'Pasajeros eternos' Mario Aguilar
Foto: Francisco Javier Gil Oreja

Pasajeros eternos

Peripecias ávidas de conquista
¿o supervivencia?

MIGRACIONES CULTURALES

Por Mario Aguilar   |    Junio de 2024

Casi nadie narra la mundanidad del viaje tortuoso: los viajes transatlánticos del siglo XVII y algunas tribulaciones de hoy.

Admiro a la gente a la que le gusta la aventura de los viajes. Recorrer largas distancias es complejo y agotador. Yo no salgo sin revisar el mapa del celular, ese es mi ritual de conservación; me ha pasado que, ya estando fuera, la red telefónica no llega, la aplicación no carga, la suerte me desampara en los lugares más ajenos y desconocidos. Esos momentos tienen su toque de terror, porque la desorientación y la incertidumbre geográfica simplemente te bloquean, como si de golpe te dieras cuenta de que tu tamaño frente al mundo es diminuto. Por fortuna, el camino de vuelta siempre termina por dibujarse, siempre hay una ruta que te regresa la tranquilidad, y la aventura de estar perdido se convierte en anécdota.

La anécdota del viajero es diversa, porque a cada quien le va muy diferente en la feria. Pongamos por ejemplo esta ciudad: a mí me ha tocado recorrerla cómodamente en automóvil y también he tenido que batallar contra viento y marea para hacerme un lugar en el transporte público.

Viajar no siempre es una elección, también es un acto de supervivencia: nos vemos obligados a recorrer kilómetros para estudiar, para ir al trabajo, para llegar a una cita. Casi nadie narra la mundanidad del viaje tortuoso, pero para vivir y alimentarnos necesitamos trasladarnos de aquí para allá sin descanso.

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“… son bien raros los relatos en que los pasajeros nos informan cómo eran los viajes mismos, ocurrieran o no en ellos cosas notables…”, dice el cronista y crítico José Luis Martínez en Pasajeros de Indias: viajes transatlánticos del siglo XVII, donde rescata las narraciones sobre la llegada de los colonizadores europeos a América, pero también reconstruye de cerca estos viajes. Los testimonios de fray Antonio de Guevara (en 1539), fray Tomás de la Torre (de 1544 a 1545) y Eugenio Salazar (en 1573) dan cuenta de su perspectiva como pasajeros y de cómo era cruzar el Atlántico.

José Luis Martínez, además, nos informa de las emigraciones españolas poniendo especial detalle en la burocracia de ese tiempo; en el libro encontramos una recopilación de leyes, ordenanzas, actas, cuentas, listas de provisiones y de tripulaciones que el autor complementa con monografías sobre temas conexos y estudios sobre la navegación, el comercio, la migración, el tráfico y todo lo relacionado con las nuevas formas de vida que comenzaban a gestarse en las sociedades de América.

Los viajes trasatlánticos del siglo XVII son un rompecabezas que José Luis Martínez arma para recrear en nuestra imaginación una visión amplia de las travesías, que para ese momento histórico tenían el propósito de exploración con fines de conquista de territorio y comercio. Por un lado, tenemos la épica del viajero y el mito del camino, pero, por otro, tenemos un viaje meramente práctico de soldados, frailes o clérigos, funcionarios, comerciantes, gente en busca de fortuna y nada más; sólo unos cuantos buscaban conocer el mundo. El pasado viajero que resurge en las páginas del libro como una necesidad histórica es también un relato que cautiva por su aparente simpleza y naturalidad.

“Estas noticias nos permiten apreciar las comodidades y facilidades que nos ha hecho ganar el progreso técnico, y el reblandecimiento físico y moral que al parecer tenemos los hombres de hoy en comparación con aquellos fundadores”.

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Hundimiento en el Océano Austral. Diario de viaje (1880-1881); grabado. Foto: Patrick Guenette
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Buque de esclavos huyendo y lanzando a sus esclavos al mar; grabado. Magasin Pittoresque 1844. Foto: Patrick Guenette

Uno de los pasajes más conmovedores, me parece, es la serie de narraciones de naufragios y enfermedades, plagas y atrocidades que recopila el capítulo XI, como el relato del italiano Antonio Pigafetta:

““El miércoles 28 de noviembre de 1520 desembocamos al estrecho para entrar en el gran mar, al que enseguida le llamamos mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco. La galleta que comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la substancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegábamos al terrible trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas. Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que había que remojarle en el mar durante cuatro o cinco días, para ablandarle un poco, y en seguida lo cocíamos y lo comíamos. Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser manjar tan caro, que se pagaba cada una a medio ducado”.

Más adelante, cuenta que el hambre y su inmundicia no eran su peor problema, sino las enfermedades. El escorbuto traía complicaciones como hinchazón de encías, que hacía imposible probar alimento, además de salpullido, debilidad, dolores del cuerpo y, en los peores casos, la muerte.

Leyendo estas desventuras, es inevitable coincidir con el autor: la modernidad nos ha traído comodidad en el viaje; los caminos más complejos que conozco, las rutas que considero insoportables no tienen comparación con el relato anterior.

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Foto: Phongthorn Hiranlikhit

¿Es el tiempo pasado lo que da valor a estos viajes? En la actualidad, el viaje fácil y confortable es sólo para algunos, porque hay quienes se siguen desplazando y padeciendo infortunios similares a los del siglo XVII.

Todo viaje tiene un motivo distinto, pero el viajero migra incluso en la tempestad. Pienso en el corredor México-Estados Unidos, en todos los migrantes sureños que mueren ahí, arriesgando su vida a bordo de La Bestia; o en el Mediterráneo, la ruta migratoria más mortífera del mundo, donde los inmigrantes toman rumbo a Europa desde Libia y las cifras de muerte son desconocidas, pero se calcula en más de mil personas al año.

El texto de José Luis Martínez recrea un fragmento de la historia que se conecta con nuestro presente y “los horrores y las vicisitudes” de los caminos.

Parece que al renombrar al migrante como viajero se le devuelve una humanidad en un tiempo largo y continuo de la historia, el gran tiempo del hombre. Pasajeros de Indias es ese tiempo, son esas voces, es la narración que nos hace entender la necesidad del viaje.

Lo que da valor a estos viajes es el presente que nos conecta, porque todos somos pasajeros eternos.



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Títulos disponibles para consulta en La Ciudadela, Biblioteca de México, en la sala dedicada a albergar la biblioteca personal del autor: José Luis Martínez, Pasajeros de Indias, Alianza Editorial, 1983/FCE, México, 1999; El mundo privado de los emigrantes en Indias, Historia, FCE, México, 1992; Cruzar el Atlántico, Centzontle, FCE, México, 2004.



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Cortesía del fotógrafo Vladimir Balderas Mondragón

Artista multidisciplinario e investigador sonoro, MARIO AGUILAR nació en la Ciudad de México (1987). Es además egresado de la carrera en Lengua y Literatura Hispánicas de la FES Acatlán, UNAM, y técnico en Promoción de la música popular mexicana, por Casa de la Música Mexicana, S. C.