Banner del texto Percusiones de Aldo Martínez Sandoval

Las escenas que se presentan a continuación forman parte de Percusiones, una obra de Aldo Martínez Sandoval cuyos personajes abren heridas y preguntas a lo largo de una historia caracterizada por el doble vértigo de la adolescencia y la Ciudad de México. Agradecemos a la editorial Los Textos de La Capilla haber permitido la reproducción de fragmentos de uno de los trabajos seleccionados para la 3ª Antología para Jóvenes Audiencias 2021.

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Lectura dramatizada de la obra Percusiones, en el Teatro La Capilla, en la Ciudad de México.

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Desplazarse de Santa María la Ribera hasta Ecatepec no es fácil.

Primero dos transbordos.

Después el maratón de veinte estaciones.

Casi una hora de recorrido.

Toda la línea B del metro:

Pasamos por la Guerrero, Garibaldi, Lagunilla, Tepito, La Morelos.

Casi todos los de la escuela viven en estas colonias.

San Lázaro, Flores Magón, Romero Rubio, Oceanía.

Nosotros no, pero mamá trabaja por aquí y prefiere que esté cerca por si algo ocurre.

Piensa que las escuelas de por la casa me van a traer malas compañías.

Deportivo Oceanía, Bosque de Aragón.

El año pasado, unos fulanos dispararon en la secundaria que está a tres calles de donde vivimos.

Villa de Aragón, Nezahualcóyotl, Impulsora, Río de los Remedios.

Quiero volver a cuando era niño.

Antes de que conociera a su esposo.

Cuando sólo éramos dos.

Múzquiz, Ecatepec, Olímpica.

Antes de llegar a esa casa en la que el calor y la humedad llenan el aire.

Sin videojuegos, ni todas las cosas que los demás sí tienen.

Plaza Aragón y Ciudad Azteca.

Sin nada que me regrese los años felices.

Después tomar una combi que tarda diez minutos en llegar a casa.

Así todos los días

menos fines de semana cuando no hay escuela.

Una rutina larga en un sitio al que no se le quiere llamar “hogar”.

Pero hoy algo cambia.

En el transbordo de la línea 3 en Guerrero.

Entre papitas y vendedores de audífonos.

Dos personas aparecen frente a mí.

“Llévele, llévele, 2 x 10”.

Miradas juguetonas, manos entrelazadas.

Dos cuerpos que la cercanía delata.

“Chécale, güerita, chécale, puro original, di No a la piratería”.

¿Esto se puede?

Los sigo por un impulso que desconozco.

Más que intriga es

Felicidad.

Hay otros de la misma especie.

Se dan un beso y continúan.

Hay que ir tras ellos, que no se escapen.

Un beso.

Llegan hasta el último vagón.

No puedo dejar de mirar.

Quiero hablarles

preguntar quiénes son

de qué planeta se escaparon.

Pero mis pies parecen pegados al piso.

Me lleva/

Suben al metro y las puertas se cierran.

Esperen.

Necesito conocer de qué raza son,

que me expliquen qué es lo que siento.

Tengo que volver a encontrarme con esos dos hombres.

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Aldo Martínez Sandoval. Foto: Fernando Cum.

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No sé cuál es el mejor lugar para encontrar respuestas.

No he vuelto a ver a ninguno de los hombres que aquel día se besaban.

Pero gracias a ellos descubrí esto.

Saliendo de la secundaria, me dirijo al metro,

al último vagón en donde casi nunca hay mujeres.

Desde los primeros días me doy cuenta de cómo funciona:

Una simple mirada decide todo.

Tú no.

Tú no.

Tú tampoco.

Tú sí.

Mantener un ojo sobre otro y poco a poco acercarse al elegido.

Entre los cuerpos apretados, los hombres aprovechan para tocarse.

Como ese tipo calvo que me observa desde el rincón.

Tú no.

Se empieza con pequeños roces,

después más descaradamente.

Importa poco si alguien mira.

Todos aquí son cómplices.

Le sonrío a uno y se abre paso hasta pararse frente a mí.

Presiona mi mano con el cierre de su pantalón.

Es joven.

¿Treinta y cinco?

Menos.

Treinta y… tres.

Aprovechamos el bamboleo del metro para mover nuestros cuerpos como si cogiéramos.

Palpita contra mí.

Al lado, otros dos hacen lo mismo.

Se acarician. Se besan. Se soban.

En Bosque de Aragón el Hombre Joven me jala la mano y me saca del tranvía.

Avanzamos en silencio hasta una escalera en la que no pasa gente.

Una de sus manos sobre mis nalgas.

Y con media sonrisa dice

“Vamos al bosque”.

¿Qué?

Quizá no debería.

Pero es un hombre guapo.

Y yo estoy ardiendo.

Puede ser peligroso.

Ya no eres un niño.

¿Y si alguien me reconoce?

Lo sigo por los torniquetes.

Afuera de la estación.

Rumbo a los árboles.

No entramos por la puerta principal.

Escucho el viento y los autos en la avenida cada vez más lejana.

Apenas y le llego al pecho.

El barbón voltea en todas direcciones para asegurarse de que nadie ronde.

Nos detenemos, se recarga en un árbol y se desabrocha el pantalón.

Su ropa interior queda expuesta:

Trusa negra con los bordes blancos,

tan pegada al cuerpo que puedo ver bien sus contornos.

Me gusta la piel de este extraño.

Hueles a salvaje.

El cúmulo de vellitos se expande por su abdomen.

Podría volver a verte.

Toco el bulto que se sacude por salir.

Acerca su rostro al mío.

Nadie había hecho esto antes.

Un beso.

Tierno.

Mojado.

Me tocas debajo de la camisa y un rasguño me atraviesa la garganta.

Así se siente.

El verdor del bosque.

La punta de la lengua dibujando en mi cuello.

Nadie podría separarnos aunque lo intentara.

Y de nuevo, su voz:

“Bájate”.

En medio del verdor del bosque.


Aldo Martínez Sandoval (Ciudad de México,1993) es egresado del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020) en el género de dramaturgia. Se han montado sus obras Donde habite el olvido (2016), El dilema del erizo (2016-2017; obra finalista del 24° Festival de Teatro Universitario y el 13° Festival de la Joven Dramaturgia), Memoria en el asfalto (2018) y Así llegó la primavera, la cual participó en el programa Irrepetibles convocado por el Teatro La Capilla. De 2016 a 2018 trabajó como asistente e investigador en el programa “Descorche con Bárbara Colio. Conversaciones con los que hacen nuestro teatro” para el Centro Nacional de las Artes. Recientemente la editorial de Teatro La Capilla publicó su obra Percusiones.