El cine vs. el streaming
en un tiempo de excesos
LITERATURA Y STREAMING
Por Naief Yehya   |    Agosto de 2024
Vender boletos dejó de ser tan redituable como antes; conseguir suscriptores es el método dominante en la era del capitalismo de vigilancia.
Hace unas pocas décadas, todos vivíamos sometidos al azar de los estrenos en cines y los caprichos de distribuidores y programadores, quienes dependían del control y las campañas de los estudios y de las estrategias de las empresas de medios. La videocasetera doméstica apareció en 1975 y cambió nuestra relación con el entretenimiento. Por primera vez podíamos ver películas y series fuera de la dictadura de horarios, canales y cines, además de que era posible detener la reproducción, repetir y analizar escenas. Esto abrió puertas inimaginables a los cinéfilos para explorar su pasión. La llegada de internet vino a ofrecer posibilidades sin precedente de acceso al cine, tanto por vías legítimas (es decir aquellas de quienes poseían los derechos de las películas) como piratas (quienes se apropian del material y lo difunden sin preocuparse por la legalidad, afectando, según la industria, alrededor de 20% de las ganancias en taquilla). Filmes y materiales antes inaccesibles, restringidos y escasos de pronto estaban disponibles, primero a quienes sabían cómo utilizar internet y más tarde a todo aquel con una conexión de banda ancha.
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Las plataformas de streaming de paga que ofrecían películas, series, deportes y toda clase de contenidos se volvieron alternativas útiles a partir de 2007, y su popularidad comenzó a crecer, aunque la proliferación de películas y materiales de video on demand (VOD) en internet vino a crear una serie de dilemas técnicos, legales, éticos y comerciales. Súbitamente, en 2020 la pandemia del covid 19 paralizó al mundo y condenó a la mayoría de los seres humanos al confinamiento. Millones encontraron en esas plataformas un salvavidas mediático en un mundo en que los espectáculos públicos habían quedado suspendidos. La asistencia a cines ya estaba en crisis en 2019, la pandemia vino a dar a Netflix, Prime Video de Amazon, HBO Max y Disney no sólo la oportunidad de volverse indispensables, sino también de diseñar una estrategia de producción cinematográfica paralela a su distribución digital, capaz de competir con los estudios hollywoodenses. Netflix optó por destinar enormes presupuestos a cintas de calidad para crear una imagen de prestigio (como El irlandés, de Martin Scorsese), y otros han seguido ese ejemplo.
Las plataformas han dado lugar a la difusión de cintas difíciles, transgresoras, independientes, marginales y que no cumplen con los estándares de los estudios.
La epidemia de plataformas ha dado lugar a una auténtica guerra por la atención y el tiempo de los espectadores. Hay más de 200 servicios de streaming con una diversidad de enfoques e intereses, que van desde cine clásico y de culto como Criterion Channel, Mubi y Kanopy, hasta colecciones de los grandes estudios como WarnerMedia, pasando por empresas de alta tecnología como Apple y cadenas NBCUniversal. En este momento no parece existir otro camino para que las empresas mediáticas puedan sobrevivir en un tiempo en que vender boletos es menos redituable que conseguir suscriptores. Este es el método dominante en la era del capitalismo de vigilancia. Estas plataformas ofrecen acceso a una colección por un solo precio pero no dan la oportunidad al cliente de conservar o compartir ninguna de sus películas. Además, el servicio decide cuáles programas o películas quiere mantener en su plataforma en función de su popularidad.
Netflix, Prime y otras de las principales plataformas ofrecen a los cineastas una alternativa viable y de prestigio al control que ejercen los estudios, exhibidores y distribuidores. Estas plataformas han dado lugar a la difusión de cintas difíciles, transgresoras, independientes, marginales y que no cumplen con los estándares de los estudios. A la vez las plataformas tienen un modelo de negocios particular que puede ofrecer ingresos continuos y constantes a los creadores pero es más oscuro, impredecible y menos rentable que el sistema tradicional. El costo es que también imponen sus propios criterios, empujando a los creadores hacia el formato serial y episódico.
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Ir al cine es una experiencia social, un tiempo de compartir en la oscuridad y el silencio una obra cinematográfica. Las plataformas aparecen como competencia directa y privada al espectáculo público al ofrecer un servicio doméstico que se benefició de la inercia que dejó la pandemia, así como de la comodidad y aparente abundancia exuberante de “contenidos” (término reductivo con que las corporaciones se refieren a obras creativas). Además, el abaratamiento de las tecnologías ha hecho que sea más accesible tener una gran pantalla de alta definición con sonido inmersivo en casa. Ahora bien, estos servicios de streaming dependen de inexpugnables algoritmos que pretenden descifrar el gusto del cliente y le imponen materiales que “debe” apreciar.
La industria fílmica está marcada por la hiperinflación en los costos de producción y marketing que determinan los presupuestos de las cintas hollywoodenses. Los costos de los boletos aumentan, la cantidad de asistentes baja. El número de películas que llega a las pantallas se ha incrementado pero los ingresos no. Esto ha provocado que los exhibidores traten de atraer al público con salas de exhibición con bar, restaurante, proyecciones en IMAX, 3D y 4DX entre otras excentricidades. Nada de esto mejorará la calidad de las películas. La actual amenaza de la muerte del cine debido a las plataformas es en buena medida una repetición de lo que sucedió con la aparición de la televisión y más tarde de la videocasetera. La perspectiva es pesimista pero el cine tiene aún una mística que le permitirá sobrevivir a los cambios y a la saturación mediática actual.
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· Puedes encontrar los siguientes libros de Naief Yehya, autor del artículo que acabas de leer, en la Biblioteca Vasconcelos:
Guerra y propaganda: medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos, Pornocultura: el espectro de la violencia sexualizada en los medios, Francisco Toledo: para adultos, Historias de mujeres malas, Rebanadas.
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El narrador, ensayista, pornografógrafo y crítico cultural NAIEF YEHYA nació en la Ciudad de México (1963) y vive en Brooklyn desde 1992. Ha colaborado en Milenio, Mix-Up, Moho, Sábado, Tierra Adentro, Vértigo, Corriente Alterna, Despegue, El Nacional, Golem, Graffiti. Algunas de sus obras son las novelas Obras sanitarias, La verdad de la vida en Marte y Las cenizas y las cosas; los libros de cuento Historias de mujeres malas y Rebanadas, y de ensayo El cuerpo transformado, Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, Pornografía. Obsesión sexual y tecnológica, Mundo dron. Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas y El planeta de los hongos.