Ripley o la estafa
llevada a una deliciosa expresión de TV
LITERATURA Y STREAMING
Charla entre José Ramón Calvo y Federico Mastrogiovanni   |    Agosto de 2024
La narración avanza a la par de las composiciones de Caravaggio, la penumbra y la luz, la arquitectura y el arte plástico, lo simbólico, la insinuación y la elegancia para construir en pantalla a un personaje siniestro. Una identidad falsa tiende sobre el espectador la misma red de hipnosis que el despliegue de talento de sus creadores y su autora literaria.
José Ramón Calvo:
Dos cabezas creativas conducen Ripley, una serie de televisión recién estrenada en Netflix, con un notable trabajo tanto del director –Steven Zaillian– como del fotógrafo –Robert Elswit–; ambos de 71 años y nacidos en California. Zaillian se ha destacado sobre todo como guionista: Pandillas de Nueva York, Gánster americano y El irlandés, ha sido nominado cinco veces al Oscar en esa categoría y ganó con La lista de Schindler, de Steven Spielberg. Director de películas cuyo guion escribió: Todos los hombres del rey (2006), Una acción civil (1998) y En busca de Bobby Fischer (1993), y dos series de televisión: The Night Of (2016), en HBO, y Ripley (2024). De Elswit es notable su labor como cinematógrafo de Paul Thomas Anderson, un cineasta que tanto a Federico Mastrogiovanni como a mí nos encanta. En 2005, Elswit filmó en blanco y negro la primera película dirigida por George Clooney, Good Night, and Good Luck, con una estética similar a la que emplea en Ripley, elegantísima, con una profundidad de campo espectacular. En 2014 se encargó de Nightcrawler, una película sobre un reportero de noche; es claro que Elswit tiene un talento especial para fotografiar la penumbra.
El otro contexto de esta serie es Patricia Highsmith, una escritora norteamericana cuyas novelas han sido adaptadas al cine en múltiples ocasiones. Algunos ejemplos de las que más me han gustado son Extraños en un tren, de Alfred Hitchcock, y El amigo americano, de Wim Wenders, pero también Carol, de Todd Haynes, con una inolvidable interpretación de Cate Blanchett. La novela que da pie a esta serie, El talento de Mr. Ripley, es parte de una serie de cinco novelas centradas en el personaje de Tom Ripley, y ha sido adaptada al cine tres veces. La primera se rodó en 1955 y lanzó a Alain Delon al estrellato: A pleno sol, de René Clément; la segunda (1999) es de Anthony Minghella, con Matt Damon en el rol central, y en 2023 se estrenó esta nueva adaptación de Steven Zaillian, con Andrew Scott, un extraordinario actor.
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Me parece muy interesante que la primera adaptación, la de René Clément, sea una adaptación solar, la fotografía vira mucho hacia los tonos blancos, y casi toda la película sucede a bordo del bote donde se enfrentan los personajes. Entonces resulta muy curioso que esta nueva adaptación tome la ruta contraria; es decir, en vez de mostrar una Italia que en los 50 era idealizada por los estudios de Cinecittà, Zaillian la muestra oscura o en penumbra, y el Ripley de Alain Delon, que sigue siendo para muchas mujeres el hombre más guapo de la historia del cine, se convierte ahora en un vampiro, en una sombra oscura. ¿Cuál fue tu impresión de la serie y su relación con la novela, Federico?
Federico Mastrogiovanni:
Tengo muy fresca la novela. La compré el año pasado y la empecé a leer, luego la dejé por necesidades de otras lecturas y la retomé este año. No sabía que iba a salir esta serie y me sorprendió la manera en la que el director decidió adaptarla, porque extrañamente es muy fiel la transposición del libro a la pantalla. Incluso hay partes que son idénticas.
El capítulo que más me gustó es el que recoge el momento álgido de la novela, es idéntico en el libro y en la serie. Mientras leía, me imaginaba casi exactamente la misma escena, que es larguísima en el libro. En varios capítulos la decisión del guion es replicar las escenas de la novela, incluso los diálogos, y esto es bastante raro. No me parece que siempre haya que ser tan fieles al original en una transposición cinematográfica. El peor ejemplo que recuerdo de una mala transposición cinematográfica es Soy leyenda, del escritor Richard Matheson, con Will Smith, que es torpe para reinterpretar el profundo significado de la novela, tergiversado por completo.
Pero en esta adaptación hay una atención y un hondo respeto por el texto y por la novela de Highsmith. Las atmósferas son impresionantes, hay mucho detalle, por ejemplo en los objetos de los años 50 y 60. La novela es de 1955 y está ambientada en 1961, un detalle que me sorprendió. Se ve además que el director y su fotógrafo son personas mayores, porque hay un gusto por ciertos detalles, que no es un gusto vintage como en los directores de nueva generación que tienen ideas preconcebidas. Más que un gusto fingido, aquí hay un gusto por lo vivido. Se siente que no es una reproducción de un pasado reimaginado por un hípster de 30 años. No sé si me doy a entender. Es un gusto por lo viejo que se ha vivido. También se nota en la forma de definir los encuadres y la fotografía. Todo es perfecto, con momentos más logrados que otros, pero en general me encantó.
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JRC:
A mí también me pareció genial y me capturó de inmediato porque, más allá de crear atmósferas, tiene una gran capacidad de conjugar los objetos simbólicos, las imágenes y la arquitectura que estamos viendo; por ejemplo en esta imagen del personaje Ripley a través de un cristal que lo deforma y en el que vemos de forma simultánea al asesino y a su víctima. O esta plaza en la que los personajes están observando unas esculturas que, por la ubicación de la cámara, picada y contrapicada, parecen testigos de lo que está pasando, es decir, son incorporadas simbólicamente.
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En la novela, Greenleaf, el niño rico, quiere ser pintor; en la primera adaptación admira a Fra Angelico; en la segunda quiere ser músico, y en la más reciente admira a Caravaggio, pero lo genial es cómo Zaillian mezcla la vida de Caravaggio con la de Ripley, algo que complica y enriquece esta nueva versión. Incluso, la mirada del protagonista a la obra del artista tiene ecos en su propia vida, y la fotografía copia la luz de los cuadros de Caravaggio. Una fotografía expresionista que me hizo pensar muchísimo en El ciudadano Kane y en Gregg Tolland, el fotógrafo de Orson Welles, sobre todo por la profundidad de campo, y esa profundidad te permite construir la mirada de un personaje como Ripley, que está espiando siempre a la distancia. Con un simple ajuste de foco, primero vemos a Greenleaf firmando el cheque y, luego, con el cambio de foco vemos cómo está siendo observado y estudiado.
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En general, la irrupción de composiciones de Caravaggio a lo largo de la serie es maravillosa, añade otra dimensión a la narrativa. David con la cabeza de Goliat, que algunos historiadores de arte consideran un autorretrato doble de Caravaggio –joven y adulto–, aparece cuando la policía está a punto de atrapar a Ripley y hace pensar, a los que no han leído la novela, que Ripley está arrepentido.
Por otra parte, la arquitectura de Italia es también un personaje en esta serie. Ripley es una arribista que quiere subir a una posición social que no le corresponde, y por lo tanto las escaleras en esta historia tienen una función que rebasa la estética. Italia es un lugar lleno de escaleras. En la introducción de Ripley a Atrani, el pueblo en la costa Amalfitana donde vive Greenleaf –creo que Highsmith se inventa el nombre, lo llama Mongibello–, una zona de acantilados que dan vértigo, se ve a Ripley, curiosamente, con miedo a las alturas, y para llegar a casa de Greenleaf tiene que subir muchísimas escaleras, en una larga secuencia silente, con encuadres picados y contrapicados, y ascensos y descensos interminables del personaje, que lo van dibujando. Entiendo a la gente que encuentre morosa esta serie, incluso lenta, pero a mis ojos, hay tanto cuidado en que todos estos elementos abonen a la narración y a la construcción del personaje que la serie se vuelve hipnótica.
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Algo que me pareció estupendo también, casi un capítulo completo, es la escena del primer asesinato. Todo el episodio es fabuloso: narrativamente, en términos de sensaciones, de emociones, la fotografía, los encuadres, la dirección, todo es perfecto.
FM:
Al inicio de la historia, Tom Ripley es un estafador de poca monta a quien contacta un hombre multimillonario, dueño de un astillero en Nueva York. Lo busca porque está tratando de encontrar a su hijo, Dickie Greenleaf, que vive en Italia con un fideicomiso que le dan sus padres.
Tom Ripley viaja a Italia, pagado por este millonario, con el fin de convencer a Dickie de que regrese a su casa para encargarse de la empresa familiar. La idea es también atractiva desde la novela: un hombre de clase baja vive con el poquísimo dinero que le manda su tía y sus pequeñas estafas en una zona de Nueva York muy fea y, confrontado con la opulencia de esta familia, empieza a asumir su identidad.
Aquí hay un tema que me parece importantísimo y que explica por qué la serie se me hace interesante en este momento histórico: el asumir una identidad que no es la tuya. O sea, la parábola de esta historia es la de un hombre que se insinúa, de quien se insinúa la homosexualidad, pero nunca se define de manera explícita. De hecho se acusa a Ripley –también en la novela–, pero sólo con un comentario de la amiga íntima de Dickie –Marge–, de que ni siquiera tiene sexualidad, como si fuera asexual.
Es la parábola de un hombre que intenta con todas sus fuerzas ser alguien que no es, adjudicarse una identidad ajena; y es una identidad no sólo de persona, sino de clase social, de un mundo al que no pertenece. Busca vivir una vida que no le corresponde, y eso lo lleva a una serie de crímenes y construcción de vías de escape, que a su vez lo orillan a admitir algo fundamental: tiene que volver a ser Tom Ripley porque nadie puede vivir una vida si no es suya. Nadie puede ser lo que no es, aunque se esfuerce, así trate de suplantar a alguien tomando sus pertenencias, costumbres y hasta la voz. Y lo hace muy bien porque ese es su talento, es el talento de Tom Ripley. Pero en el fondo no puede ser otro y tiene que volver a ser él mismo.
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Hay un momento fuerte en la novela –y también en la serie– en el cual Tom se ve forzado a abandonar la identidad ajena, porque de no hacerlo, fingiendo ser otra persona, lo acusarían del asesinato de sí mismo. Entonces debe acabar con aquel que está interpretando para reasumir su propia identidad de Ripley y vivir su propia vida. Claro, todos los personajes cambian a lo largo de la historia, también Tom Ripley cambia al final, y eso alude a lo mucho que cualquiera de nosotros interpreta roles o finge ser algo que no es, igual que los demás personajes fingen ser distintos. ¿Qué opinas de esto?
JRC:
Coincido en que ese es el tema central. Quienes lean estas novelas o las adaptaciones como narraciones criminales del tipo whodunnit, misterios por resolver, se van a sentir tremendamente decepcionados. Yo creo que hay un desprecio de Highsmith por construir verosimilitud en sus historias, en explicar a detalle cómo es que Ripley se sale con la suya, por decirlo de alguna manera, cómo es que logra matar y asumir identidades que ningún policía se toma la molestia siquiera de contrastar. Hay una secuencia en la que se disfraza, y el mismo detective que lo entrevistó no lo reconoce; son cosas que, en ese mundo de la investigación criminal, resultan del todo inverosímiles, pero aquí son, como bien explicas, tan solo pretextos para mostrar a un personaje que se está desplazando y que está adoptando –como Zelig, el hombre camaleón de Woody Allen– identidades que le permiten acceder a estratos sociales superiores y tomarlos como propios.
Hay una secuencia que podría ser de cine silente, es una maravilla: mientras Ripley piensa cómo deshacerse de un cadáver en altamar. En realidad hay muchas partes de la serie en las que nadie habla y son fantásticas. La narración es completamente visual.
FM:
Toda esa escena, de 30 minutos, es exactamente igual a la novela, salvo por un detalle: Zaillian no podía dedicar media hora de cinta a quemar una cuerda sólo con el encendedor de Dicky, así que pone un bidón de gasolina en el barco y agiliza las cosas.
Pero fíjate, José, cuando él quiere deshacerse de la evidencia, hace lo mismo que en el libro, de la misma forma... Pero además ya tenía la gasolina ahí, ya la vimos. Entonces, ¿qué hacen los guionistas? La aprovechan, porque se la tuvieron que poner ahí antes. No tendría sentido que él no intentara usarla de nuevo, que es lo que cualquiera de nosotros haría, ¿no? O sea, hasta ese punto se llega con la intención de ser fieles a la novela.
JRC:
Es una caricatura de Bugs Bunny. Estás viendo cómo la cuerda empieza a correr y se le va a atorar en el pie y lo jala, pero claro, al caer, prende el motor y el barco empieza a girar… Ahí se utiliza una cámara estática y es genial porque el barco entra y sale de cuadro, y la cámara no se mueve. Luego Ripley se da cuenta de que el bote está girando alrededor de él y necesita apagar el motor. Por sí solo este episodio es una película genial. Igual de complejo y circular que todo ese otro proceso en Roma: desde que lo mata hasta cómo se deshace del cuerpo y tiene que regresar a la escena del crimen una y otra vez.
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FM:
Hay una discrepancia narrativa que yo creo que es por necesidad de acotar, cambian algunas cosas porque se necesitaba compactar toda una escena. Pero aún ahí hay fidelidad con la novela.
Antes mencionaste una cosa, José, que considero muy importante: en el libro, Tom Ripley se pinta el cabello de rubio para parecerse a Greenleaf. La primera vez que lo ve el inspector de policía y lo interroga, él es Dickie Greenleaf. La segunda vez, en Venecia, él es Tom Ripley y simplemente no se disfraza. En la serie, esta escena es todavía más sencilla y me encanta. Él tan solo tiene el pelo de su color natural, adelgaza un poco porque Ripley es más flaco que Greenleaf. Lo que marca la diferencia, y me parece fantástico, es el hecho de que son dos clases sociales distintas. O sea, Tom Ripley es el proletariado, entonces actúa, se mueve, habla como un hombre de clase baja, y Greenleaf actúa, se mueve, habla como un multimillonario.
Al policía ni se le ocurre que pueda ser la misma persona, aunque se parecen muchísimo porque de hecho es la misma persona. Pero no lo es, porque Mr. Ripley tiene un talento, y su talento es ser camaleónico –en italiano es camaleóntico–. Logra, en la escritura, hacerse ver como... es como si fuera, no sé, a mí se me ocurrió Clark Kent con Superman, que sólo se pone unos lentes y nadie lo reconoce. Nadie pensaría jamás que ese sujeto mal vestido, flacucho, pudiera ser la misma persona que encarna al millonario; ni el inspector lo reconoce en Venecia, ni siquiera el ayudante. En la serie utilizan el disfraz porque tomaron la decisión, por ejemplo, de no cambiar el color del pelo, etc.
Es un tema que está en el fondo de esta historia, el asunto de clase otra vez. O sea, esta necesidad de apropiarse... que también marca los caracteres de los personajes. Lo que te decía antes, en el fondo los tres, tanto él como Greenleaf y Marge fingen ser lo que no son. Ella finge ser escritora y es pésima, es una wannabe, una niña que quiere ser intelectual. El mismo Dickie es un multimillonario que se hace pasar como un hombre sencillo, un pintor, un artista, y es malísimo. Pero el talento de Ripley para interpretar el rol de lo que no es resulta mucho mayor que el de ellos.
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Hay un personaje que al principio me molestó mucho y luego sencillamente lo acepté. La actriz que interpreta a Freddie es una mujer que se identifica sin género y en esta serie actúa de hombre, de Freddie. En la novela, Freddie es un hombre más fuerte que Tom Riple, por eso es difícil creerle en la serie. Y es un machista. Hay un comentario en el texto donde Highsmith lo describe como alguien que sólo por sospechar de homosexualidad a su amigo Dicky lo hubiera agarrado a madrazos. Ese es el personaje de Freddie. Es homofóbico, es un típico machito rico de los años 50 que no puede ni siquiera aceptar eso en sus propios amigos. Entonces resulta extraña la decisión que toman de darle el papel, que me parece muy bien actuado. Durante varios días estuve con la idea de que, pues claro, es la... es la cuota queer, la cuota genderfluid de Netflix que tiene que estar, igual que el investigador privado negro, y no hay ningún investigador privado en la novela, pues el padre de Dickie llega directamente con Ripley. Al final no me molestó porque es una muy buena actuación, es creíble y al final fluye muy bien. Pero me pregunté por qué, siendo tan apegada la serie a la novela, ¿por qué cambiar ese personaje en la historia?
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JRC:
Coincido contigo. Por otro lado, la Highsmith tiene una gran capacidad para trabajar sobre los pensamientos, sobre todo de Tom Ripley. Y acá se rinde a través de varias…, digamos, de varias formas; por ejemplo, en un diálogo amenazante con una de sus víctimas en Roma. Son los pensamientos de Ripley los que trazan cómo va tomando la decisión, y en el libro ataca a Freddie justo cuando vuelve a subir a su departamento, Tom ya lo está esperando con esa intención. Pero lo que en el libro aparece en la mente del personaje, en la serie era necesario contarlo de otro modo, y para ir desarrollando el riesgo, eligieron narrar a través del diálogo, por eso el personaje tiene que volver a entrar y servirse un trago para seguir hablando.
Entonces, no es una novela de Agatha Christie, no es ese tipo de historia, es una novela de thriller psicológico, en la cual se trabaja mucho sobre esa contradicción.
En cuanto a los finales, las tres adaptaciones a la pantalla terminan de manera distinta. La de Minghella incorpora partes de la siguiente entrega de Patricia Highsmith en la serie de novelas de Ripley y lo muestra viajando a Grecia con un amigo homosexual de Marge, así sugiere que el personaje continúa y tendrá otras aventuras. A pleno sol de Clement termina de manera muy extraña: mientras el Ripley de Alain Delon está disfrutando de la fortuna de Dickey, vemos cómo la policía entra en su hotel a buscarlo. Una extraña concesión a la moral de los años 60, que no podía aceptar una película en la que un asesino se saliera con la suya.
FM:
Lo único que, a mi parecer, le sobra a la serie de Zaillian es ese preámbulo de supuesto suspenso, que no refleja el universo de Highsmith. Todo lo demás, el argumento de que le sobren episodios, que algunas cosas podrían haber fluido más rápido… Pues yo la gocé de principio a fin, por lo tanto no... Si quiero buscarle algo que no me pareciera bien logrado, sería todo el entramado de la parte final de la novela, que puede resultar tedioso porque son engaños intrincados, algunos son burocráticos, y yo creo que no está completamente logrado, justo porque, digamos, querían mantenerse apegados a la novela lo más posible. Pero ahí sí hubiera podido agilizarse buscando otras soluciones, y esa parte sí es un enredo, un enredo hecho de malentendidos, de timing, de movimientos extraños en toda Italia, y con las insinuaciones de Ripley va cambiando la opinión de Marge. Toda esa parte quedó un poco compactada en el último episodio y medio, y no está del todo resuelta, a diferencia de la primera parte de la serie.
JRC:
Para cerrar, quisiera hablar un poco de la diferencia de los dos personajes de Dickie y de Tom. En la serie suavizaron a Dickie, es un personaje al que no le importa nada, no tiene ningún problema real. Es malo pintando, se cree que puede hacer la vida de artista y es un parásito de su familia, de la riqueza de su familia. Se hace el generoso con la gente, pero no tiene grandes pasiones que lo muevan, decide hacer cosas conforme se dan las conversaciones. Marge es sólo una amiga para él, ha sido amable y no lo ha dejado solo en el invierno, entonces él siente una especie de obligación social. Además tiene todos los elementos para entender lo que Marge le está tratando de gritar: Oye, cuidado con ese güey, no es quien tú crees. Su mismo padre le dice: Ojo, cuidado, este Tom Ripley... Y a él le da igual. Acepta cosas casi pasivamente.
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En el libro, por ejemplo, cuando va a San Remo y toman el barco, es Ripley quien intenta convencerlo de hacer algo todo el tiempo. Dickie se resiste lánguidamente y Tom lo convence de subirse al barco con él, lo convence de ir a San Remo y lo convence de ir a Francia antes, o sea es como un sujeto medio pasivo, mamón, privilegiado, y cuando por fin aleja a Tom Ripley, precisamente ahí saca a relucir sus privilegios, sale su naturaleza mediocre. Dickie es un personaje mediocre. Al final Tom Ripley es patético también, grotesco.
FM:
Claro que entiendes a Ripley, y narrativamente pues estamos llevados a esperar que las cosas le vayan bien porque la narración es así. Pero no se cae en eso de identificarse con él porque sea el bueno en la historia. No, él es un sociópata alucinante, es un asco. Claro, también Dickie, y su padre es todavía peor. O sea, nadie se salva en esa historia. Freddie es un asco. O sea, ¿quién se salva? A lo mejor Marge, pero ella es patética. Marge también está simulando, es parte de ese mundo de no soy lo que soy.
Me recordó El adversario, de Emmanuel Carrère, donde Jean-Claude Romand finge ser lo que no es y cuando empiezan a descubrirlo, pues tiene que matar a todo mundo. Claramente, Romand también tiene que volver a ser lo que es.
Por lo que sabemos de Patricia Highsmith, de su sexualidad y cómo era una afrenta a la clase aristocrática neoyorquina, Ripley funciona como una metáfora de sus propias frustraciones, de sus deseos de destrucción, de pertenencia a ese grupo que la rechazaba, del que se tenía que esconder. Por eso le gusta tanto el personaje y por eso escribe cinco novelas con él. Es un alter ego muy atractivo para ella por la capacidad destructiva que tiene de burlarse, de exhibir la ridiculez de esa aristocracia.
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· En la Biblioteca Vasconcelos puedes encontrar las siguientes entregas de la saga Ripley: La máscara de Ripley, El amigo americano (El juego de Ripley) y Ripley en peligro.
· Otros libros suyos que están disponibles en la Vasconcelos son, por ejemplo, Extraños en un tren, Ese dulce mal, Crímenes imaginarios, Mar de fondo, Pájaros a punto de volar, Una afición peligrosa, Suspense: cómo se escribe una novela de intriga.
· Asimismo, en la Sala General de la Biblioteca de México hay ejemplares de El amigo americano (El juego de Ripley), Ripley en peligro, Un juego para los vivos y Pequeños cuentos misóginos.
· Imágenes tomadas de YouTube.
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El arquitecto JOSÉ RAMÓN CALVO IRURITA (Ciudad de México, 1967) se diplomó en Francia, donde por un tiempo siguió las huellas de Le Corbusier y escribió una tesis sobre su Unidad de Habitación de Briey en Forêt. Escribió el ensayo monográfico para la exposición Ensamblajes y Excavaciones, sobre el trabajo de Teodoro González de León, y actualmente prepara una novela gráfica sobre Luis Barragán. Se ha dedicado a la crítica de cine, arte y arquitectura desde 2020, mediante la escritura y edición de videoensayos en el canal YouTube/contexto000. X: @corbu000
![[ripley_11_autor_mfederico]](../_IMGS/_JPG/ripley_11_autor_mfederico.jpeg)
Periodista y fotorreportero, FEDERICO MASTROGIOVANNI es también realizador de documentales, oriundo de Roma, Italia (1979), y desde 2009 vive en la Ciudad de México. Cursó la carrera de Sociología en La Sapienza de Roma y estudió una maestría en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Ha trabajado en Radio France Internationale, Milenio Semanal y otros reconocidos medios. Actualmente es reportero en Loop y Gatopardo, así como corresponsal en México para los diarios italianos Il Fatto Quotidiano y Opera Mundi. Es autor de Aquí acaba la patria, Ayotzinapa y nuestras sombras: Mitologías de una desaparición forzada y en 2015 ganó el premio PEN al mejor libro de periodismo por Ni vivos ni muertos.