Portada del texto 'Romper el mar helado dentro de nosotros' por Betty Bitter Bow
Ofelia, de John Everett Millais, 1851-52. Imagen: Google Arts & Culture/Wikimedia Commons/Sailko

Romper el mar helado

dentro de nosotros

MEMORAMA

Por Betty Bitter Bow   |    Septiembre de 2025

Desde ese limbo entre la vida y la nada, la memoria se revela como el último refugio de la conciencia, el único espacio donde el ser humano puede reconciliarse con su pasado.


“Creo que deberíamos leer sólo el tipo de libros que nos hieren y nos apuñalan. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿para qué lo leemos?”, eso dijo Franz Kafka y yo no sé si tenga razón, pero sé que La amortajada (1938), de la escritora chilena María Luisa Bombal, cumple con todo ese belicismo poético exigido por nuestro Franz. Se trata de una nouvelle con una potencia literaria insólita, que la autora publicó en Buenos Aires cuando tenía apenas 27 años (La última niebla [otro misil balístico] la publicó a los 23).

Una obra adscrita al superrealismo, La amortajada es en esencia la exploración del universo interior de Ana María, la protagonista, a través del recuerdo. Ella recién ha muerto y yace en su lecho, pero al caer la noche sus ojos se entreabren, si bien ya no pertenece al mundo de los vivos, tampoco se ha ido del todo, ha quedado en una especie de limbo desde donde puede ver a toda la gente que se presenta a despedirla por última vez. Se inicia entonces un recorrido por la memoria personal en el que el lector, a través del monólogo de Ana María, va armando el rompecabezas de una vida llena de soledad, deseos insatisfechos, anhelos rotos y desamores, pero, al mismo tiempo, llena de una belleza anómala y una pasión inagotable. Los tiempos narrativos y las voces van dando forma a un fascinante caleidoscopio en el que las imágenes se forman a través de elementos como el color, el fuego, la lluvia, el viento o el cielo mezclados con un amplio inventario de emociones que van abriendo un camino simbólico de transición de la vida hacia la muerte.

“A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía.”

Ricardo, su primer y más doloroso amor, es quien llega primero a verla luego de muchos años de haberse ido lejos. También está Antonio, su esposo, y Fernando, su amigo. Y estas relaciones fundamentales en la vida de la protagonista son ocasión para que Bombal construya un testimonio psicológico de afectos y rencores que fluye desde el inconsciente y otorga a los recuerdos de Ana María un sentido distinto frente a sí misma. Su padre, sus hijos, su hermana están ahí y ella les va dando forma y peso mediante la evocación del pasado en común. Hay, sin embargo, un único personaje cuya historia no es reconstruida porque no está presente en el velorio; se trata de María Griselda, su nuera, a quien su hijo tiene recluida en un lejano fundo porque no tolera que nadie sino él admire su belleza. Ana María, en un arranque de compasión va a buscarla:

“Secuestrada, melancólica, así te veo, mi dulce nuera… María Griselda, sólo yo he podido quererte. Porque yo y nadie más, logró perdonarte tanta y tan inverosímil belleza… Ahora soplo la lámpara. No tengas miedo, deseo acariciarte el hombro al pasar. ¿Por qué has saltado de tu asiento? No tiembles así, me voy, María Griselda, me voy.”

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Imagen: Perlinator Unsplash

Dicho sea de paso, el universo femenino de esta novela siempre está en una silenciosa y fiera colisión con el masculino. María Griselda es un personaje singular porque es en ella en quien Ana María creará por última vez un recuerdo en este mundo: ese roce en el hombro, esa presencia incorpórea que, sin estar, está.

En La amortajada, la memoria no es un simple repaso de lo sucedido, es una reelaboración filosófica de la vida, un viaje al pasado en el que se confieren significados nuevos a los hechos, las personas y los lugares.

Al ojear su mundo por última vez, ahora desde la muerte, Ana María adquiere una perspectiva distinta. Sus recuerdos emergen no en una secuencia lineal, sino en fragmentos cargados de poderoso significado: la pasión febril por Ricardo, su amante de la adolescencia; el amor a medias de Antonio, su marido; la escasa ternura de sus hijos. Cada recuerdo revela los resquicios de una historia que, en su momento, no tuvieron la luz suficiente para ser comprendidos más allá de la emoción inmediata y que se tradujeron en la incapacidad de vivir a plenitud, la continua sensación de soledad, el deseo nunca satisfecho. No obstante, en esta revisión ulterior, la memoria se torna un bálsamo curativo que resignifica la experiencia de haber sido (no madre, no hija, no esposa, tan sólo haber sido, lisa y llanamente); este silencioso periplo ayuda a Ana María a comprender lo que fue, a aceptar lo que no pudo ser y a reinterpretar la vida —y la muerte— de manera más sabia antes de disolverse en el olvido de los siglos.

“¡Oh, Alicia, tal vez yo no tenga alma! Deben tener alma los que la sienten dentro de sí bullir y reclamar. Tal vez sean los hombres como las plantas; no todas están llamadas a retoñar y las hay en las arenas que viven sin sed de agua porque carecen de hambrientas raíces. Y puede, puede así, que las muertes no sean todas iguales. Puede que hasta después de la muerte todos sigamos distintos caminos.”

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Imagen: Perlinator Unsplash

La memoria es más que una hemeroteca personal, es un instrumento con el cual se reconstruye el sentido. Ana María se reapropia de su historia y con ello se comprende a sí misma, acaso con cierta benevolencia, más allá de los roles impuestos, las decisiones tomadas, los momentos definitorios. Desde ese limbo entre la vida y la nada, la memoria se revela como el último refugio de la conciencia, el único espacio donde el ser humano puede reconciliarse con su pasado y morir en paz. En La amortajada, recordar es más que traer al presente lo que ha ocurrido, es reconstrucción y reconocimiento de quienes fuimos realmente.

La memoria salta de un momento a otro sin cronología, porque es una facultad inherentemente selectiva, no lo conserva todo, sólo aquello que nos constituye y nos revela.

Ana María ha perdido la vida, pero no la memoria; no puede moverse ni hablar, pero puede dar, por fin, con el sentido de su paso por este mundo: la memoria como el último acto de conciencia antes de desleírse en el silencio definitivo.

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Imagen: Perlinator Unsplash






Cuentista y periodista cultural, BETTY BITTER BOW es jefa de Redacción en la revista Biblioteca de México: De Ciudadela a Vasconcelos.