'Clarice y las Moiras' Betty Bitter Bow

Clarice y las Moiras

MIGRACIONES CULTURALES

Por Betty Bitter Bow   |    Junio de 2024

Todas las historias de refugiados son tristes, son una apuesta por la vida. Y quienes fueron perseguidos arrastran esa marca.

Escribí este texto sobre Clarice Lispector pensando en la anécdota que contó la gran Nélida Piñón sobre ella: “Cortaba pedazos de papel en los que iba haciendo anotaciones, los guardaba en una cajita y luego los organizaba con la intención de formar un puzle o un mosaico”. Así escribió Clarice parte de su desconcertante y hermética obra literaria. Hay poco que añadir a lo que sabemos de ella, por eso me propuse hacer mi propio puzle con los fragmentos de su vida que me parecen más humanos, más fascinantes y más amargos; es mi manera de convencerme de que Clarice fue real, de que alguna vez habitó el mismo planeta que nosotros.

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Anotaciones para sus novelas Agua viva y La hora de la estrella.

El orden de mis anotaciones lo dictó el azar, es el orden exacto en que fueron saliendo los papeles de la cajita de madera vieja que puse sobre mi escritorio:

»Una vez Clarice dijo que su vida estaba infestada de tedio, y de amor, y de aburrimiento, y de dulzura. Y con esas palabras, una se explica el descomunal poder conceptual de su escritura.

»Clarice llegó al mundo en plena huida. Sus padres, que intentaban salir de Ucrania, hicieron una parada en una aldea fría y remota llamada Chechelnik para que ella naciera, un 10 de diciembre del año 1920, y luego siguieron huyendo, con la esperanza de que la miseria de la guerra civil no los alcanzara. En el camino, los cosacos despojaron a la familia de sus pocas pertenencias, pero les permitieron cruzar el río Dniéster y llegar a tierras moldavas.

»En la carta que Clarice escribe a Getulio Vargas para obtener su naturalización, asegura que no habla palabra alguna de ruso, cosa difícil de creer porque convivió diez años con su madre, quien seguramente le hablaría en su lengua. El portugués se convirtió en algo parecido a un refugio que la resguardaba de las inclemencias de la existencia. Se naturalizó brasileña en 1943 y a los pocos días se casó con Maury Gurgel Valente.

»Una noche de 1966, Clarice despertó y vio que su habitación estaba llena de humo. Como pudo, salió de la cama y se pegó a la pared; las cortinas, las almohadas, las sábanas, los apuntes de la mesita de noche, todo comenzó a arder. Logró abrirse paso entre las llamas y cruzar la puerta. Corrió por la estancia y cayó de bruces. No se sabe qué sucedió después, sólo se sabe que fue ingresada al hospital con graves quemaduras y que su mano derecha quedó tan lastimada que no pudo escribir por mucho tiempo. Fue la brasa del cigarrillo, que seguía encendido cuando las pastillas para dormir ya le habían hecho efecto, y quizá alguna copa de alcohol. Los libros de su biblioteca personal se convirtieron en un montón de cenizas blancas.

»Correría el año de 1960, tal vez –Nélida no llegó a recordarlo con exactitud–, el caso es que era invierno y ella pasó a Chocolates Kopenhagen, en pleno centro de Río de Janeiro, y compró una canasta con huevos de Pascua, se dirigió al departamento donde vivía Clarice y la dejó en su puerta con una nota que decía: “Fue entonces que aconteció, por pura formación, que la gallina puso un huevo”, pero no la firmó, porque no quería ser su alumna, quería ser su amiga. Se fue sin decir nada y, tiempo después, el destino le concedió a Nélida su deseo: se convirtió en la mejor amiga de Clarice Lispector.

»Una vez que los Lispector llegaron a Brasil, se asentaron en Maceió. Pedro Pinkhas se empleó como vendedor ambulante para poder alimentar a su familia. Todas las mañanas salía a recorrer las calles, adentrándose en los barrios más alejados, para ofrecer sus mercancías. El helado invierno de Ucrania se había vuelto un recuerdo nebuloso, dando paso al bochorno y a la luz tórrida del sur de América. Luego de unos meses, se marchó a Recife con su mujer y sus hijas.

»A Clarice no le gustaba hablar de su origen inmigrante ni de su origen judío, no le gustaba revivir sus dolores familiares, en cambio, le encantaban las cartomancianas. Ella y Nélida visitaban a una con regularidad. Poco antes de morir, en su cuarto de hospital, Clarice le preguntó a Nélida que cómo había sido posible que las cartas no le hubieran avisado de su enfermedad.

»La literatura no sirve para cambiar al mundo, sólo nos ayuda a evadirnos, a volar, a desaparecer. Eso pensaba Clarice, que comenzó a escribir cuando su mamá abandonó este plano. Sólo tenía diez años. Desde entonces, le quedó una sensación de culpabilidad por no haber podido curarla. Cuando los Lispector huían de Europa, Marieta, la madre, sufrió una violación tumultuaria por parte de los militares, que la contagiaron de sífilis. Las creencias de la época dictaban que un embarazo limpiaba a la mujer de toda enfermedad, por eso Marieta se embarazó de Clarice, pero la sanación nunca llegó.

»Según Paulo Gurgel, hijo menor de Clarice, “todas las historias de refugiados son tristes: partir de un lugar hacia otro, en otra parte remota del planeta, con otro idioma diferente, no es nunca una experiencia alegre, es una apuesta por la vida. Y quienes fueron perseguidos arrastran esa marca”. Lo dijo hace poco, en una entrevista.

»Cierta ocasión, Clarice y Nélida asistieron a un congreso nacional de especialistas en literatura. A mitad del evento, Clarice abandonó la sala. Más tarde le dijo a su amiga: Si yo hubiera entendido una sola frase de todo lo que dijeron, no habría escrito una sola línea de mis libros.

»Cuando Clarice tenía dos años, su padre se la amarró al pecho y tomó de la mano a Marieta y a sus dos hijas para escapar del pogromo. Huyeron en una carreta atestada de gente andrajosa en mitad de la noche. Pasaron por Kishinov, Galati, Bucarest, Budapest, Hamburgo, Havre, Oporto, Lisboa y Funchal, hasta alcanzar un barco que los llevó a Brasil. Con el paso del tiempo, deshizo el camino para volver a Europa y reunirse con su marido, quien había recibido un cargo diplomático: de Río de Janeiro partió a Natal y de ahí se embarcó a Liberia, pasó por Guinea-Bissau, Dakar, Lisboa, Casablanca, Argel, Tarento y por fin llegó a Nápoles. Se quedó en Europa muchos años. Ahí nacieron sus dos hijos. Era como si las Moiras estuvieran decididas a que Clarice nunca tocara puerto.

»De joven, Clarice amaba leer a Katherine Mansfield y a Virginia Woolf.

»Después del incendio, su mano derecha quedó tan deforme que parecía una garra. Aún así, se sentaba en la sala de su departamento, se ponía la máquina de escribir en el regazo y tecleaba horas enteras, con su perro Ulises echado a sus pies, sobre la alfombra.

»Desde Nápoles, Clarice escribió a su amigo Lúcio Cardoso y le contó que había ido a ver la lava del Vesubio. Ya habían pasado meses de la erupción y la tierra aún estaba caliente, por eso, cuando llovía, subía humo del suelo.

»Cuando Clarice tenía hambre, se convertía en una náufraga a la que había que salvar. Eso también lo dijo Nélida Piñón.

»Maury y Clarice se fueron a vivir a Estados Unidos en 1952, luego de una larga estancia en el viejo continente. Ahí vivieron siete años, hasta que Pedro, su hijo mayor, comenzó a presentar síntomas de una enfermedad mental. Ese hecho devastador precipitó la separación del matrimonio y el regreso de Clarice a Río de Janeiro, en 1959. En realidad, ella nunca pudo superar la lejanía de su patria, siempre quiso volver al lado de sus hermanas, a la ciudad costera de su juventud, a las playas de Ipanema y Copacabana, y al estridente carnaval de su imaginario íntimo.

»Clarice escribió La pasión según G. H. en 1963, una de sus obras maestras, en su departamento de Río de Janeiro, donde pasó la última etapa de su vida.

Podría seguir sacando papeles de mi cajita, pero creo que mi puzle está completo por ahora. Esta es la Clarice más humana que puedo imaginar. La mujer que tejió una red de historias delirantes en la que todos hemos caído presos de una trama que tiene un principio, pero no tiene un fin. La mujer que nos ocultó los hechos, pero nos brindó los estados mentales que nos revelaron otros filos del mundo.

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Desde la terraza de su cuarto, que daba al mar, en Nápoles, 1944.
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Berna, Suiza, circa 1946. Foto: Bluma Wainer
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Últimos años de Clarice.
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Con su perro Ulisses, en su departamento del barrio Leme, cerca de Copacabana, Río de Janeiro, 1974.
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Visita al Vesubio, frente a la bahía de Nápoles, región de Campania, Italia.
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Carta oficial de Clarice Lispector al entonces presidente de Brasil, Getúlio Vargas, respecto de su naturalización. Proceso 08 199/ 42, Archivo Nacional, Río de Janeiro; verano de 1942.
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Entrevista a Lispector publicada en O Pasquim, en junio de 1974, en la que destaca el sentido del humor. Los periodistas: Ziraldo, Sérgio Augusto, Jaguar, Ivan Lessa, además de las escritoras invitadas, Nélida Piñón y Olga Savary.


· PUEDES ENCONTRAR LA NOVELA que se menciona en este artículo en la Sala General de la Biblioteca de México: Clarice Lispector, La pasión según G. H., Monte Ávila Editores, Caracas, 1964; proveniente del acervo personal del sociólogo mexicano Gabriel Careaga.

· Asimismo encontrarás este libro de Lispector en la colección Continente de la editorial Monte Ávila, Caracas, pero con otro año de edición: [1979], en el Fondo José Luis Martínez y en el Fondo Luis Garrido; en este último se debe pedir al bibliotecario antes de las 2 de la tarde.

· Todas las fotos fueron tomadas de Nádia Batella Gotlib, Clarice Lispector: Fotobiografía, S Consultores en Diseño, S. C./Conaculta, 2015. Textos, fotografías e imágenes documentales de Clarice Lispector son propiedad de © Herederos de CLARICE LISPECTOR, 2007; se reproducen aquí sin fines de lucro.




Cuentista y periodista cultural, BETTY BITTER BOW es jefa de Redacción en la revista Biblioteca de México: De Ciudadela a Vasconcelos.