Drive
La imposibilidad de escapar de uno mismo
LITERATURA Y STREAMING
Por Nicolás Ferraro   |    Agosto de 2024
Creado con el material del que están hechos los sueños a punto de destruirse.
Todo empieza con una página de apuntes para una historia garabateados en un papel amarillento, media página —para ser precisos— escrita hace tiempo en New Orleans, archivada, que va de mudanza en mudanza, siguiendo a su autor como una sombra de papel. Una idea que persigue y que acecha.
Hasta que le llega su oportunidad.
El pedido de un cuento para una antología, ese momento donde los escritores tienen dos opciones: recurrir al oficio y ensamblar unas cuantas palabras como alguien ensambla en una línea de producción para salir al paso; o deciden saldar cuentas con aquella historia que llevan postergando, que se vuelve urgente, que saben que esta es su chance.
James Sallis eligió lo segundo.
El autor afirmaba que llevaba un tiempo tratando de homenajear esos libros de Gold Medal, ediciones de bolsillo, tan descartables como inmortales, lean and muscular, historias que iban al grano, para decirlo en español. Te arrastraban con ellas. Te llevaban puesto. Su deseo era actualizar estas narraciones con una actitud contemporánea. Y recordó esa página donde un hombre, en una pieza de hotel, apoyado contra la pared veía cómo se le acercaba un charco de sangre. Sallis vio la oportunidad de probar, de expandir esa hoja. Ya no podía huir de esa historia.
![[drive_1_vado]](../_IMGS/_JPG/drive_1_vado.jpg)
Así fue como Drive apareció, una primera versión como cuento de unas cuarenta páginas, en la renombrada antología Measures of Poison editada por Dennis McMillan.
¿Quién era este hombre y cuál era su historia?
La sinopsis del libro es sencilla: durante el día, Driver es un piloto para escenas de riesgo en Hollywood, mientras que de noche se desempeña como chofer de huida para bandas criminales. Cualquiera con más de diez novelas pulp encima sabe lo que viene. Un robo que sale mal. Una venganza. Un montón de sangre.
Tradicional, a priori. Pero con Sallis nada es tradicional.
La novela fue una pesadilla para el mercado estadounidense. Imagino a los editores seducidos, salivando frente a la premisa: el creador de Lew Griffin homenajeando a aquellos autores que ama y admira (lectura obligatoria: su magnífico Vidas difíciles, donde escribe sobre David Goodis, Jim Thompson y Chester Himes).
Sin embargo, como un asterisco, Sallis no podía escapar de sí mismo.
Podría querer hacer una de Gold Medal, pero es un escritor diferente. El aljibe del que saca sus influencias no tiene solo noir: ahí están, asomando sus voces y revolviendo las aguas, Borges, Camus, Sturgeon, Cortázar, Queneau, Vian.
El otro problema que encontraba la novela a la hora de buscar un hogar, en estos tiempos de libros ladrillo, es que era una «novela gillette». Precisa. Filosa. Manchettiana. Pero finita, al fin y al cabo.
Hasta que una editorial pequeña decidió apostar por ella. Y empezó a andar, levantando polvo, críticas, ventas e intereses varios. Sí. Ese libro que nadie quería.
La soledad se nos presenta violenta también, de personajes que se mueven en lugares anónimos donde más que vivir se esconden.
Si con la serie de Lew Griffin deconstruía las novelas de detectives, en Drive nos entrega un heist-gone-wrong donde la estructura temporal está desenfocada. Elipsa o adelgaza todo aquello conocido, esperado. Los flashbacks no vienen a redefinir la trama, no son invocados por hechos concretos para entender ese presente, de qué está hecho Driver, sino que alimentan al personaje desde una óptica donde el azar más que la lógica —de la misma manera en que funciona la memoria— es lo que reconstruye el pasado. Parte de las convenciones del género, se sirve de ellas tanto como se encarga de dinamitarlas una página a la vez. Sallis confía en el lector por encima de todo, busca “lo que Geoffrey O'Brien en su brillante Hardboiled America: The Lurid Years of Paperbacks llamaba una nueva poesía urbana, temblando en el borde de lo real”.
![[drive_2_hardboiled]](../_IMGS/_JPG/drive_2_hardboiled.jpg)
A la hora de pensar al protagonista, Sallis decía: “Pensaba en estos personajes que no están del todo bien, que parecen no estar en sincronía con el mundo pero que se encuentran apasionados por una cosa. Hay un pasaje maravilloso en una novela de David Goodis (La chica de Cassidy) donde un personaje habla acerca de manejar un autobús, y que mientras pueda manejar ese autobús todo va a estar bien. Una cosa muy existencialista. Eso era lo que estaba buscando”.
Además del tono, de su narrador, de esta poesía de la vida urbana, el otro tema es la violencia. La violencia aparece, salpica, estalla con una espontaneidad de años, de furia cargada y afilada en algún trauma al que Sallis le esboza los contornos y deja que nosotros llenemos ese medio. Simplemente son cosas que pasan. Alguien se cansa, que decide decir basta. Para otros es su trabajo. Su catarsis. Su escape.
La soledad se nos presenta violenta también, de personajes que se mueven en lugares anónimos donde más que vivir se esconden, hoteles que devienen Torres de Babel, donde nadie habla el mismo idioma, donde la imposibilidad de comunicarse se acentúa y lo único que queda es esperar que el vecino deje de gritar, desaparezca o sea uno mismo el que desaparezca. Como si nunca hubiera estado. Como un excelente chofer de huida.
![[drive_3_scorpioneon]](../_IMGS/_JPG/drive_3_scorpioneon.jpg)
De la misma manera que un personaje se obsesiona y queda fascinado por todo aquello que se esconde debajo del capó y da vida y velocidad a los autos, Sallis disecciona lo que hay detrás de esas portadas y libros pulp hasta encontrar el latido agonizante del sueño americano en el que viven, o sobreviven, personajes alienados, violentos, que intentan conectar con la humanidad.
O no terminar de perderla.
•
Pero claro, probablemente si no fuera por la película del mismo título, pocos habrían llegado a conocer la novela.
El danés Nicolas Winding Refn fue el encargado de llevarla a la gran pantalla, con guion de Hossein Amini. Los derechos de la adaptación fueron comprados para que iniciase una saga que compitiera con Rápido y furioso, y que contaría como protagónico a Hugh Jackman. El proyecto juntó polvo, se olvidó. Hollywood. La tierra prometida. O de la promesa eterna. Entró Ryan Gosling, quien sugirió a Refn para dirigir. Y de esa idea original, nuevamente, no quedó nada.
Refn es otra persona que no puede escapar de sí mismo. Ni de sus influencias. Adiós a la idea de franquicia, de motores al palo, de persecuciones, de hip hop de fondo. De la misma manera que Sallis se planteaba homenajear a Goodis, Thompson y Prather, Refn se nutre de Michael Mann –de su Thief, principalmente–, del The Driver de Walter Hill, de la estética del cine de acción de los ochenta, con sus sombras, pero principalmente con sus luces de neón. Reescribe la novela entregando un cuento de hadas en Los Ángeles.
En su código y por un precio, claro, él es tuyo durante cinco minutos.
La cultura pop ametralla al espectador desde la tipografía rosa chicle de los títulos. Una presentación efectiva de Drive, en lo operativa, aristotélica, donde la acción es el personaje y nos demuestra sus excelentes habilidades no solo al volante, sino también su mente fría, ajedrecista. Y aunque la música machaque de fondo que es un real human being and real hero, este Driver no es nada de eso. Se eleva en una figura mítica con su campera con un escorpión, sus guantes y su escarbadientes en la boca, desprovisto de pasado y de nombre, creado con el material del que están hechos los sueños a punto de destruirse. The last cowboy in the last frontier.
![[drive_4_sinpalabras]](../_IMGS/_JPG/drive_4_sinpalabras.jpg)
La película incorpora, amplía y redefine estas historias de soledades entre Driver y su vecina, casada con un criminal de dos pesos. Las palabras estorban en los personajes, no crean puentes. Son los silencios estirados los que permiten que la mirada cree tensión. La posibilidad de que haya algo más para él que esa vida de escenas de riesgos y de persecuciones. En Drive, el amor es una escena de riesgo.
Refn profundiza en la soledad del protagonista. En su código y por un precio, claro, él es tuyo durante cinco minutos, sin importar qué pase en esos cinco minutos, él sabrá cómo sacarte del robo y dejarte sano y salvo, fuera de peligro. Y desaparecer. Cinco minutos. Nada más. No puede entregarse más que cinco minutos a otra persona.
![[drive_5_retrovisor]](../_IMGS/_JPG/drive_5_retrovisor.jpg)
Su código lo ha mantenido a salvo toda la vida. La película indaga en qué suceda una vez que se permite —o se ve obligado— a quebrantarlo. Y que encuentra su clímax en la escena del ascensor. Atrapado, claustrofóbicamente atrapado en un ascensor con su vecina y un tipo que viene por él, por ellos, Driver deberá decidir o descubrir cuál es el precio de su naturaleza, del escorpión que lleva en la espalda. La ferocidad acumulada es su única salvación. Salvarse, a él, a ella también, pero en esa acción perder ese posible y efímero nosotros.
Porque Driver, al igual que Sallis y Refn, tampoco puede escapar de sí mismo.
¿Quién puede?
•

· Imágenes tomadas de YouTube.
![[drive_6_ferraro_autor]](../_IMGS/_JPG/drive_6_ferraro_autor.jpg)
Narrador y diseñador, NICOLÁS FERRARO es oriundo de la ciudad de Buenos Aires (1986) y coordina el Centro de Narrativa Policial de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en Argentina. Es autor de las novelas Dogo, finalista del concurso Extremo Negro 2016; Cruz, finalista del Premio Dashiell Hammet 2017; El cielo que nos queda, y Ámbar, con la cual obtuvo el Premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón en 2022. Su obra ha sido publicada en Estados Unidos, México, Francia, Italia, Brasil y España.