Banner del texto Entre hípsters y beatsters de Mary Carmen Sánchez Ambriz

Han pasado varias décadas desde la maldición lanzada por Allen Ginsberg: “América jódete con tu bomba atómica”, y todavía mantiene vigencia entre nosotros. Fuera de falsos formalismos, hace siete décadas, un grupo de jóvenes enfocados en abordar la antítesis del sueño americano, acaso un atroz insomnio, se insertaron en la escena literaria. Se trató de la generación beat, de la que mucho se ha escrito y leído; para ellos su movimiento era espiritual, representaba la alteración de la conciencia dotada de experiencias reveladoras.

A fines de los años setenta, Allen Ginsberg combinó el oficio de poeta con la docencia. Aceptó impartir una serie de conferencias en la Universidad de Naropa, Colorado. Desde un inicio tuvo en mente que iba contribuir a que se aclararan algunos pasajes de la generación beat; era el momento, desde la cátedra, para sentar las bases de los orígenes, de las diversas manifestaciones artísticas, del legado. Así elabora un minucioso recuento.

De esta manera, Ginsberg empezó a concebir una historia literaria de la generación beat. La pieza clave para entenderlo a él y a los demás. Las mejores mentes de mi generación es una serie de crónicas reunidas, transcritas y editadas por Bill Morgan, archivista personal de Ginsberg. Llama la atención la mesurada presencia de Morgan, quien en ningún instante aprovecha para atraer la mirada del lector con reflectores que no le corresponden, como suelen hacer ciertos autores oportunistas, necesitados del aplauso para desplazarse en la república de las letras.

Quizá como una situación predestinada, primero en el ámbito literario y luego en los hechos, a Allen Ginsberg desde su célebre poema “Aullido” le tocó hablar de las mejores mentes de su generación y, al parecer, siguió conversando sobre ellas por años —de 1977 a 1997—. A él le correspondió fijar el canon de los beat, forjarse como crítico literario de sus contemporáneos y dar información precisa. Su memoria es caudalosa como el río Amazonas, fluye y refleja el áspero estado crítico de su pensamiento. Son, por así decirlo, los entretelones de los beat: cuándo se conocieron, cómo se formó el grupo, quiénes eran realmente, qué deseaban obtener, cuánto en verdad lograron, qué los unía y qué los diferenciaba.

Lo interesante del libro es que Ginsberg narra su visión lejos de ser un periodista que atiende a los beat como si fueran estrellas de rock, sino a partir de su experiencia personal como parte de ellos, siendo testigo de cómo se creó un movimiento, una propuesta cultural que causó desconcierto y, paulatinamente, se hizo de un lugar entre los lectores. Una de las colegas de Allen, Anne Waldman, dice que no recuerda a ningún otro escritor hablando bien de sus contemporáneos. Los beats admiraban tanto a Walt Whitman como a Ezra Pound y aquí conviene mencionar una frase de Pound que Ginsberg acostumbraba citar: “Lo que amas permanece”.

Este libro cuenta con distintas aristas y casi puede pensarse que posee un carácter sui generis, inabarcable como suelen ser los anecdotarios. Empecemos con el nombre. Jack Kerouac durante una conversación con John Clellon Holmes hablaba del encanto de la “generación perdida” y de la naturaleza de los grupos literarios. Kerouac puso en duda la existencia de generaciones literarias e hizo la siguiente referencia, como una actitud espontánea y a manera de ejemplo: “Ah, esta es sólo una generación beat”. Pero el escritor dijo beat para evitar ponerle un nombre cualquiera y del que tuviera que arrepentirse. A fines de 1952, en la revista dominical del New York Times, Clellon Holmes publicó un artículo titulado: “Esta es la Generación Beat”. Y luego Kerouac mostró un adelanto de su libro En el camino y una antología bajo el título El jazz de la Generación Beat.

En los Estados Unidos, durante la década de los años cuarenta, la palabra beat era un término festivo, subterráneo, subcultural que remitía a quedarse sin dinero o sin un lugar. Como apunta Ginsberg, “en el uso inicial callejero, significaba frito, agotado, en el culo del mundo, preocupado, a la búsqueda, sin dormir, pasmado, perceptivo, rechazado por la sociedad, solo, espabilado”. Después Kerouac especifica el sentido que le otorga a la palabra ya como la “noche oscura del alma […] el necesario abatimiento de la oscuridad que precede a la apertura de la luz, a la anulación del amor propio que da lugar a la iluminación religiosa”. ¿Con referencia, tal vez, a la selva oscura anunciada por Dante?

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Allen Ginsberg, Las mejores mentes de mi generación, traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle, Anagrama, Barcelona, 2021, 528 pp.

¿Quiénes eran los que no tenían lugar? A fines de los años cincuenta, el grupo de los beat estaba integrado por Jack Kerouac, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes, Allen Ginsberg, Philip Lamantia, Gregory Corso, Peter Orlowsky, Neal Cassady y Carl Salomon. Más tarde incorporaron en sus filas a autores de San Francisco como Michel McClure, Gary Snyder, Philip Whalen, Philip Lamantia y al poeta afroamericano más conocido, LeRoi Jones. En la década siguiente la lista aumentó e incluyó a artistas plásticos, fotógrafos, gente de teatro, pero si se refiere a la constancia y a quienes nutrían al movimiento, la trilogía estaba compuesta por Kerouac, Burroughs y Ginsberg.

En lo referido por Allen Ginsberg, el ideólogo de la agrupación es Kerouac, quien le proporciona las bases de lo que significa ser beat. Se habla de una liberación sexual que incluye al movimiento gay, a la población afroamericana y a las mujeres; están a favor de la despenalización de la mariguana y otras drogas; muestran una consciencia ecológica, impulsada por Gary Snyder; rechazan la civilización de la máquina militar-industrial como lo exponen las obras literarias de los tres principales autores; proclaman la libertad y la eliminación de la censura; piden respeto por la tierra y las poblaciones indias de Norteamérica; advierten en el rhythm and blues y el rock and roll formas superiores de arte, como lo demostraron Los Beatles y Bob Dylan. Acerca de las drogas, Ginsberg asegura que ya para 1958 coincidieron en que el peyote y otras sustancias psicodélicas no eran la realidad suprema sino “catalizadores para evocar hasta cierto punto una mentalidad eterna, pero no una conclusión satisfactoria de la búsqueda”.

Kerouac da cuenta de dos estilos entre los jóvenes, dos bandos aparentemente irreconciliables: los hípsters o los beatsters. Mientras los hípsters eran tranquilos, barbudos lacónicos, por su arte, los beatsters eran ardientes, eran schlerm (palabra inventada por él), como “un pirado de ojos brillantes (a menudo inocente y cordial) que habla como un sacamuelas, va de bar en bar y de casa en casa, buscando a todo el mundo, vociferando, inquieto, borracho, esforzándose por ‘montárselo’ con los beatniks subterráneos que no le hacen ningún caso. Casi todos los artistas de la generación Beat pertenecen a la escuela hot, evidentemente porque la intensa llama de las gemas necesita un poco de calor”, concluye.

No obstante, existía una connotación que denigraba a los beat, Kerouac estaba consciente de que se les relacionaba con la pobreza, la depresión, la tristeza y que eran vistos como indigentes. Mas los escritores le dieron otra referencia a la palabra, la relacionaron con el sentido de una revolución a las costumbres en Estados Unidos. Los beat colocaron en tela de juicio la doble moral de la sociedad. Por esa razón el crítico literario Norman Podhoretz, en 1958, en el Partisan Review los acusó de “bohemios ignorantes”.

El enojo tanto de Norman Podhoretz como de Norman Mailer era avasallador, exagerado. Ellos no notaron que los beat contaban con una serie de autores de cabecera y que, por consiguiente, el epíteto de ignorantes era más bien un ataque. La lista iba de Shakespeare hasta André Gide, y las influencias determinantes radicaban en El idiota de Dostoievsky; Una temporada en el infierno, de Rimbaud; las novelas americanas de Thomas Wolfe; y El proceso, de Kafka.

Es posible que la incomodidad de los críticos quedara acentuada en esa libertad sexual, la propuesta de derribar tabúes en torno al machismo, la misoginia y la discriminación sexual y racial. En cierta forma, los beat fueron precursores de fomentar los derechos sexuales y de manifestarse en contra de cualquier tipo de segregación; además su relación con la ecología terminaba por cuestionar si en realidad estaban en contra del progreso y el desarrollo de las ciudades. Como puede verse fueron incomprendidos por cierto sector conservador de la sociedad; sin embargo, no pocos jóvenes quedaron encantados con su espíritu renovador y aires de libertad que trajeron consigo, en particular el propio Allen Ginsberg, quien finalmente asumió su homosexualidad de manera natural.

Burroughs y Kerouac, a pesar de que coincidían en ciertas lecturas, tenían un método distinto de encontrar historias que más tarde incorporarían a sus textos. Estaban interesados en leer novelas policíacas, leían a Dashiell Hammet, Raymond Chandler, a Hemingway y a John O’Hara. Kerouac vivía entregado a la lectura y escritura, en tanto Burroughs optaba por conocer a más personas, visitar nuevas ciudades, ser un aventurero e, incluso, de acciones catárticas. Es Kerouac quien finalmente elabora lo más cercano a un método de escritura, compuesto por treinta máximas. La sentencia que más le gusta a Ginsberg es esta donde se hace una alusión al autor de En busca del tiempo perdido y al consumo de mariguana: “Ser, como Proust, un veterano porrero del tiempo”.

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Allen Ginsberg. Foto: Premium archive / Getty Images / Anagrama.

Gregory Corso, poeta, fue una figura importante para los beat, porque estaba interesado en jugar con las palabras, en la desarmonía. “Su método era la discordancia, tomar cosas, ponerlas al revés, hacer que las palabras se contradijeran o que las imágenes metafóricas chocaran en el campo de la lógica”. Esto define muy bien el espíritu de los beat: la oposición a lo convencional, acaso la estridencia, llamar la atención del lector para denunciar un problema social. No cualquiera pudo haber sido un beat, menos un ideólogo del movimiento, pues debía tener muy claro el momento en que iba a provocar un choque de trenes, como lo hizo Ginsberg en la frase que se refiere a América y a la bomba atómica.



Mary Carmen Sánchez Ambriz es ensayista, crítica literaria, editora y periodista. Es compiladora de la antología La mirada del centauro (Verdehalago, 2001). En 2002 ganó el Premio Timón de Oro por su ensayo “La cabeza de Moby Dick”, otorgado por la Secretaría de Marina y Conaculta. En 2003 fue editora de la sección cultural de la revista Cambio, en donde Gabriel García Márquez era líder moral del semanario. Ha sido becaria del Fonca en ensayo, obtuvo la residencia artística México-Colombia y también fue becaria del Centro Mexicano de Escritores en cuento. Otras de sus publicaciones son Entre la brújula y la pluma (UAM-Xochimilco, 2006) e Historias del ring (Cal y Arena, 2012), antología que realizó junto con Alejandro Toledo. Ha colaborado en diversos suplementos y páginas culturales. Es autora del libro digital Miguel Torga: Voces de la tierra (2020). Actualmente tiene una columna de crítica literaria en Milenio; también es colaboradora de Nexos, del suplemento El Cultural del diario La Razón y del suplemento Confabulario de El Universal.