Cartografía sonidera:
una memoria en construcción
MEMORAMA
Por Mario Aguilar   |    Septiembre de 2025
“¡Va dedicado para la gente que gusta de la música sabrosa, vamos a bailar con ritmo y sabor! Esto es Mix Pedro Perea: La Conga. ¡¿Cómo dice?! ¡Vamos a bailar todo el mundo! ¡Escúchalo!”
Llevo ya un round clavado en el ambiente sonidero. La cultura sonidera es un fenómeno cultural y social que surgió a finales de la década de 1950 en los barrios populares de la Ciudad de México, un movimiento sociocultural, musical y performático que se expresa por medio de bailes multitudinarios en el espacio público. Mi afición empezó por los temas musicales que me resultaba novedoso escuchar: descargas peruanas o cumbias que en realidad son danzas tradicionales de Ecuador, gaitas colombianas o salsas venezolanas que sólo escuchaba en los bailes. No era fácil dar con el autor, porque las canciones tenían nombres como Ráscate la nalga,1 Los Borrachitos,2 Salsa de las campanitas,3 Ánimas de Tepito,4 por nombrar algunas. El tema se adjudicaba al sonidero que la daba a conocer, y este cuidaba su exclusividad, era música importada de algún rincón de Latinoamérica como Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela, Cuba o de donde viniera el disco de vinilo: “Ese tema es del Arcoíris”, “El éxito del Maracaibo”.
El gusto por la música me llevó a agarrale sabor a la locución de varios sonidos como el Pancho, ahora Sonido Berraco, o a la voz imponente del Sonorámico. Cuando empecé a asistir a los bailes, por el 2007 más o menos, ya era un movimiento consolidado. El ambiente de masas, festivo y bravo, me encantaba, cada año iba a los bailes de la Merced. En cada pasillo, calle y avenida que rodea el mercado —el más grande de la ciudad— había sonidos grandes y chicos, era una fiestota. Pero por esa misma época, los bailes comenzaron a prohibirse, existía un marcado estigma hacia la comunidad que asistía. También la fiesta de la Meche desapareció con el argumento de que en esos eventos se generaban “actos de violencia”; había que solicitar permisos o sobornar a las autoridades para realizar un baile. Por estas razones los sonideros comenzaron a organizarse y exigir la regulación para el uso del espacio público y el libre ejercicio de su cultura.
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Después de años de organización y trabajo por parte de la propia comunidad, en 2023 la Gaceta Oficial de la Federación declaró a la “Cultura Sonidera” como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Ciudad de México. Este documento tiene como finalidad establecer la responsabilidad de preservar la expresión y generar un plan de salvaguarda. Así, a partir de esta declaración, el gobierno capitalino comenzó a realizar acciones enfocadas en que la comunidad pueda seguir practicando su expresión, como mesas de diálogo, encuentros y bailes sonideros en distintos espacios culturales y recintos, como en el Zócalo capitalino.
“Yo lo único que digo, es que no se le olvide de dónde salió, porque el barrio es el barrio, y eso nadie nos lo va cambiar. Que nunca pierda la humildad. ¡Ahí le va, Raúl López Sonoráaaamico!”
Pareciera que la cultura hegemónica es la que promulga el patrimonio, aprecia, comprende y cuida. “Entrar en las listas de la UNESCO supone tanto un sello de calidad, legible y compartido globalmente, como una distinción que permite competir por los circuitos mercantiles y los mapas de la excelencia turística.”5
Aunque la declaratoria es cuestionable, hay un logro en el reconocimiento de la diversidad cultural y los derechos culturales y patrimoniales, pues la comunidad sonidera trabajó por años en el proceso de su salvaguarda. Antes de la declaración, siempre estuvo presente el valor, el aprecio y la consciencia de las y los sonideros por su cultura, es una memoria viva que se construye y documenta con sus propios medios y formas: como los sonideros o coleccionistas que cuentan con un archivo de audio, fotografía, video y gráfica;6 los eventos que realiza la comunidad para rendir homenajes y otorgar reconocimientos por labor destacada, o los casetes, cedés y videos que se grabaron en vivo para la venta. Con el internet surgieron varias páginas con contenido sonidero. En las redes sociales hay canales que se ocupan de publicar programas de radio, subir los bailes o hacer videoentrevistas del quehacer, la historia y el movimiento; hay perfiles dedicados a subir propagandas, fotos, tarjetas y memorabilia; productoras que conservan publicidad, carteles, calendarios, pósteres. También existen varias publicaciones que fueron periódicas, como las revistas Expresión Sonidera, El Club del Son Sonero, Sonidera de Corazón, La Rakona, Espacio Musical, Noche Caliente, SonoMundo, Revista Sonidos y el Directorio Sonidero, entre otras. Se han realizado diversos documentales en video, tanto institucionales como independientes y de la propia comunidad, en los cuales se explica parte de la historia. En 2012 surge el primer libro al respecto: Sonideros en las aceras, véngase a la gozadera, de Mariana Delgado y Marco Ramírez Cornejo, una compilación de ensayos donde se expone y cuestiona los derechos y las políticas culturales, la fiesta, el baile, la organización, la economía, el patrimonio, la calle, entre otros aspectos. Algunos libros más que documentan el fenómeno son Textos sonideros (1999-2019), crónicas de Pedro Sánchez, y Pasos sonideros, de Jesús Cruz Villegas.
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Hace algún tiempo traté de averiguar cuántos sonideros había en la ciudad y descubrí que no tenía forma de documentarlo, a menos que consiguiera un presupuesto como el del INEGI, eso o tener buena imaginación, pues se considera que existen alrededor de 60 mil sonidos en México. The Sonic Map es un mapa digital diseñado para agregar equipos de sistemas de sonido y otras tecnologías sónicas de calle de todo el mundo; fue creado por Sonic Street Technologies, un proyecto de Reino Unido enfocado en examinar el papel y el valor de los usos de las tecnologías de música grabada, desde la perspectiva subalterna y en el Sur Global. Su mapa cuenta con un registro de 1,077 equipos de sonido a nivel mundial y en él se consigna la ubicación y los datos del equipo de audio: picoteros, sonideros, radiolas, soundsystems de reggae, etc. De esa cifra, 164 son sonideros de México y Estados Unidos, lo que significa que su registro alcanza 0.27 %, si nos basamos en el número supuesto de 60 mil equipos de sonido.
“Vamos a bailar con la mamá de los pollitos, mira nomás qué bonito… Oye, Ramón, ponme una canción chingona de La Matancera para que vean que los de Tepito sí sabemos bailar.”
En un baile conocí a Víctor Zárate El Amarillo, un gran coleccionista de tarjetas, carteles y propagandas. Quedé maravillado cuando descubrí que tenía una colección hemerográfica sonidera. Gracias a él supe de una publicación que recopilaba, igual que The Sonic Map, el trabajo de los sonideros de todo México y Estados Unidos.
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El creador de este directorio fue Marcos Arellanes, un periodista, fotógrafo e impulsor del movimiento, que conocía profundamente a los sonidos, pues desde 1975 comenzó su labor de registro, y luego, en 1996 creó un espacio de comunicación: la Revista Sonidos. Esta publicación estaba conformada por reportajes, entrevistas, fotografías, anécdotas, publicidad y pasatiempos (sopa de letras con sonideros). Sus entrevistas y semblanzas eran breves, exponían las historias de muchos sonideros, desde los poco conocidos hasta los de renombre, dándoles espacio a todos. Su modelo de negocio consistía en vender espacios a color o publicidad, mientras metía los datos de la comunidad sonidera de forma gratuita, de esa manera contaba con información directa de todos los rincones del país y Estados Unidos. En 1999 creó el Directorio, una publicación anual de estructura similar a la de la Sección Amarilla, pero con los datos de los sonidos, como su dirección y teléfono. Este último trabajo es muy importante, porque con medios limitados, pero con un gran apoyo de la comunidad, se logró crear un mapeo donde se registraban más de 4,500 sonidos.
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En su libro Pensar/Clasificar, Georges Perec dice que “En toda enumeración hay dos tentaciones contradictorias: la primera consiste en el afán de incluirlo TODO; la segunda, en el de olvidar algo; la primera querría cerrar definitivamente la cuestión; la segunda, dejarla abierta; entre lo exhaustivo y lo inconcluso, la enumeración parece, antes de todo pensamiento (y de toda clasificación), la marca misma de esta necesidad de nombrar y de reunir sin la cual el mundo (la vida) carecería de referencias para nosotros”.
Mientras hojeaba el Directorio, Sonido Sensación Máster, de Xochimilco, me dijo: “Ahí salgo, pero, uh, ese teléfono ya ni lo tengo desde hace mucho”. Hay sonidos que desaparecieron, así que, para muchos, esta revista y su directorio son un referente, pueden rememorar la foto de sus inicios, su semblanza y su historia. Es imposible y contradictorio concentrar la historia de los sonidos, porque es una historia viva y en cambio constante. Marcos Arellanes trabajó por más de una década tratando de construir esa memoria colectiva y logró historiar y anclar muchos datos de los sonideros. En una página de su publicación escribió: “Un verdadero sonido es aquel que crea, explora, cuestiona, propone, sorprende, comunica, investiga, une. Ser sonidero es una expresión de espíritu”. Año con año, el Directorio se actualizó y se amplió, tratando de incluir a más sonideros. Sin embargo, con la llegada del internet la revista se mudó a una página web y después a las redes, las publicaciones impresas fueron perdiendo terreno hasta volverse sólo un coleccionable. Arellanes Meixueiro falleció en 2018, dejó memoria de cientos de sonidos en su publicación, tan valiosa como hilarante, porque en una sopa de letras uno puede encontrar más que un recuerdo.
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Escuchar esta música me hace caer en cuenta de que, indirectamente, crecí con este movimiento, mi gusto musical fue formado por cientos de historias de los sonidos. La ciudad está llena de esa memoria, como si entre la música se susurraran recuerdos. Nombrar la memoria es uno de los actos para salvaguardar nuestra identidad, y su legitimidad está en la historia sonidera que se sigue forjando.
“¡Vamos a seguir disfrutando con un tema que se volvió un éxito al pasar de los años, aquí con el Sonido Berraco. Una grabación que es para bailar, una guarachita rica, dedicada para toda la gente bonita que gusta de la música de los sonidos, este tema que están pidiendo desde hace rato. Ahí vaaaaaa!”
1 "Ráscate la nalga" ("José Dager", de Orquesta Montería Swing).
2 "Los Borrachitos" ("La Borrachita", de Polibio Mayorga).
3 "Salsa de las campanitas" ("Ya no te quiero", de Orquesta La Fanática).
4 "Ánimas de Tepito" ("Cumbia de oriente", de La Raza Rebelde).
5 Beatriz Santamarina y Camila del Mármol, “‘Para algo que era nuestro... ahora es de toda la humanidad’: El Patrimonio Mundial como expresión de conflictos”, Chungará (Arica), 52(1), 2020, pp. 161-173.
6 Video documentado por Arturo Heras: Sonido Latin Fania, del 2º Aniversario de Sonido Palacio Tropical, con La Changa y Candela (junio, 1987), https://www.youtube.com/watch?v=W_7aoqXc8TY.
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Todos los créditos de las fotografías son de Mario Aguilar.
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El artista multidisciplinario MARIO AGUILAR nació en la Ciudad de México (1987). Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la FES Acatlán, UNAM. Trabaja en gestión cultural, producción e investigación sonora. También escribe cuento y minificción, ha publicado en las antologías El fulgor de la estrella negra, La ciudad en el tiempo y Terrotic.