Banner del texto 'El eterno anhelo' de Yibrán Jalil Yibrán. Traducción de Aura López

Ofrecemos un esbozo del germen creativo de Ricardo Garibay, figura prolífica del siglo XX que se desarrolló en numerosos géneros literarios, nutriéndose de los clásicos y sus contemporáneos.

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Contraportada de Triste domingo. Garibay, Ricardo, Joaquín Mortiz, México, 1991. Biblioteca personal Carlos Monsiváis.

Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923-1999, Cuernavaca, Morelos) era un escritor todoterreno; frecuentó el relato, la novela, la poesía, el teatro, el guion cinematográfico, el ensayo, las memorias, el artículo de opinión y la crónica. Iba y venía, como si se paseara por un camino conocido, entre la literatura y el periodismo, entre la ficción y la no ficción. Asimiló de sus ancestros la vena literaria, el gusto por leer: aprendió a amar a los clásicos. Para él, escribir era “casi un placer sexual, y cuando se encuentra la frase deseada, es una forma de orgasmo”.

Su herencia literaria provenía tanto de su abuelo materno como del paterno. Este último fue José de Jesús Garibay, jefe político en varios pueblos durante el régimen de Porfirio Díaz y un versificador melancólico. Su abuelo materno, Domingo Ortega, escribía poesía e insistía en que Garibay adquiriera el hábito de la lectura. Reconoce en ellos y en Erasmo Castellanos Quinto a sus grandes maestros.


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Izquierda: Fotografía en Fiera Infancia y otros años. Garibay, Ricardo, Océano, México, 1982. Biblioteca personal Carlos Monsiváis. Centro: Bellísima bahía. Garibay, Ricardo, Joaquín Mortiz, México, 1984. Biblioteca personal Carlos Monsiváis. Derecha: El gobierno del cuerpo. Garibay, Ricardo, Joaquín Mortiz, México, 1977. Biblioteca personal Carlos Monsiváis.

Entre los diecinueve y los veinticuatro años, se ejercitó en lo que llamó gimnasia literaria. Emprendía largas caminatas nocturnas por el Paseo de la Reforma acompañado de Rubén Bonifaz Nuño y de Jorge Hernández Campos. Leía la Biblia, la Ilíada y la Odisea, a San Juan de la Cruz, Proust, Joyce, Faulkner, Wassermann, Vasconcelos, Gabriel Miró, García Lorca, Papini, Lugones, Borges y autores franceses, ingleses, alemanes, estadounidenses y mexicanos del siglo XX. Escribía de madrugada, rascándole horas a la noche, hurtándole minutos a los primeros rayos del sol.

Esos años de gimnasia derivaron en una sólida carrera literaria. Garibay no oculta su apego a sitios como Metztitlán, Mazamitla y la Ciudad de México, para efectuar viajes —imaginarios o reales— y hacer que coincidan en un texto la ficción y la evocación. Al escritor le atraen los rompecabezas que puede armar a partir de sus personajes, quienes se deslizan formando universos paralelos, cruces o consecuencias no del todo lógicas. Es un estudioso de los entramados que surgen de las relaciones que se frecuentan, se alimentan y se alteran con el paso del tiempo. A veces distante, otras discreta, su pluma apenas toca a los seres de sus historias, pero le basta con captar un gesto o enumerar actos mínimos y certeros, para dejar en el lector una fiel semblanza de sus protagonistas.

Hay varios espectros que exorciza a partir de la ficción. Uno de ellos es la infancia —a la que él llamó fiera—, pasaje que opta por enriquecer y dotar de elementos literarios para que, en la medida de lo posible, todo atisbo de barbarie —e insensatez— quede sepultado. Así se trate de la imponente figura de un padre rígido, inflexible, de una recalcitrante educación católica o de escenas de una lucha encarnizada —de vida o muerte— como leemos en “Guerra en el baldío”. La crueldad es el origen de toda ética. El ángel exterminador en forma de otro más de los indóciles jóvenes combatientes, cobra vida a ras de tierra, en medio de las deslumbrantes estratagemas bélicas.


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Izquierda: Ilustración en El gobierno del cuerpo. Garibay, Ricardo, Joaquín Mortiz, México, 1977. Biblioteca personal Carlos Monsiváis. Centro: Portada de Fiera Infancia y otros años. Garibay, Ricardo, Océano, México, 1982. Biblioteca personal Carlos Monsiváis.

Dice Maupassant que “el escritor realista no buscará darnos una trivial fotografía de la vida, sino una visión de ella más plena, aguda y convincente que la realidad misma”. Garibay supo correr los riesgos postulados por el autor francés y así logró salir avante en el entramado de sus historias —y acaso también en sus reportajes.

La prosa garibayesca privilegia los sentidos, en especial el oído. Es una frase que se repite cuando se piensa en uno de sus atributos narrativos, pero es innegable. La acertada polifonía, quizá como resultado de haberse sumergido en el Yoknapatawpha de Faulkner, fluye como un río caudaloso que hace acopio de los balbuceos de un niño hasta los giros lingüísticos de la gente de diversos estratos sociales: mecánicos, boxeadores, mujeres de cualquier edad, hombres melancólicos y seductores. Aunque esto implique ciertas licencias gramaticales y lingüísticas. Su pluma no discrimina, es incluyente. La fuerza de sus relatos se agolpa en el caló de la vida cotidiana. Recuerdos, un ramillete de ellos. Rostros de la infancia, calles y lugares que despiertan a una sombra que suele presentarse justo en el momento menos esperado, es la nostalgia que se engarza con la cultura popular.

A Garibay le atrae escribir de ángeles y espectros. Ellos tienen el común denominador de ser etéreos, fugaces y, tomando en cuenta su capacidad para alterar el rumbo de la historia, ineludibles. Estas presencias deambulan tanto en “Aires de blues” como en “De fantasmas”. El primero es un relato surrealista que se convierte en una experiencia polifónica, en donde sabemos lo que pasa por la mente de cada uno de los personajes. En el segundo, podría pensarse que no se trata propiamente de un cuento sino de un ensayo al estilo inglés o el desafío de un par de necias e intrigantes sábanas blancas; representa una muestra de su habilidad para el manejo de la prosa salpicada de ironía. Describe que en Morelia se aparecía un fantasma cadenero que en vez de espantar provocaba a su paso un ruido ensordecedor. Ameno, ágil, lúcido, así es Garibay cuando admira a ensayistas como Stevenson, Wilde, De Quincey, Chesterton y Coleridge.

“El General Frijoles” nos acerca a otro de sus temas recurrentes: la Revolución mexicana. Lanza una diatriba contra el movimiento revolucionario por la traición a sus principios. La muerte está retratada como un asunto banal que fue restándole importancia a la rebelión, una aguda crítica que rememora lo que señaló José Revueltas en El luto humano: “La revolución era eso: muerte y sangre. Sangre y muerte estériles; lujo de no luchar por nada sino a lo más porque las puertas subterráneas del alma se abriesen de par en par dejando salir, como un alarido infinito, descorazonador, amargo, la tremenda soledad de bestia que el hombre lleva consigo”.

Se dice que Arreola y Rulfo, a quienes tuvo codo a codo en el Centro Mexicano de Escritores en 1952-1953, eclipsaron la vida literaria de Ricardo Garibay. La frase acuñada por Emmanuel Carballo ha resonado durante varias décadas; no obstante, la obra garibayesca combate el olvido y se defiende muy bien contra esos “pesos pesados”. Cada determinado tiempo alguno de sus alumnos o una pluma joven lo redescubre entre sus remembranzas de infancia, en los recovecos que otorga la memoria para enfrentarse a la novela o al cuento. Se conoce ya casi como un estribillo, sin embargo, es pertinente subirlo a este ring: Julio Cortázar decía que la novela debe vencer por decisión y el cuento por nocaut. Si para Hemingway el periodismo era una forma de calentar el brazo —en metáfora beisbolera para poder enfrentar después los juegos mayores—, en la disputa por la palabra Garibay consiente los rounds necesarios con los que vence —con sus mejores golpes— a la página en blanco.


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Nota introductoria al Material de Lectura de la UNAM. Cuentos de Ricardo Garibay, número 143, que se publicó en marzo de 2023.



Mary Carmen Sánchez Ambriz es ensayista, crítica literaria, editora y periodista. Es compiladora de la antología La mirada del centauro (Verdehalago, 2001). En 2002 ganó el Premio Timón de Oro por su ensayo “La cabeza de Moby Dick”, otorgado por la Secretaría de Marina y Conaculta. En 2003 fue editora de la sección cultural de la revista Cambio, en donde Gabriel García Márquez era líder moral del semanario. Ha sido becaria del FONCA en ensayo, obtuvo la residencia artística México-Colombia y también fue becaria del Centro Mexicano de Escritores en cuento. Otras de sus publicaciones son Entre la brújula y la pluma (UAM-Xochimilco, 2006) e Historias del ring (Cal y Arena, 2012), antología que realizó junto con Alejandro Toledo. Ha colaborado en diversos suplementos y páginas culturales. Es autora del libro digital Miguel Torga: Voces de la tierra (2020). Actualmente tiene una columna de crítica literaria en Milenio; también es colaboradora de Nexos, del suplemento El Cultural del diario La Razón y del suplemento Confabulario de El Universal.