Casas del Vedado

Existe una zona en ciertos espejos donde la forma pierde sentido, un espacio de ese otro plano en el que el mundo se altera: el bisel —frontera y umbral, ilusión y borde—, que no sólo enmarca, sino también desata la incertidumbre en aquello que se duplica. Ausenta las líneas, las simetrías, las convicciones; ondula, como en un sueño profundo, el tiempo presente. “Siempre quise situar ahí mis cuentos, en una zona donde no sabes si es realidad, si es fantasía”, dice la escritora María Elena Llana (Cienfuegos, 1936), quien poco a poco ha ido colocándose como una de las escritoras más representativas de la literatura fantástica caribeña.

Esa misma coordenada de indeterminación de la que habla se ubica en Casas del Vedado (1983; reeditado por el FCE, 2022), una colección de once relatos que configura una primera etapa en la escritura de Llana. El Vedado fue uno de los barrios icónicos de la burguesía cubana que durante la revolución pasó a ser un escenario de tragedia: las mansiones yacían huérfanas, los cuartos desamparados, los balcones llenos de polvo. Sin embargo, la gente que permaneció y decidió seguir habitando las ruinas, ya sea por la edad avanzada o por abandono, se aferró a un tiempo distinto: “Ellos no se han ido del país, pero de hecho tampoco se han quedado, porque se han quedado en otra época y ésa es la época que ellos tratan de vivir y de hecho están viviendo. Viven en ese momento”, le dice en entrevista a Rocío Vélez. Los personajes de Llana deambulan entre dos aguas que no acaban de mezclarse. Por un lado, la opulencia de la aristocracia y sus vestigios, los pianos de cola, las vajillas, los peldaños de mármol y el silloncito Reina Ana con los brazos pulcros; por otro, la austeridad, el anhelo de la compañía, la tentación de la pertenencia, la apropiación y reconfiguración del espacio, sin ningún afán de caricaturizar o ironizar. “No son los malvados, son los que se quedaron y san se acabó”.

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María Elena Llana, Casas del Vedado, prólogo de Alejandra Amatto, México, FCE, 2021, 103 pp.

En 1965 se publicó La reja (Ediciones R), el primer libro de la escritora cubana, del que se desprende “Nosotras”, acaso el relato más traducido y antologado de su obra, y en el que desarrolla el tema del doble. Éste sería el punto de partida de sus aproximaciones a la literatura de imaginación, un acercamiento que relata con naturalidad: “Un día se me ocurrió un cuento fantástico y lo escribí”. Así de simple. Sin embargo, pasarían varios años para que la segunda recopilación viera la luz. No dejó de escribir, tampoco fue silenciada, “sólo hice mutis”, especifica en la introducción de Cuentos al azar (Ediciones Almargen, 2016). Sabía que las editoriales se preocupaban por publicar especialmente registros de la época. Esperó entonces, practicó el periodismo, la crónica y, en algún momento, se percató de la cantidad de historias que tenía. Casas del Vedado es la respuesta a ese lapso de agitación y reserva, le valdría el Premio de la Crítica en 1984 y, con los años, se convertiría en una suerte de libro de culto que ha sido eje de tesis y ensayos académicos.

Si bien la escritora cubana considera estos cuentos como reflexiones condescendientes en torno a un sector de la sociedad, puntualiza: “no tengo que darle clases a nadie. Yo digo fantasmagóricamente lo que quiero decir. No estoy ida de la realidad, ésa es mi realidad”. Junto a la posibilidad de una interpretación social, en sus tramas sobresale la capacidad de generar estampas y marcas psicológicas de los personajes a partir de su relación con lo material. En ese sentido, los elementos que fundan un espacio cobran una doble relevancia; no se ciñen sólo a la ambientación, están allí para modificar la cotidianidad.

En “El gobelino”, una niña observa el tapiz en la pared, atraída por las figuras que componen la escena: una flor, un ave y un joven sin camisa, de espalda, que mira de reojo. “Ese niño me llama, abuela” (p. 18), se atreve a decir. A escondidas, conforme pasan los años, la protagonista comienza a visitar cada tanto ese paisaje irreal del gobelino, un paisaje en el que existe la posibilidad del amor, de la comprensión; acude para cotejarlo con la realidad y comprobar que es mejor que ésta.


María Elena Llana en la Feria Internacional del Libro en La Habana, por Sara E. Cooper.

Un desdoblamiento similar sucede en el cuento “En familia”. Luego de haber descubierto que un espejo con forma de luna ovalada refleja a los parientes muertos, es trasladado por común acuerdo al comedor. “Lo que nos ofrecían era la imagen de una tertulia familiar […] Únicamente que del lado de allá, en vez de nosotros estaban ellos” (p. 47). En el ánimo de recrear pasadas reuniones, la familia interactúa con sus fallecidos, comparte el pan, la ensalada, la palabra. Los gestos afables de los vivos no parecen afectar a quienes ya no están; en cambio los tíos, primos y hermanos que han pasado a mejor vida desean congregar al resto en un solo lado del espejo.

“Claudina”, último relato de la compilación, es una muestra del dominio técnico que, como bien apunta Alejandra Amatto, prologuista de la reedición y especialista en literatura fantástica, “deja siempre la impresión de que estamos frente a una obra en la que no se escatima la artesanía textual”. Un día comienzan a llegar a un domicilio incorrecto las pertenencias de una profesora de piano, una tal Claudina. La habitante de esa casa recibe los objetos confundida. El desconcierto es mayor cuando las amistades y el propio amante de la profesora la buscan a través de ella. La narradora no se lo explica, no tiene nada que ver con esa mujer, pero decide escuchar, ser parte de ese yerro, hasta que la sobrepasa. “—Usted le dio vida al admitir sus cosas. ¡Destrúyala de la misma manera!” (p. 96). A partir de ese momento la presencia de Claudina —espejismo, fantasma, sombra— pende del despojo, sin lo material no es.

Luego de Casas del Vedado, la escritura de María Elena Llana ha ido evolucionando, explorando géneros y tonos, como el humor negro. En México, hace unos años era casi imposible dar con sus cuentos, salvo en algunos sitios de internet. Su obra guarda la singularidad de una exploración que fija pautas y abre caminos, en la que confluyen la crítica social, lo sobrenatural, lo atemporal, el lenguaje, el absurdo de la vida. Ése es el universo que ha erigido. Y nuestro deber es recorrerlo.

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María Elena Llana.


Roberto Abad (Cuernavaca, 1988) es escritor y músico. Ha publicado en diversas antologías y medios nacionales e internacionales. Su libro de cuento brevísimo Orquesta primitiva fue publicado en 2015 por el Fondo Editorial Tierra Adentro. En 2018, ganó el XI Premio Nacional de Narrativa Ramón López Velarde por su libro Cuando las luces aparezcan, editado por Paraíso Perdido en 2020. En 2019, fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el género de narrativa. Coordinó el proyecto Breve manual del libro fantástico (UAM Cuajimalpa, 2020).