Portada del texto 'IA: la ruleta rusa de los lectores' por  Ximena Monterrosas
Foto: Skycinema

La ruleta rusa de los lectores

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Redimensionar el imaginario

Por Ximena Monterrosas   |    Marzo de 2025

No todo tiene que ser completamente blanco o negro: hay un espacio de conversación en el tema de utilizar o no inteligencia artificial en las traducciones literarias.


A mediados de septiembre de 2024, Tradutwitter despertó con una noticia polémica: Brian Murray, presidente de HarperCollins, una editorial americo-británica, afirmó que empezarían a utilizar IA en la traducción de sus libros. Aclaró que este recurso se emplearía sólo en aquellos escritos por autores con un “mercado demasiado pequeño”, pero que seguirían recurriendo a traductores humanos para los “mejores autores literarios”.1 Esto claramente provocó disgusto tanto entre la comunidad traductora como en la lectora, pues ¿qué calidad de traducciones llegaría al público?

La traducción realizada íntegra o parcialmente por herramientas tecnológicas no es algo nuevo. Empresas de talla internacional han optado por acercarse a la traducción automática, que no es necesariamente inteligencia artificial, para satisfacer sus necesidades comunicativas en otros idiomas. Es común que nos encontremos en la web con páginas cuyos menús de navegación no tienen sentido porque el traductor de Google los tradujo de manera literal. Incluso puede ser que hayamos visto alguna serie en nuestra plataforma de streaming de confianza con subtítulos que no concuerdan con lo que vemos en pantalla. Estos ejemplos ilustran algunas de las tantas maneras en las que hemos estado consumiendo productos traducidos por IA, sin saberlo, en los últimos años.

No obstante, la traducción literaria había sido un espacio sagrado. Las editoriales y los lectores siempre han reconocido la importancia de los traductores humanos en el proceso de importación de literatura. Si bien la labor traductora apenas está saliendo de la invisibilidad, hay traductores famosos que se han ganado el reconocimiento de los lectores gracias a la gran calidad de su trabajo. Eso quiere decir que hay personas que se decantan por una edición u otra dependiendo de quién la haya traducido. El nombre en los créditos de traducción le daba al lector la seguridad de poseer un texto que había sido trabajado con dedicación y cariño.

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Foto: Iakov Filimonov

Traducir literatura no es fácil. Cada texto plantea un reto diferente, ya sea por su tipología: un traductor no ataca con el mismo arsenal un poema que un ensayo; o por su contenido: la documentación no es la misma para traducir un libro de ficción histórica que para uno de fantasía. Además, como en cualquier otro tipo de traducción, se debe pensar en el público que va a leer la obra en cuestión, en su nacionalidad, edad, cultura, manera de hablar, entre otras características. Son tantas las variables a tomar en consideración que surgen dudas como ¿todos entenderán esta palabra? ¿Qué imagen evoca esta frase? ¿Le estoy siendo fiel al estilo de esta autora? Definitivamente, los traductores literarios siempre tenemos más preguntas que respuestas. Sin embargo, hemos aprendido a apoyarnos en nuestra arma más poderosa: la creatividad. Más que arma, es compañera de guerra, soporte emocional y luz al final del túnel. La creatividad ha llevado a que los traductores traduzcan no sólo palabras, sino también sentimientos, historias y mundos.

La IA sigue sin ser nuestro médico de cabecera, al contrario, es más bien ese integrante de equipo al que se le dan las tareas más fáciles para que no arruine el proyecto.

La complejidad de la traducción literaria es una de las razones por las que la llegada de la inteligencia artificial a este ámbito ha sido motivo de debates. Claramente, la postura depende de quién tenga la palabra: la IA es el supuesto salvador económico de las editoriales, el enemigo natural del traductor y la ruleta rusa de los lectores. La relación entre la IA y estos tres diferentes agentes en la cadena de producción literaria parece polarizar las opiniones que giran en torno al uso de esta herramienta. No obstante, existe una tercera opción. No todo tiene que ser completamente blanco o negro: hay un espacio de conversación en el tema de utilizar o no inteligencia artificial en las traducciones.

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Foto: Bric Anderson

Para empezar, hay que establecer qué consideramos los traductores como herramientas de inteligencia artificial. Por un lado, están los traductores automáticos como el traductor de Google o Deepl; por el otro, tenemos las herramientas como ChatGPT o Gemini, que no fueron hechas, en principio, con el propósito de realizar traducciones. Los primeros funcionan gracias a un sistema de modelos de lengua, como reglas gramaticales, sistemas estadísticos que rescatan las traducciones más usadas para ciertas frases, y traducción neuronal, la cual aprende de las traducciones y correcciones hechas por los usuarios. Las segundas, por su parte, tienen la ventaja de poder acceder a prácticamente cualquier rincón del internet para buscar concordancias de traducción. A pesar de que estas herramientas luzcan llamativas para las traducciones, la realidad es muy diferente: no están diseñadas para traducir las estructuras narrativas tan complejas de la literatura. Entre sus defectos está el hecho de que muy pocas veces entenderán el contexto de la historia, tendrán errores de concordancia de persona, número y género, no respetarán convenciones ortográficas de las lenguas. Por si fuera poco, también hay que ser precavidos: la información que se introduzca en las inteligencias artificiales es, muy probablemente, usada para su entrenamiento, o “mejora”, como menciona Google en su sección de preguntas frecuentes sobre Gemini.2 Muchas de las veces, no hay consentimiento para esta práctica, pues bien, o no se le mencionó al autor desde un principio, o no se tenía conocimiento sobre lo que implica interactuar con las IA. Como resultado, se están violando algunas de las cláusulas establecidas en los contratos de los autores, por lo que hay que tener mucha cautela.

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Foto: 9nong

Aun así, debido al supuesto ahorro económico que representa utilizar inteligencia artificial en las traducciones, las editoriales eligen ese camino. Sin embargo, dado que estos asistentes de IA cometen más errores, se nos contacta a los traductores para realizar un servicio de post-edición. Como su nombre lo indica, se trata de revisar a detalle la traducción hecha por el traductor en línea y corregir los imperfectos. A pesar de que pareciera un trabajo fácil, es todo lo contrario. Post-editar implica estar atento a errores de sentido, traducciones literales, cambios de registro, etc. Esto lo vuelve un servicio más tedioso y complicado para el traductor, quien, desde luego, preferiría que le hubieran encargado traducir todo desde un principio para que la primera versión estuviera mejor hecha.

Las editoriales juegan con fuego, los traductores pueden ser ingenuos, las innovaciones avanzan a pasos agigantados y las herramientas también tienen sus limitaciones.

Al parecer, los traductores le hemos declarado la guerra a la IA, pero ese no es el caso. A nosotros también nos ahorra algo de tiempo, sobre todo cuando se trata de pasajes muy transparentes en cuanto a significado. Puede ser que, si el tiempo nos apremia, utilicemos este recurso para canalizar toda nuestra energía en buscar soluciones a juegos de palabras, encontrar el significado adecuado a terminología complicada, o simplemente escribir la mejor frase para el libro que estamos trabajando. Sin embargo, sigue sin ser nuestro médico de cabecera, al contrario, es más bien ese integrante de equipo al que se le dan las tareas más fáciles para que no arruine el proyecto. Por lo tanto, sí, los traductores sí utilizamos IA, pero como herramienta, no como solución.

Hay situaciones en las que la traducción automática hecha por inteligencia artificial es más conveniente, pero dentro de la esfera literaria, ese definitivamente no es el caso, o al menos no lo es para la obra en su totalidad. La literatura es literatura porque una persona de carne y hueso está detrás de la obra. No podemos esperar que esa esencia humana original esté ahí si le pedimos a una computadora que haga la traducción. La sensibilidad y experiencia humana hace que cada palabra se elija con detenimiento. El trabajo del traductor no solamente es cambiar de códigos lingüísticos, sino que en sus manos está la tarea de trasladar culturas, temporalidades e ideas distintas. Hay tantas variables dentro del contexto de una obra literaria, que es imposible que las inteligencias artificiales las conserven todas y ofrezcan una traducción de la misma calidad que una hecha desde el principio por un traductor humano.

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Foto: Sebastián Duda

El problema no es utilizar IA en las traducciones, sino que la IA sea la autora de estas. Las editoriales juegan con fuego al pensar que la inteligencia artificial es capaz de lograr la misma calidad de trabajo que una persona. Al mismo tiempo, los traductores somos ingenuos si creemos que la industria se mantendrá libre de esta tecnología. Las innovaciones avanzan a pasos tan agigantados que es imposible frenar su impulso. Por lo tanto, al igual que con cualquier otro tipo de tecnología invasora e impredecible que haya llegado a nuestras manos, lo mejor es que, tanto traductores como editoriales, nos eduquemos en cuanto al uso y limitaciones que tienen estas herramientas para que jueguen con nosotros y no en nuestra contra.

1 J. Barranco Madrid, “Brian Murray, presidente de HarperCollins: «No creo que los humanos quieran leer historias generadas por máquinas»”, La Vanguardia, 19 de septiembre de 2024, https://www.lavanguardia.com/cultura/20240919/9951537/bria-murray-harpercollins-editorial-inteligencia-artificial-tiktok-audiolibros.html [flecha]

2 Google, ‎Qué puede hacer Gemini y otras preguntas frecuentes, Gemini, s. f., recuperado el 29 de noviembre de 2024, de https://gemini.google.com/faq [flecha]







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Foto: cortesía de la autora

Narradora y traductora, XIMENA MONTERROSAS (Ciudad de México, 2002) fue parte de la cuarta generación de la licenciatura en Traducción de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción, UNAM. Es traductora audiovisual y literaria, tallerista y promotora cultural. Sus lenguas de trabajo son español, inglés y japonés. Ha colaborado en la revista North America, de la editorial del Centro de Investigaciones sobre América del Norte. Sus áreas de interés como traductora son el manga y la literatura infantil.