembrara la duda sobre la objetividad de los grandes relatos, la verdad no es considerada un concepto absoluto o universal, sino una construcción social, relativa y contextual.
En la actualidad reconocemos que la verdad es un concepto problemático, alude a la correlación entre lo que pensamos —que siempre es subjetivo— y la realidad: todo lo que acontece sin importar si lo percibimos o no. Esta conciencia nos ha permitido sacudir las estructuras que sostienen el patriarcado, el eurocentrismo, el género, el racismo y el colonialismo. Sin embargo, esta revuelta, tan necesaria, ha sido tergiversada para servir a otros intereses.
Los poderes políticos y mediáticos han aprovechado el declive de la confianza en la objetividad para controlar la percepción de la realidad de acuerdo con sus intereses. En este entorno aflora la posverdad, un tiempo marcado por procesos deshonestos y alejados de la objetividad, una era de tecnologías, como internet, que facilitan la obtención de contenido, así como la difusión de mentiras o verdades manipuladas. Plataformas como Facebook, de Mark Zuckerberg, y X, de Elon Musk, han ayudado a que los gobiernos del populismo autoritario suban al poder. Una vez en el poder, los líderes intentan controlar la narrativa desde sus propias plataformas.
En tiempos de la posverdad, cada uno elige la realidad que mejor se amolda a sus preferencias, prejuicios, emociones. El diálogo desaparece para dar lugar a las opiniones, que son más importantes que escuchar lo que el otro tenga que decir.
En el plano social, es común observar en redes el reenvío de noticias falsas creadas desde los medios. La mayoría de las personas reenvía noticias falsas porque la inteligencia artificial dificulta distinguir entre verdad y mentira, o porque la inmediatez de las redes deja poco tiempo para comprobar su veracidad. Otros lo hacen sin ningún sentido de responsabilidad y al ser confrontados responden: “No importa la verdad, lo importante es que podría haber sido cierto”. Una pequeña muestra de cómo los hechos han dejado de ser relevantes. En tiempos de la posverdad, cada uno elige la realidad que mejor se amolda a sus preferencias, prejuicios, emociones. El diálogo desaparece para dar lugar a las opiniones, que son más importantes que escuchar lo que el otro tenga que decir. En la guerra virtual por colonizar las mentes no hay pausa ni tregua, sólo persuasión y retórica.
El declive de la honestidad no sólo se da en el campo político —tan maquiavélico desde Maquiavelo— o en el campo social, sino que a veces se traslada al ámbito académico. En ocasiones, ciertos investigadores y profesores seleccionan algunos datos y esconden otros para sostener una conclusión deseada. Recuerdo un coloquio reciente sobre Roberto Bolaño en el que una investigadora intentaba comprobar que el autor era un misógino en la vida real, así como en sus novelas. Argumentó que en un texto suyo tachaba de escribidoras a Isabel Allende y a Ángeles Mastretta, como cuando a las mujeres se les llamaba poetisas de forma peyorativa en lugar de poetas. El argumento se habría sostenido de no ser porque la investigadora omitió decir que en ese mismo párrafo Bolaño también declaró que Silvina Ocampo es el ejemplo de una gran escritora que marca la diferencia con las escribidoras. Aunque es indispensable sacudir las estructuras del patriarcado, ello debe hacerse desde la honestidad y evitando caer en la tentación de presentar una visión parcial y engañosa de la realidad.
El reto al que nos enfrenta la posverdad —un ámbito donde no concluimos el viaje del héroe, pues gravitamos en la nada— requiere de un doble movimiento: mirar hacia atrás, regresar al origen para proyectar un mejor futuro. Algo que ya advertía Walter Benjamin en la tesis IX de su ensayo Sobre el concepto de la historia —escrito en vísperas de la ocupación alemana de Francia—, en el que emplea la figura del Angelus Novus de Paul Klee como alegoría poética del devenir para señalar la importancia de la mirada al pasado para construir el futuro.
Es preciso volver al origen, indagar en los mitos, pues en ellos el ser humano se debate entre sus pasiones, su conciencia de libertad y deber, y la sensación de un destino inexorable. Es en el mito donde se perfila el nacimiento de la filosofía y surge el logos. El razonamiento lógico y el estudio aristotélico de las falacias aún permite identificar la validez de un argumento para evitar engaños y persuadir de forma honesta y efectiva. Abrevar de los clásicos sigue siendo fundamental en la educación para recordar —como lo hace la tragedia de Sófocles— que una comunidad sólo se sostiene en la verdad.
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La narradora y ensayista DANIELLA BLEJER nació en la Ciudad de México y es doctora en letras por la UNAM. Ha impartido seminarios sobre la cartografía en la literatura y el arte contemporáneos en instituciones como la UNAM y la Universidad Iberoamericana. Es autora de Los juegos de la intermedialidad en la cartografía de Roberto Bolaño y de la novela Antwerpen. Es coeditora y compiladora del volumen Visibilidad e interferencia en las prácticas espaciales. Ha publicado artículos en revistas especializadas como Acta Poética, Revista de Literatura Mexicana y Fractal. Sus cuentos y ensayos aparecen en revistas literarias y culturales como Revista Casa del Tiempo, Replicante, Letralia, Taller Ígitur. Es columnista invitada de Opinión 51 y cofundadora del Colectivo Diletrantes. FB, IG: @daniellablejer