Arte Antiguo de América en NY
Trastocar el carácter del Met, un asunto de migrantes
MIGRACIONES CULTURALES
Charla con Laura Filloy Nadal   |    Junio de 2024
Nuestro vínculo sigue siendo con ese país del que salimos.
Una enorme estela deja su recinto habitual en el Museo de Antropología y sale del Bosque de Chapultepec, se encarama a una plataforma rumbo al aeropuerto Benito Juárez, sube a un avión cargo, atraviesa algunas planicies, montañas, ríos, miles de kilómetros y aterriza en Newark, Nueva Jersey, aborda un camión con plataforma, cruza el río por los puentes a Manhattan, llega al Central Park, pero no cabe por la puerta normal de aquel edificio, hay que meterla por un acceso especial, por donde solamente entran piezas grandes, entonces las curadoras regalan café y donas a todos los involucrados, porque empezamos desde las 5:30 de la mañana, y hubo que subirla a un segundo piso con un pallet para moverla: mide casi 4 metros de largo y pesa más de seis toneladas, y el montacargas aguanta nada más siete; quedó a pulgada y media de separación entre un borde y el otro, y por poco no sube. Se trata de la Estela 51 de Calakmul, Campeche, con el retrato del gobernante Yuknoom Took’ K’awiil quien reinaba en el año 731 de nuestra era.
La estela llegó a Nueva York para ser parte de una exposición temporal que cambiaría el paisaje neoyorquino durante casi cinco meses. “Los mayas toman el Met”, relataba un periódico de circulación nacional en México; “esta exposición es un regalo”, según el New York Times, y la televisión local invitaba al público a acercarse “a los antiguos secretos y ritos de los mayas en uno de los museos más reconocidos del mundo”.
Hablábamos de todo este trayecto frente a la gran estela. Los visitantes eran invitados especiales, y muchos de ellos no habían ido nunca a un museo, o era la primera vez que recibían una visita guiada por un especialista. Hablábamos de una escultura y su proceso de migración temporal, por así decirle.
Entonces eras una fuereña hablando con tus paisanos del sur sobre el arte en piedra proveniente de los rumbos que habían dejado atrás; piezas que fueron también hasta allá, al menos por una temporada, para darse a conocer en la exhibición que curaste.
Y todos estábamos en un lugar con una rica historia de migración, algunos de manera más permanente. La ciudad de Nueva York ha sido un espacio multicultural desde su origen. Hay un flujo migrante enorme desde muy tempranas épocas, y las diferentes comunidades se han ido asentando en barrios específicos. La primera zona en habitarse fue el sur de la isla, donde están los barrios más antiguos, y más abajo se encuentra la Estatua de la Libertad, en la isla Ellis, punto de ingreso de todos los barcos que venían de Europa.
Nueva York era el puerto de entrada de todo el conocimiento occidental y de toda la migración, por eso en 1870 algunos estadounidenses que vivían en ese entonces en París (financieros, hombres de negocios e intelectuales) se preguntaban cómo es que en una ciudad que es la vanguardia del momento, y donde hay todo el dinero del mundo, “no tenemos un museo como el Louvre, en París, o el British Museum en Londres”, donde se ve arte de todos lados. Así que comienzan las gestiones y se ponen a recabar fondos. A la par, otro grupo en Nueva York busca un sitio adecuado para construirlo, y la ciudad les otorga un terreno en las afueras, en una zona aún sin urbanizar. Ahora, el Museo Metropolitano de Arte, es decir, el Met, está al centro del movimiento, rodeado de universidades y otros museos, y convive con la ciudad, con el parque. Sus colecciones están determinadas por áreas culturales y cubren una temporalidad de más de 5,000 años del arte de todo el mundo.
Te incorporaste al equipo curatorial del Met para atender una de esas colecciones.
Sí, con dos proyectos a velocidades distintas: el primero fue cortito, lo empecé a desarrollar desde que estaba en México, era una exposición temporal, de unos meses, sobre las divinidades en el arte maya, la vida de los dioses, su historia, cómo se les representa en vasos y diversos objetos, y todo sobre sus aventuras, personalidades y actividades diarias, de lo cual sabemos mucho gracias a las fuentes históricas del siglo XVI, los datos arqueológicos, la tradición oral y los avances de la epigrafía, o sea la lectura y desciframiento de la escritura y la iconografía. En este proyecto trabajamos tres curadores: Joanne Pillsbury, del Met; Oswaldo Chinchilla, profesor de la Universidad de Yale, y yo.
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Ha de tener lo suyo descifrar códigos inscritos en otra cultura: adaptarse a los usos en un lugar así tiene sus implicaciones positivas y otras… ¿extrañas?
Cuando llegué a Nueva York, trabajamos intensamente con el arqueólogo Oswaldo Chinchilla, guatemalteco, y a ambos nos llamaban la atención muchas cosas que se decían en el pasillo, como “¿Por qué ustedes siempre se presentan como la mexicana y el guatemalteco?”, y decíamos: “Pues porque así es, no somos hispanos ni latinos nada más: yo soy mexicana y él es guatemalteco, sí nos importa el país de donde venimos, porque comemos cosas distintas, hablamos con cadencias distintas, por ejemplo, y cada quién se define por su país”. Llegando a Estados Unidos, te meten en ese saco común de identidad, en función de las necesidaes de administración del gobierno: cada vez que llenas un formulario con casillas, te debes poner en alguna de esas categorías. Pero al interior de nuestras comunidades, todos nos reconocemos en una pertenencia particular. Nuestro vínculo sigue siendo con ese país del que salimos.
Migrar no es fácil, dejas atrás mucho, pero también vas encontrando nuevos caminos. En el Met he encontrado la solidaridad increíble de una mujer inteligente, Joanne Pillsbury, especialista en el sur del continente americano y un ejemplo de sororidad. Trabajar en tándem con alguien tan generoso me ha ayudado a encontrar un camino, todo el tiempo me va enseñando para que pueda yo transitar en un mundo nuevo y desconocido que es otro museo, además ha propiciado que resolvamos todo en comunicación constante, incita mi curiosidad, estirando la liga para tratar de profundizar en las historias que ambas queremos contar.
En esos primeros meses, algo que nos ponía la piel de gallina a Oswaldo y a mí era escuchar que los mayas estaban muertos desde hace varios siglos; alguien comentaba: “Bueno, pero por qué están tan preocupados por los mayas si desaparecieron hace tantos años”. No veían conexión con el presente, a fin de cuentas la colección se llama Arte Antiguo de América. Así que para los tres curadores se convirtió en una prioridad demostrarles que la cultura maya está viva, que además son sus vecinos, que viven en Nueva York: nada más hay que salir de la 5ª Avenida, alejarse un poco del Met e ir un poquito más allá, ahí están las comunidades k’ichés de Guatemala, portando con orgullo el traje de su comunidad en el metro. Desgraciadamente, las comunidades originarias de América Latina no tienen la visibilidad de otras comunidades como la italiana o la rusa, no se ven tanto porque están en las cocinas, en la construcción, en puestos clave de sustento para todos los demás.
Mencionaste la tradición oral como un elemento esencial para entender las escrituras antiguas, funciona como sustento; para lidiar con materiales duros se recurre a la “materia” dúctil de una lengua que no ha desaparecido ni ha muerto: se sigue hablando.
Sí, en el presente hay más de seis millones de personas que hablan alguna de las 22 variantes de la lengua maya en México, Belice, Guatemala y algunas comunidades de Honduras y El Salvador; pero también se habla maya en Nueva York. Los censos son una delicia de herramienta digital, pues cualquier persona que se registre va a dejar ahí una cuenta. Nosotros consultamos el censo de hace un par de años y vimos que en la región vive gente de distintas etnias y que la comunidad k’iché en la cercanías de Nueva York es enorme, alrededor de 1,200,000 personas; y ahí empezó todo: antes de hacer este ejercicio no sabíamos qué tanta presencia había, pero los dos nos sorprendimos porque éramos recién llegados. Por eso durante los últimos meses antes de que se abriera la exposición, integramos contenidos que tenían que ver con la pervivencia de la lengua maya y con la forma en que la cultura de los hablantes actuales abona en el conocimiento que se tiene del pasado, permite un acercamiento más profundo. Pusimos la cédula introductoria a la exposición también en español y en k’iché; tradicionalmente en el Met sólo aparecía en inglés. Escogimos la variante k’iché, sobre todo, porque es el idioma en que fue escrito el Popol Vuh –la recopilación del siglo XVI–, nuestra fuente de información para lo que estábamos contando.
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También logramos tener un mapa del área maya –un museo de arte no suele utilizar mapas– y señalamos, sí las ciudades arqueológicas y los lugares de donde provenían los materiales exhibidos, pero enfatizando las demarcaciones de los países actuales, para que estos grupos que pertenecen a las comunidades descendientes pudieran acercarse al mapa y decir: “Yo soy de ahí”, “Tu abuelito era de allá”, y que pudieran apropiarse del territorio. Logramos algo importante: hacer patente la comunidad de origen a la que nos sentimos vinculados.
Lo siguiente fue reconocer a los artistas que pintaron o esculpieron las piezas exhibidas –no sé bien cuántas veces se haya hecho en otros museos, pero nunca antes en el Met–. De nuevo la epigrafía y sus ventajas: ahora sabemos sus nombres y asentamos cada uno en las cédulas, ubicándolos también en la época en que se ejecutó la obra: “Lo’Took’ Akan Xoc, artista maya, activo en el siglo VIII”, o parejas de escultores: “K’in Lakam Chahk y Patlajte’ K’awiil Mo, artistas mayas, activos en el siglo VIII”.
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Estábamos acostumbrados a que el arte precolombino fuera anónimo, y al nombrar a los autores, el museo recibe mejor a esas comunidades no tan visibles, ¿no? Como un espejo.
Pero el museo puede intimidar a la población que migra desfavorecidamente y que reside en la ciudad; nuestras comunidades no se acercan, sino los turistas. Así que decidimos abrir las puertas e invitar a la gente, abordamos a distintas audiencias que quiseran oírnos. Por primera vez en el Met se procuró hacer una búsqueda para atraer a otro tipo de personas. Además la pandemia influyó un poco. El Met recibe a más de 4 millones de visitantes al año, y un gran porcentaje es de extranjeros. El flujo de turistas bajó durante la pandemia, pero el público de la ciudad sí podía utilizar ese espacio y, con todas las precauciones y protocolos, tuvo acceso al museo. Esto puso de manifiesto que había que buscar la manera de convocar a otros públicos que no suelen ir al museo pero que viven en la región y que son descendientes de esas culturas que habían producido tanto los objetos como el conocimiento que estábamos tratando de comunicar, particularmente en la exhibición temporal dedicada a la deidad maya; es decir, a los migrantes de México, Guatemala, Honduras y parte de El Salvador que tienen relación con las culturas mayas y que conservan sus tradiciones en EU. Entonces hicimos guiños para hacer patente que los mayas están activos y siguen produciendo conocimiento, que la cultura se sigue transformando. Esto no es privativo de las comunidades mayas, por supuesto en Nueva York hay una gran diversidad; por ejemplo hay mixtecas, nahuas, otomíes, quechuas (por nombrar algunos)… NY es un mosaico plurilingüe.
Para llegar a estas comunidades tuvimos que construir nuestra propia red. Solicitamos fondos y recibimos una asignación de The Mex-Am Cultural Foundation. Conseguimos un pequeño apoyo de otra asociación interesada en la conservación de la lengua materna, sin importar su origen geográfico. Armamos visitas guiadas en español para grupos de 25 personas, a cargo de curadores y otros gestores especializados en el tema. Pero los migrantes no tienen dinero para pagar ni la entrada al museo ni el transporte, entonces se compraron tarjetas de metro con lo suficiente para ir y venir desde donde estuvieran; se les daba su entrada, un bono de 20 dólares para que comieran en la cafetería del museo y les saliera gratis toda la jornada, y cuando salieran de nuestra exposición, pudieran descubir el museo si se les antojaba, porque a lo mejor no, pero a lo mejor sí, o que pudieran volver otro día. El objetivo era dar a conocer los contenidos de la exposición, y después que se perdieran por ahí, porque todo aquel que camina por un museo va absorbiendo nada más de ver lo que hay ahí. Lo que está en los museos te enriquece, te transforma.
Todo esto implica que en la estructura del museo debe haber apertura: en el departamento de seguridad, en boletaje, en comunicación social… para atender a grupos especiales y recibir a la gente. Es decir, esto trastoca no solamente la vida de aquellos que comparten el proyecto, sino de todo el museo, la organización de una institución y su comunicación educativa. La curadora en jefe, la doctora Alisa Lagama, jefa del departamento curatorial dedicado al arte de África, América Antigua y Oceanía, ha tenido una buena disposición para recibir propuestas singulares; igual que otras áreas estructurales del museo, que han sabido adaptarse y apoyar proyectos como este, al que llamamos “Puertas abiertas a la comunidad”.
En cinco meses atendimos a treinta y tantos grupos con más de quinientas personas y veinte organizaciones. Con tres guías solamente… Íbamos sábados y domingos, se daban varias visitas al día, por la mañana y por la tarde. En ocasiones nos prestaron un micrófono porque ya la voz no daba, en fin. Hablamos de platillos y fiestas, de tinturas, el azul maya, de los usos del maíz y del arte del dios del maíz: sus orígenes, su regeneración e inspiración, sus sagas y viajes épicos, de arquitectura y modificación de los espacios… Trajimos a colación cómo han permanecido los saberes del tiempo mítico en sus comunidades, poniendo ejemplos que se pueden rastrear en el Popol Vuh o que se distinguen en las piezas de arte; es decir que hay una custodia de tradiciones culturales. Entre varias personas hicimos encuestas de salida y, de la gente que atendimos, una cuarta parte nunca había ido a un museo, y en Nueva York, menos. Para otro tanto era su primera experiencia guiada y para más de la mitad era su primera visita al Met. ¡Esto le hace el día a cualquiera!
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¿Y cómo le hicieron para atraer a tantas personas?
Tuvimos que empezar a trabajar con las organizaciones migrantes, y cada una nos iba diciendo, “Ah, pues ahora habla aquí…”. Empecé con dos muy importantes que dan atención al migrante poblano –Mi Casa es Puebla y Casa Puebla–, porque la población de este estado es muy grande, todo mundo le dice “Puebla York”. Y de ahí me contactaron con la Red de Pueblos Trasnacionales, que se ubica en el Bronx, y con otras organizaciones de migrantes de Centroamérica. Las iglesias también eran un buen lugar de comunicación; por ejemplo, una señora llegaba el domingo a misa y les decía: “Qué creen, ayer estuve ahí…”, y las otras decían: “¿Y se puede ir?” Y como yo ya les había dado mi tarjeta para estar disponible, se compartían los datos de la oficina en el museo y se ponían en contacto con una gran asistente, Natalie DeJesus, de familia puertorriqueña y guatemalteca; así organizábamos los grupos.
Las visitas se concertaban también de acuerdo con diferentes intereses; por ejemplo, estudiantes de posgrado, de escritura creativa de la Universidad de Nueva York, y con ellos hablábamos más de la narrativa del Popol Vuh, de la saga de los dioses. O el colectivo Colibrí, intérpretes de español y lenguas originarias que facilitan los trámites administrativos en distintos lugares de Estados Unidos; ellas tenían otro interés, precisamente el uso de estas lenguas en el discurso curatorial.
Cuando ya llevábamos tres meses trabajando a paso hormiga, bien difícil, el consulado general de México se sumó, lo cual estuvo muy bien, porque tiene acceso a una gran cantidad de población, así que tuvimos una afluencia enorme. Las casas de migrantes, junto con el Instituto de Cultura de México y el Consulado, organizaban a grupos más estructurados.
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Pues sí que se ha contrarrestado en el museo la idea de que lo maya ya no exista…
Bueno, pues para el cierre de la exposición invitamos a Pat Boy, un músico que rapea en maya y rememora su cultura. Es profesor de maya en Quintana Roo y como los niños no estaban interesados en aprender, decidió usar el rap como herramienta para motivarlos. Además es quien hizo el rapeo de la película Black Panther: Wakanda Forever, que estaba en cines en esa época de la exposición, y que el público visitante sí ubicaba, entonces era un momento interesante para hablar de la trama de la película, de esos lugares comunes, que vieran las esculturas y se dieran cuenta de que los personajes de la cinta se vestían como los personajes en las piezas.
Pat Boy estuvo un par de días en la galería, hablamos sobre las piezas e hizo un rap sobre el dios del maíz. Los del departamento de seguridad casi me cuelgan con esta iniciativa, porque primero pensaron que iban a llegar las hordas de raperos, y no estaban acostumbrados a esto. Pero tener a Pat Boy en la galaría fue una catarsis colectiva interesantísima, el público de todas las edades disfrutó las presentaciones. Yo gocé mucho de dar las visitas guiadas en español, aunque es muy difícil captar la atención de la gente joven y mantenerlos entretenidos durante una hora, pero bueno, en la presentación de Pat Boy los chavitos estaban vueltos locos con el rap.
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Otro punto interesante que hay que fomentar es que se requiere de esfuerzos internacionales, de colaboraciones entre instituciones, entre colegas, para dar a conocer el patrimonio. Hay ejércitos de personas que trabajan en distintos museos y nadie los ve, manipulan estos objetos y los trasladan miles de kilómetros para hacerlos llegar al público; Las vidas de los dioses: la divinidad en el arte maya fue apreciada por más de 225,00 visitantes. Es muy satisfactorio que tanta gente se haya sumado a esta experiencia piloto, con la que convocamos a una comunidad específica, más centrada en México y Guatemala, pero que vamos a tratar de ampliar a través del trabajo consular de todos los países que están presentes en las colecciones de la nueva galería, que abrirá sus puertas en la primavera del año que viene, 2025.
Ese es tu segundo proyecto en el Met, ¿cierto? El que va a una velocidad más tranquila.
Precisamente, es de largo aliento y se trata de transformar el concepto y el contenido curatorial-museográfico del ala Michael C. Rockefeller, la galería dedicada a la salvaguarda y estudio de las tres grandes colecciones que llegaron del Museo de Arte Primitivo en la década de los 70 del siglo pasado: grupos culturales muy distintos: el continente americano, la parte sur o subsahariana de África y Oceanía completa, es decir, todo el sur del mundo, y por lo tanto, el arte de las Américas en toda su extensión territorial, salvo el territorio que ocupan las culturas de Estados Unidos y Canadá. Nuestro cometido, como curadoras, es reconfigurar y replantear la forma en que se va a presentar no solamente los objetos, sino los contenidos.
Semejantes transfomaciones llevan su tiempo de concepción, me imagino…
Un lustro por lo menos. Además tienen una vigencia de unos veinte o treinta años, de modo que los contenidos que vas a plasmar deben ser acordes con el conocimiento que se tiene de las colecciones, y se debe abrir la puerta a la continuidad y a los cambios necesarios para mantener siempre vigentes esos contenidos. Es un momento muy dinámico, pues el museo está en profunda transformación, y su directiva está buscando, precisamente, acceder a nuevas audiencias.
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Llegaste como la primera curadora latinoamericana para el arte de América del Met, en sus 150 años de existencia.
Quisiera contar que las primeras galerías del Met dedicadas a las Artes de las Antiguas Américas se inauguraron a finales del siglo XIX: en 1873, la escultura mexicana en piedra despertó el interés de los diplomáticos, entonces llegaron las primeras piezas al museo; con su presencia se buscaba que hubiera “antigüedades americanas para un museo americano”. La colección fue posteriormente retirada de la vista, y sólo hasta 1982 el público pudo volver a disfrutar y conocer más sobre la producción artística de las culturas originarias de este continente.
Con este proyecto de reconfiguración de las ideas, el museo abrió también un espacio intelectual para mirar los objetos desde otra perspectiva. A mi manera de ver, es una valiosa oportunidad para el ámbito cultural mexicano y para el INAH, que me ha apoyado en todo momento para que pueda llevar a cabo estas labores curatoriales, y en el plano personal también es una gran oportunidad porque es la primera ocasión en que esas colecciones tienen a alguien que pertenece a la comunidad de Latinoamérica como curadora a cargo; eso también es importante en cuanto a la conquista de los espacios, como mujer y como mexicana, el poder ocupar puestos de investigación o curatoriales en museos del exterior por demostrar la calidad del trabajo que se hace en México.
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La página web del museo es muy amigable y cuenta con un espacio de contenidos en español, con cédulas informativas, videos y audioguías:
https://www.metmuseum.org/es/exhibitions/gods-divinity-maya-art/exhibition-objects
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LAURA FILLOY NADAL tiene una licenciatura en Restauración por la Escuela Nacional de Conservación, así como una maestría y un doctorado en Arqueología por la Sorbona de París. Desde 2022 colabora como curadora de las colecciones de América Antigua en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Ha sido conservadora en el Museo Nacional de Antropología y profesora de asignatura en la ENAH y en la ENCRyM, ambas del INAH. Es miembro del SNI. Entre sus publicaciones destaca su libro Pakal el Grande, soberano maya de Palenque (FCE, 2024).