De cómo me nacionalicé mexicano…
(lingüísticamente hablando)
MIGRACIONES CULTURALES
Por Imanol Caneyada   |    Junio de 2024
Así que llegaba al país de los inventores de verbos.
Cuando llegué a este país, hace ya 34 años, uno de los muchos fenómenos que me sorprendió fue la capacidad que tenía el mexicano de crear verbos a partir de sustantivos, adjetivos o pronombres. De ninguno, ningunear (creo que no existe en el español actual una voz que exprese con tanta contundencia lo que expresa este verbo). De pantalla, apantallar; de Cantinflas, cantinflear; de chipilón, chipilonear, etcétera.
La función del verbo en la narrativa es primordial ya que representa acciones, las cuales son el fundamento de un cuento, una crónica o una novela. Más allá del adjetivo florido que, como ustedes saben, si no embellece mata, el verbo es el que nos permite a los narradores imprimir ritmo, secuencia y vida al texto.
![[caneyada_1_mapamex]](../_IMGS/_JPG/caneyada_1_mapamex.jpg)
Así que llegaba al país de los inventores de verbos. Verbos que, al menos en España, no existían, con el inconveniente de tener que echar mano de locuciones y perífrasis verbales. Debo decir también que la sabiduría popular del hablante mexicano llevaba a estos inventores a construir dichos verbos siempre en la primera conjugación, para evitar así los desafíos de la irregularidad, ya que los mexicanos y los verbos irregulares se llevan mal. En este país no nieva, sino que neva; aquí no fuerzo las cosas, sino que las forzo. Esta irreverencia frente a la irregularidad verbal también me descubría, a fin de cuentas, la creatividad lingüística del hablante mexicano para superar los absurdos escollos que a veces nos impone una lengua.
El español de México exigió de mí una “desprejuiciación” radical.
Mis primeros años de aprendizaje del español mexicano fueron una fascinante aventura que me permitió conocer mejor y más profundamente este idioma que compartimos millones de personas de este y del otro lado del Atlántico. Como usuario corriente de la lengua, pero sobre todo, como narrador en ciernes, entender, asimilar, aprehender y aplicar el español de México exigió de mí toda la creatividad lingüística de la que era capaz, acompañada de una “desprejuiciación” radical. Sus particulares estructuras sintácticas, su semántica llena de indigenismos, anglicismos y arcaísmos, su compleja fonética respecto de una letra que hasta entonces era anodina para mí: la equis; su amor por la ambigüedad, su perversa relación con lo que conocemos como “malas palabras” o groserías... todo era un desafío a mi capacidad inventiva.
La literatura, especialmente la narrativa, jugó un papel fundamental en este proceso. El mundo de Rulfo, el primer Carlos Fuentes, los iconoclastas escritores de la onda, especialmente Gustavo Sainz, la extraordinaria novela de Fernando del Paso Palinuro de México; Chin chin el teporocho, de Armando Ramírez; Jorge Ibargüengoitia y sus Relámpagos de agosto, toda una narrativa que exploraba sin complejos la riqueza lingüística del español de esta tierra para fijarla en el imaginario colectivo, así como el Quijote fijó el incipiente español en su momento.
![[caneyada_2_aprendiz]](../_IMGS/_JPG/caneyada_2_aprendiz.jpg)
Como lector extranjero, la narrativa de estos y otros autores que me dejo en el tintero puso a prueba mi ingenio más allá de lo imaginado e hizo de mí un mejor lector.
Quiero hacer un paréntesis para señalar la estupidez de las empresas editoriales transnacionales que piden tácitamente a los autores latinoamericanos utilizar un español más “neutro” (tal cosa no existe), pensando en el mercado de la península ibérica. En los 80 yo fui un lector español que consumía ávidamente la literatura del boom, y los argentinismos, los colombianismos, los chilenismos, los mexicanismos me parecían fascinantes. En la actualidad, estas casas editoras subestiman la creatividad lingüística del lector, condenando a la literatura hispanoamericana a la estandarización y el empobrecimiento.
Pero decía que la narrativa de estos autores hizo de mí un mejor lector, primero, y luego un mejor escritor.
![[caneyada_3_libreta]](../_IMGS/_JPG/caneyada_3_libreta.jpg)
Siempre he sido de la idea de que la obra literaria sólo está completa cuando llega a ojos del lector, el indispensable cómplice del hecho literario, sin el que la aventura escritural queda incompleta. Pero no un lector funcional cuya creatividad verbal se ha visto mermada por años de pereza y enajenación (recordemos que Philip Roth anunció su retiro de la narrativa hace unos años con una frase escalofriante: La pantalla nos ha vencido). Me refiero a un lector dispuesto a gozar del desafío lingüístico que significa adentrarse en una obra literaria, cualquiera que sea su género, y romper el control de la imaginación de los procesos lógicos. Un lector con una muy desarrollada conciencia de su inventiva lingüística.
Gracias a esta conciencia exacerbada, y a pesar de la cerrazón de las editoriales comerciales en los últimos años, la literatura, y específicamente la novela hispanoamericana, ha viajado a lo largo y ancho del continente y ha brincado el charco, conectando a una comunidad que comparte una lengua que ha evolucionado de manera dispar en cada región dependiendo de sus circunstancias sociales, políticas, históricas, geográficas, climáticas y culturales. Únicamente a causa de la desbordante creatividad verbal del lector hispanoamericano, nuestros narradores nos pertenecen por igual sin importar su pasaporte.
![[caneyada_4_lupaletras]](../_IMGS/_JPG/caneyada_4_lupaletras.jpg)
En este sentido, un lector francés o anglosajón no es tan exigido como un hispanohablante, pues no debe enfrentar la vastedad de registros que el español ofrece diatópicamente hablando.
Una vastedad que pone a prueba nuestra creatividad lingüística de manera constante y que, por fortuna, desdibuja las fronteras.
•
· TE RECOMENDAMOS LEER la narrativa de Imanol, el autor de este artículo; en particular dos cuentos que hablan sobre la frontera mexicana: “Un problema de abasto” y “White Trash”, en su libro Itinerario del abismo, FCE, México, 2023.
![[185_Imanol_Caneyada_FotoCortesiaAutor]](../_IMGS/_JPG/185_Imanol_Caneyada_FotoCortesiaAutor.jpg)
Narrador y periodista de origen vasco, IMANOL CANEYADA (San Sebastián, 1968) adoptó la nacionalidad mexicana hace años. Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas, y algunos libros suyos son Litio, Hotel de arraigo, Las paredes desnudas, Espectáculo para avestruces, Tardarás un rato en morir... Su trayectoria literaria ha sido reconocida con los premios nacionales de Cuento Efrén Hernández y Agustín Yáñez, de Literatura José Fuentes Mares, el Bellas Artes de Novela José Rubén Romero y el Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, entre otros.