braceros_0_portadatren

Trasterrados

Los braceros en La Ciudadela

MIGRACIONES CULTURALES

Por Martín Hernández González   |    Junio de 2024


En memoria Alfonso Méndez y Alfonso Aldrete

Impávido, silencioso, imponente, el edificio de la Biblioteca de México suele ser testigo de la historia, a veces una historia olvidada.

Salió de Tanhuato, en su natal Michoacán, rumbo a los Estados Unidos en la década de 1940. Alfonso Méndez, mi tío abuelo, iba cobijado por un acuerdo de migración legal para trabajadores agrícolas y ferroviarios mexicanos; un programa impulsado por el país del norte. Alfonso se puso en marcha, pero ese fue un tortuoso camino.

La idea era apoyar a los agricultores norteamericanos, porque temían perder sus cosechas. Para 1942, la II Guerra Mundial había hecho estragos, y hacía falta mano de obra en el norte.1 Auspiciado por los gobiernos de ambas naciones, el programa lanzó la convocatoria en todo México, y los aspirantes se registraron en el Estadio Nacional, ubicado en lo que hoy es la colonia Roma de la capital. Después, la Secretaría del Trabajo trasladó las oficinas de reclutamiento al edificio de La Ciudadela, actual Biblioteca de México, y más tarde a otros estados.

[braceros_1_registro]

[braceros_2_bucal]
68. Examen bucal a un aspirante, estadio Nacional, México, D. F., 1943. Sección concentrada, “Braceros”.

[braceros_3_auscultacion]
Examen médico, estadio Nacional, México, D. F., 1943. Sección concentrada, “Braceros”.

Tan pronto como llegó a la ciudad, mi tío Alfonso se puso a tramitar su registro, igual que tantos paisanos, obreros y campesinos del país. Sin saberlo, todos serían parte de la historia: miles de migrantes fueron en busca del sueño americano. Pero rápidamente pasaron del sueño a la pesadilla, pues su travesía fue similar a la que vivían los presos en su traslado a un campo de concentración.

A finales del siglo XVIII y en la primera década del XIX, al costado de la plaza de La Ciudadela se erigió el edificio que albergó en sus inicios la Real Fábrica de Puros y Cigarros. Sus patios y galerías han atestiguado momentos decisivos en la historia mexicana, como la Decena Trágica –cien años después de su construcción, cuando fungiría de cuartel del ejército en 1913–, que culminó con los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y de su vicepresidente, José María Pino Suárez, a manos del usurpador Victoriano Huerta. La majestuosidad del inmueble sedujo al gran humanista José Vasconcelos, quien gestionó el espacio como sede de la Biblioteca de México, fundada en 1946; el mismo Vasconcelos fue su primer director hasta su muerte en 1959. Más tarde albergó la escuela de diseño y en la década de los 80 se llevó a cabo la ampliación de la biblioteca, se creó el Centro de la Imagen y con la remodelación se convirtió finalmente en uno de los recintos culturales más importantes del país, a cargo del poeta Jaime García Terrés.

En sus años de bonanza, cuando el internet era ajeno a los usuarios, la biblioteca les era imprescindible para consultar materiales, entonces se volvió un lugar natural de los migrantes que habían vuelto tiempo atrás, pero que seguían buscando sus datos y nombres en el Diario Oficial de la Federación: querían saber si estaban contemplados en la muy ansiada devolución de su dinero. Las cosas no habían salido bien.

[braceros_4_afuera]
62. Aspirantes a braceros frente a La Ciudadela, México, D. F., circa 1943. Sección concentrada, “Braceros”.

En los años 40, mi tío llegó al valle de San Joaquín, en el norte de California, y se quedó en unas barracas que ya habían sido escenario de la historia, pues en la Gran Depresión de 1929 habían albergado a granjeros provenientes de los parajes centrales de Estados Unidos de América, quienes sufrieron la implacable explotación agraria de la época, retratada magistralmente por John Steinbeck en su novela Las uvas de la ira, de 1939. Ahí mismo vivió el tío Alfonso, en similares condiciones de explotación. Los granjeros le tomaban el pelo cobrando por todo sumas de dinero tan altas, que con el paso de las semanas Alfonso debía más de lo que cobraba. Pese a ello, y sin tener otra opción, continuó trabajando hasta que fue deportado, sin lo prometido en su contrato.

Los braceros creyeron que serían llevados a un mundo de ensueño y, por el contrario, se hallaron en un entorno laboral lleno de injusticias y racismo. El engaño de los grandes consorcios agrícolas estadounidenses fue solapado o minimizado por el gobierno mexicano.2

No regresó a Michoacán, mi tío abuelo se quedó en la ciudad de Mexicali, en Baja California Norte, y al poco tiempo volvió a cruzar la frontera. Entró de ilegal a territorio estadounidense, se fue al mismo valle de San Joaquín y logró su ciudadanía muchos años después, pero jamás le vio el polvo a su sueldo ni a las promesas y prestaciones laborales debidas por esos cinco años de trabajo “legal” en los Estados Unidos.

El de mi tío fue un incidente feliz: se casó y murió en Bakersfield, California, ya en el siglo XXI, añorando México y su pueblo, al que visitaba de manera ocasional. Pero no fue igual para todos: la mayoría de los migrantes regresaron derrotados y abandonados por los dos gobiernos federales. Eran los peones ideales de un momento político, del cual se aprovecharon los granjeros norteamericanos, y parecía ya olvidado, pero los hechos no se pueden esconder, la historia en documentos y fotografías los desentraña poco a poco.

En los datos oficiales quedaron asentados los nombres de todos aquellos que partieron hacia los Estados Unidos, siguiendo el espejismo del Acuerdo de Labor Agrícola Mexicana y el Programa de Labor Ferroviaria. Lo pendiente, lo esperado por años es que el gobierno mexicano les regresara ese 10 % estipulado en su contrato para devolución, dado que se los descontaban de su paga semanal, y aun así siempre resultó difícil precisar los montos reales y lo que ocurrió con ese dinero.3

[braceros_5_fila]
Cola de aspirantes a braceros, La Ciudadela, México, D. F., circa 1945. Sección concentrada, “Braceros”.

Jornaleros del campo y el ferrocarril, provenientes de distintos lugares de la república, llegaban a la estación de Buenavista, y de ahí a La Ciudadela; su presencia llenaba la hemeroteca, y en sus rostros se reflejaba el agobio, la desesperación por tanto aguardar una justicia que nunca llegó, o llegó a medias con la creación de un fideicomiso durante la presidencia de Vicente Fox. Fueron víctimas de un fraude perfecto, un robo millonario que nunca se visibilizó, no era mediático, pero su historia cobra fuerza en las imágenes de un libro hallado en el acervo de la Biblioteca de México, Trasterrados: braceros vistos por los hermanos Mayo, de John Mraz y Jaime Vélez Storey, quienes recaban las fotografías de los hermanos Mayo, también migrantes, exiliados españoles que llegaron a México en el buque Sinaia tras la guerra civil. Finalmente no hubo compensación para aquellos braceros, pero quizá una mirada de afinidad que abone un terreno donde la historia no se repita.

1 Fernando Saúl Alanís Enciso y Rafael Alarcón Acosta (coords.), “El programa Bracero: Intereses y dinámicas regionales bajo el esquema de los acuerdos internacionales”, en El ir y venir de los norteños. Historia de la migración mexicana a Estados Unidos (siglos XIX y XX), El Colegio de la Frontera Norte/El Colegio de San Luis/El Colegio de Michoacán, Tijuana, 2016. [flecha]

2 John Mraz y Jaime Vélez Storey, Trasterrados: braceros vistos por los hermanos Mayo, Universidad Autónoma Metropolitana/Archivo General de la Nación, México, 2005. [flecha]

3 Abel Astorga Morales, Historia de un ahorro sin retorno. Despojo salarial, olvido y reivindicación histórica en el movimiento social de exbraceros, 1942-2012, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2017. [flecha]



Comunicólogo y sociólogo por la UNAM, MARTÍN HERNÁNDEZ GONZÁLEZ es también maestro en Arte por el Instituto Helénico, y en Comunicación Corporativa por la Ibero, con posgrado en cine de la UAM y el American Film Institute. Ha sido investigador en la Cineteca Nacional, titular de difusión cultural en la Biblioteca de México, productor de cine y televisión en Imevisión, Canal 11, Canal 22, Fundación Cultural Televisa y otras instituciones; productor y conductor en Ibero Radio y Radio UNAM. Ha impartido cursos en Bellas Artes y el Claustro de Sor Juana, es profesor-investigador de la UACM y miembro del cuerpo académico de investigación audiovisual Grupo TO y del laboratorio de medios audiovisuales LAMA.

La colaboración “Trasterrados: braceros en La Ciudadela” se llevó a cabo para este número de la revista gracias a la aportación bibliográfica y la gestión de Beatriz García López, titular del departamento de Promoción Cultural de la Biblioteca de México. La reproducción fotográfica íntegra es de Arisbeth López, de Difusión y Comunicación Digital de la Biblioteca Vasconcelos.