Portada del texto 'Borges feat. Jim Carrey' por Claudia Sánchez Rod
Fotograma tomado de YouTube

Borges feat. Jim Carrey

MEMORAMA

Por Claudia Sánchez Rod   |    Septiembre de 2025

Sin olvido te paralizas; sin memoria te disuelves. Se pierde el recuerdo, mas no la raíz.


El catálogo de obsesiones del ser humano es vasto y fascinante: el tiempo, la muerte, el amor, la inmortalidad, el infinito, el sentido de la existencia, la locura, la oscuridad, por mencionar algunas, son el combustible inagotable de la creación y la belleza, pero también del dolor y la destrucción. La condición humana, le llaman. Y ya que estamos en el terreno de las fijaciones, no puedo desaprovechar la ocasión para hablar de la memoria y el olvido, un tándem (perdonen ustedes la palabreja) que a todos y cada uno de nosotros nos ha inoculado una buena dosis de sustancia vital desde el minuto cero de nuestra existencia.

La memoria es nuestro superpoder (así se les llama hoy a las capacidades excepcionales) para guardar conocimiento, recuperarlo y utilizarlo. Habita en el cerebro, pero también en la sociedad, la cultura y la civilización. Es el delicadísimo repositorio de la experiencia, ahí descansa nuestro pasado y de ahí se alimenta nuestra identidad. Sin memoria nos sería imposible saber quiénes somos, no conseguiríamos comunicarnos entre generaciones, no habríamos podido dar forma a los mitos, las tradiciones ni las formas de vida. La memoria preserva las enseñanzas que el amor, el dolor, la victoria y la derrota han dejado tras de sí: es raíz y, por lo tanto, recuerdo. Pero ¿en qué momento la memoria se convierte en una obsesión? Según mi baraja de tarot, mi I Ching y mi rueda calendárica, el momento preciso se da cuando el olvido pone la punta del pie en el escenario.

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Imagen: I. Martin

El olvido es un superpoder, digamos, ambivalente, puede ser la sanación o la herida, la tregua o la amenaza, el perdón o la condena. El olvido puede traducirse en silencio, pero no en vacío. Es la ausencia, la eliminación o la pérdida del recuerdo, mas no de la raíz. Puede ser involuntario o intencional, individual o colectivo. A veces es el único antídoto eficaz para seguir adelante, soltar dolores y borrar cicatrices. Pero también es la trampa que nos devuelve al error alguna vez superado.

Ahora bien, para ir un poco más a fondo de este “yin-yang”, propongo acudir a dos figuras mainstream de la cultura: Irineo Funes (personaje de Borges)1 y Joel Barish (Jim Carrey en la peli Eterno resplandor de una mente sin recuerdos)2, 3 figuras epítome de estas dos fuerzas opuestas y complementarias: la memoria y el olvido.

Recordemos que Irineo Funes era un joven originario de Fray Bentos, hijo de la planchadora del pueblo, que desde siempre había mostrado ciertos rasgos de una memoria particularmente sobresaliente, pero que, a partir de un accidente con un caballo, esa facultad se vuelve sobrehumana. Cuando Irineo Funes cae en cuenta de su nueva condición, se siente, en principio, afortunado. Aprende a hablar inglés, francés, portugués y latín en cuestión de horas y lee en un solo día la Naturalis historia, de Plinio. Incluso hay quien lo describe como “un Zarathustra cimarrón y vernáculo” (Borges siendo Borges). A consecuencia de su accidente, Irineo Funes queda postrado en su catre, pero eso sólo le significa un precio menor que pagar.

“Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho”.

No obstante, a medida que los días transcurren, Irineo Funes va descendiendo por una espiral silenciosa a la inesperada prisión de su vertiginosa memoria. No puede pensar, porque todas sus capacidades intelectuales están concentradas en recordar y, por lo tanto, le es imposible reflexionar, aunque, desde luego, él no puede darse cuenta. Para la reflexión, es necesaria la abstracción y por consiguiente el olvido. Irineo Funes ha perdido la facultad de olvidar y, con ello, ha quedado atrapado en un presente inagotable que no deja sitio al pasado ni al futuro. Noche a noche, vuelve a vivir los detalles del día con las mismas imágenes y el mismo peso sensorial. Su memoria no puede descartar ni el más nimio de los detalles, con lo cual, se vuelve más bien un despliegue total del mundo material en su mente. Su universo se torna anecdótico, sin posibilidad de síntesis ni comprensión global.

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Fotograma tomado de YouTube

En cuanto a Joel Barish, su historia nos confronta con una pregunta esencial: ¿qué queda de nosotros sin la memoria de lo vivido? El protagonista de Eterno resplandor está decidido a borrar de su mente todos los recuerdos que tiene de Clementine (Kate Winslet), su exnovia, con el fin de no sufrir más por su ausencia. Para ello, recurre a los servicios de Lacuna, una clínica donde los técnicos elaboran un “mapa cerebral” con los objetos (notas, fotos, regalos, prendas) que construyeron la historia amorosa en cuestión; partiendo de este mapa, el médico procede a identificar y eliminar todo vestigio dejado por la persona alguna vez amada: el olvido como un contraveneno para conjurar el dolor. Al principio, Joel Barish está satisfecho con la decisión que ha tomado, pero las cosas no resultan tan sencillas. Durante el procedimiento, inicia un viaje a lo más abisal de su subconsciente e inesperadamente descubre que el dolor no es la única sustancia de sus recuerdos, hay también aprendizaje, gozo, emoción, raíz e identidad personal. De alguna manera, Joel Barish cae en la cuenta de que, al destruir el recuerdo de Clementine, destruirá una parte de sí mismo y es entonces que se arrepiente. A continuación, emprende una carrera desesperada por el laberinto de su memoria para impedir que el olvido se apropie de su pasado. El escenario se vuelve puramente onírico e intrincado, esto permite a Joel Barish esconder a Clementine en lugares de la memoria donde nunca estuvo, la infancia, por ejemplo, y así evitar que su huella se desvanezca. Eterno resplandor se centra en los recuerdos de Joel Barish y su lucha por resguardarlos del olvido, en pleno proceso de eliminación, realizado por el equipo de Lacuna.

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Fotograma tomado de YouTube

La memoria y el olvido son consustanciales a la condición humana. Somos el resultado de nuestros recuerdos, sin memoria no hay identidad. Las experiencias, los conocimientos, las personas que han pasado por nuestra vida trazan el mapa íntimo que nos sitúa en lo que somos, nos indica de dónde venimos y hacia dónde vamos. No obstante, el olvido es igualmente necesario para guardar el delicado equilibrio de la existencia. Recordarlo todo nos condenaría al caos de las percepciones infinitas y a la incapacidad del pensamiento, justo como a Irineo Funes. El olvido, por su parte, nos permite la ligereza: continuar el viaje sin el peso absoluto de cada instante vivido. Es una forma de sanar y una posibilidad de reconstruirnos frente al derrumbe del sufrimiento, pero no es, ni mucho menos, un antídoto infalible, también puede ser un veneno, pregúntenle a Joel Barish. La memoria sin olvido paraliza; el olvido sin memoria disuelve; no son procesos opuestos sino complementarios. Necesitamos de la memoria hasta donde nos permita recordar lo esencial para vivir con conciencia. Y necesitamos del olvido hasta donde nos permita liberarnos de lo irrelevante o lo destructivo.

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Imagen: collage con fotografía tomada de musicarrillo.com y fotograma tomado de YouTube.

Irineo Funes y Joel Barish son caras de una misma moneda, yo creo que todos hemos sido uno u otro durante alguna madrugada larga, las obsesiones siempre están ahí, listas para lanzar sus redes al mar del insomnio. Tenemos más cosas en común con ellos de las que imaginamos. Y antes de despedirme, les dejo un dato random (así se le dice hoy a todo lo que ocurre en el carril lateral de la vida): todos sabemos que la novia de Joel Barish se llamaba Clementine, pero pocos recordamos que la madre de Irineo Funes se llamaba Clementina (les advertí que era random), y para que perdonen mi simpleza, les dejo también esta rolita que escuché mil veces mientras la pandemia, se llama I whish my name was Clementine.

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Fotograma tomado de YouTube


1 Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”, en Ficciones, Madrid, Alianza Editorial, 1944, pp. 123-136. [flecha]

2 Michael Gondry (dir.), Eternal Sunshine of the Spotless Mind [película], Focus Features, Anonymous Content y This Is That Productions, 2004. [flecha]

3 El título original, “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”, fue tomado del poema “Eloisa to Abelard”, de Alexander Pope, publicado en 1717. [flecha]







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Foto: David Quintero

Narradora y traductora, CLAUDIA SÁNCHEZ ROD ha publicado Ratones knockout, La marta negra, Me dejaste puro animal inexistente y antologías de poesía y cuento; ha obtenido el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano y el Premio Iberoamericano de Cuento Ventosa-Arrufat / Fundación Elena Poniatowska Amor. Colaboró en la revista argentina Lamás Médula, el Periódico de Poesía de la UNAM y otras publicaciones en España y EU. Coedita la revista Biblioteca de México: De Ciudadela a Vasconcelos.