En este hogar somos pro libro impreso
y no toleramos propaganda e-book ni de otras sectas
LITERATURA Y STREAMING
Por Carlos Velázquez   |    Agosto de 2024
Sabía que no faltarían algunos locos que imprimirían libros de manera subrepticia. Leer en papel sería una extravagancia cultivada sólo por unos cuantos.
Nunca he sido un defensor del libro impreso. No creo que haya que defenderlo de nada. Cuando, en los primeros años del dos mil, vaticinaron su desaparición no me escandalicé, como sí lo hicieron muchos lectores, impresores y gente del mundo editorial. Me imaginé que ocurriría lo mismo que con el vinyl. Que se preservaría en bibliotecas personales y que veinte o treinta, o cuarenta años después resurgiría y reconquistaría el mercado. No me preocupaba que dejaran de producirse libros. Aunque no poseo una biblioteca monstruosa, contaba con los suficientes títulos para releer durante los siguientes cincuenta años, en el supuesto de que llegara a vivirlos.
Me senté a esperar el tan sonado ocaso. Pero nunca se produjo. Diez años después, el porcentaje de ventas del libro electrónico a nivel mundial apenas alcanzaba tres por ciento de la producción editorial. Me había preparado para una debacle similar a la que sufrió la industria discográfica cuando surgió Napster. Sin embargo, con este apocalipsis en puerta, sabía que no faltarían algunos locos que imprimirían libros de manera subrepticia. Leer en papel sería una extravagancia cultivada sólo por unos cuantos. Yo formaría parte de esa pequeña cofradía. No hizo falta. En 2012 se rompió el récord de más títulos publicados en español de la historia.
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Otros diez años más acá la profecía sigue sin cumplirse. El libro electrónico ha ganado terreno, ni cómo negarlo. Pero todavía representa una minoría tan baja que no ha supuesto una adversidad para el libro como otras amenazas, la crisis del papel, por ejemplo. Una de las ventajas que presupuestaba el libro electrónico era su facilidad de almacenamiento. Así como el iPod podía resguardar millones de canciones, el Kindle tiene la capacidad de albergar cientos de libros. Lo que supone una bendición a la hora de una mudanza. Nada es tan pesado al cambiar de domicilio como transportar la biblioteca. Sin embargo, el carácter práctico del Kindle no ha desbancado a la biblioteca tradicional.
Otro atributo del libro electrónico es su accesibilidad. Son económicos en relación con el impreso, lo cual lo hace atractivo para las personas jóvenes que todavía no desarrollan poder adquisitivo. Esto resulta algo paradójico. Esa franja de consumidores que busca el libro electrónico por asequible es también la misma que consume algunos de los libros más costosos de la rama editorial. El preciosismo de algunos títulos tanto infantiles como juveniles, por ejemplo la saga de Harry Potter en pasta dura, reporta ingresos estratosféricos a los que el e-book siquiera sueña con acariciar.
Cuando era adolescente me volví un lector profesional en parte porque era un ladrón de libros también profesional.
Pero el reto más difícil que ha tenido que sortear el libro electrónico es su desventaja tangible. La música digital tuvo un auge y después vino la caída. Los consumidores de música se dieron cuenta de que en realidad no poseían la música. Y gente de todas las generaciones corrió a abrazar los formatos físicos, en particular el vinyl. Esa misma gente es usuaria del streaming, pero son coleccionistas. Y compran música que pueden tocar con las manos. Con el libro no sucedió lo mismo. No hubo un descenso y un repunte por culpa del libro digital. El lector siempre supo que la única forma de poseer la lectura era conformar una biblioteca.
Para la mayor parte de mi generación y de las anteriores, ha sido imposible leer en el Kindle. Necesitamos el arcaico efecto de darle vuelta a la página. De oler un libro nuevo. De llevarlo bajo el brazo cuando salimos a la calle. Sensaciones que el Kindle no nos puede proporcionar. Casi cada ciudad, si no es que todas, tiene una pequeña, o grande según sus dimensiones, tienda de libros usados. Napster produjo en su momento una hecatombe. Cientos de tiendas de discos en todo el mundo quebraron cuando descubrimos que la música podía conseguirse gratis en internet. Todos los días cierran y abren librerías de nuevo por todo el mundo. Y si se han visto en riesgo no ha sido por el Kindle, sino por Amazon. Si se hubiera cumplido la profecía y el libro electrónico hubiera desbancado al impreso, las únicas librerías que nunca hubieran desaparecido serían las de usado.
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El libro impreso tiene el poder de circular de manera orgánica. Intercambiar libros electrónicos sólo es posible si tienes un Kindle. O si tienes las agallas de leer en computadora, algo bastante incómodo para la vista, otro punto para el impreso. Cuando era adolescente me volví un lector profesional en parte porque era un ladrón de libros también profesional. Confieso que cuando anunciaron el libro electrónico me puse a temblar. El viejo arte de robar libros estaba por desaparecer. Y aunque ya no tuviera necesidad de hurtar libros, sabía que muchos otros que como yo no tuvieron dinero en la juventud se perderían de esa posibilidad. Porque no es lo mismo robarte un libro cuyo título has visto en el lomo a robarte un Kindle de alguien que trae en su archivo puros libros de Paulo Coelho.
Puedes descargar miles de títulos de internet. Pero si un día te roban el teléfono o la computadora vas a perderlo todo. Y seguro ni vas a querer recuperar los archivos porque no son más que eso, archivos. Por ello es mejor tener una biblioteca en casa. Los ladrones podrán despojarte de unos cuantos títulos, pero no de todos los libros.
· Puedes encontrar los siguientes libros de Carlos Velázquez, autor del artículo que acabas de leer, en la Biblioteca Vasconcelos y en la Sala General de la Biblioteca de México:
¿Pichas, cachas o dejas postear?: Antimanual de uso de las redes sociales, El karma de vivir al norte, La biblia vaquera: Un triunfo del corrido sobre la lógica, La marrana negra de la literatura rosa, La efeba salvaje.
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El narrador CARLOS VELÁZQUEZ nació en Torreón, Coahuila (1978), se asume como integrante de la “Golden age coahuilense”, generación de autores pertenecientes a la década de los setenta que nacieron en Coahuila y escriben sobre ella. Colaborador en diversos medios como El Financiero, La Mosca, Milenio, Periódico de Poesía y Replicante. Fue ganador del Concurso Nacional de Cuento Magdalena Mondragón, el Premio Bellas Artes de Testimonio Carlos Montemayor por El karma del vivir al norte y el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada por El pericazo sarniento (selfie con cocaína).