Banner del texto Pas de deux de Ytzel Maya

I. Quise llamarte Giselle, pero no quería que sufrieras como ella. Intenté con algunas modificaciones en el orden de las letras. Quería que sonara parecido. Algo en el sonido que al pronunciarlo las personas pudieran pensar “suena como aquel nombre”. Mantener la esencia del personaje. Todo lo que conlleva llamarse Giselle, pero sin sufrimiento. La fonética no es lo mío. Muchas cosas no son lo mío. Cocinar es una de ellas, también planchar. Odio cocinar y odio planchar, pero lo hago para poder sostener la casa. Un hogar. O algo parecido. Como nos enseñaron. Creo en la permanencia y en la estabilidad. Como su mamá le enseñó a mi mamá. Es lo que pretendo enseñarte. El nombre es destino. Creo en las rutinas y en las tradiciones, en lo que existe porque permanece. Aunque quiero creer también en que existen cosas que pueden cambiarse, como tu nombre. O la historia que estás contando de tu vida.

II. Todas las noches, antes de dormir, te arrodillas para orar frente a la cama. Me aseguré, especialmente, de tener tu pijama lista: tu favorita, la de gatitos rosas con garras que se mueven cuando la luz intenta reflejarse sobre la tela. Soñaste con esto una vez. Huele a suavitel. Ángel de la guarda, dulce compañía. No me desampares ni de noche ni de día. Si me dejas sola, ¿qué será de mí? Angelito mío, ruega a Dios por mí. No sé, a decir verdad, si tú también empiezas a dudar de esto como yo. En Dios, quiero decir. Si existe alguien que nos ve desde el cielo, muy arriba, y nos juzga, especialmente a mí. Quiero asegurarme de que duermes. Dormir es nadar en ese mar al que todavía no te he llevado; es como flotar, ¿verdad?, te dije alguna vez. Quizás es en lo único que crees.

III. El agua, en su forma inocua, recibe la forma del transporte para llevar de un lado a otro a cualquiera que se sumerja en ella. Pero su profundidad implica la diversidad del movimiento: horizontal, para avanzar y retroceder, para volver al principio o al final; o vertical, para quedarse en ella o para salir; una permanencia hídrica. El desplazamiento hiende el agua y la transforma en otra cosa, una mudanza de su propio flujo hacia puntos aún no establecidos que vamos siguiendo constantemente, tratando de averiguar cuáles son. Esta corriente nos está arrastrando siempre. El agua como forma y recipiente de vida y catástrofe.

IV. El día que me dijiste “Mamá, salgo con alguien y se llama Angélica” dejé de creer en que las cosas son permanentes. Yo no sé si alguien cree que sea posible romperle el corazón a tu mamá.

V. Giselle se estrenó por primera vez en 1842 en la Ópera de París. Es considerado como uno de los icónicos ballets románticos. Giselle es pretendida por dos hombres que mueren por ella. Si consideramos que el ballet está ubicado en la época medieval, podría decir que sí, pudieron haber muerto por ella. Su madre le advirtió, como yo no quiero hacerlo contigo, que la muerte era una posibilidad. Después de descubrir el engaño de uno de sus pretendientes, Giselle cae en la locura, comienza a delirar y a descubrirse más allá de ya no ser alguien para ese hombre e, inevitablemente, muere mientras baila. Las jóvenes muertas durante las danzas de las fiestas campesinas se convierten en willis, una especie de fantasmas blancos que vagan alrededor del claro de la luna dentro de los bosques. Yo no quiero que seas un fantasma. Quiero que te quedes bailando conmigo. Al final, Giselle acompaña a uno de sus pretendientes desde la muerte hacia las primeras luces del alba y ella sigue a sus compañeras willis al reino de las sombras.

VI. Me aterran las posibilidades de la muerte. Y le temo a tu ausencia. A veces me pregunto si, en este miedo, el pequeño lazo que todavía nos une aguanta para sostenernos a las dos. Querer con miedo es parte de la constitución del afecto.

VII. Siempre quise ser bailarina de ballet o maestra de primaria. Te llevé a tu primera clase de danza cuando tenías ocho años. Existe una especie de reflejo que las madres revelamos frente a nuestras hijas. Pero yo no soy tú. En la primera clase aprendiste que tienes más de un cuerpo. Lloraste porque no sabías que existía ese dolor. La maestra te estiró los músculos de ese otro cuerpo que no sabías que tenías y fingiste, por muchísmo tiempo, que el dolor te hacía más fuerte. Yo te dije el dolor te hace más fuerte. Esto no es cierto.

Imagen
Guillermo Arreola, Cuanto tú no estás.

VIII. Al cuerpo lo hienden las emociones que le afectan en el mundo. Yo entiendo por afecto aquello que se intensifica en el cuerpo. El amor es un afecto, pero también el odio. Cuando te pienso me invaden la tristeza y el cariño al mismo tiempo y el cuerpo se me tensa.

IX. Las lesbianas no son mujeres. Tuve que leer esto varias veces para poder comprenderlo. No eres una mujer. Las lesbianas encarnan una afronta a la idea de mujer dentro del sistema heterosexual. Las lesbianas son unas desertoras de la clase “mujer”. Las lesbianas son fugitivas, discontinuas, marginalidades. Me causa escozor repetirlo. Las mujeres se casan con un hombre, compran una casa y decoran de rosa las habitaciones de sus hijas. Las lesbianas son no-mujeres. Yo me imaginaba jugando con tus hijos en el jardín que perdimos hace muchos años. Los imaginaba cortando mandarinas de los árboles que plantaríamos juntos. Enterraríamos a sus perros, como hicimos con los tuyos, junto a los pinos que tienen todavía tu edad. Tus no-hijos ya no jugarán con los juguetes que te guardé, no los escucharé llorar por las noches, no le pondré color a la masa de sus hot cakes, ni podré contarles esta historia.

X. Leí en un libro la siguiente frase y la subrayé para enseñártela después, cuando vengas a casa este fin de semana para comer: ¿A qué le tienen más miedo los hombres, a nuestra sexualidad o a nuestra ternura?

XI. Son las cuatro de la mañana. Salimos a esta hora para poder alcanzar a ver cómo sale el sol desde el mar. Yo voy, como siempre, como en todos los viajes, del lado del copiloto. Ya hice las maletas y guardé lo necesario en la bolsa que llevo enfrente: dinero en efectivo para las casetas, chicles por si se nos tapan los oídos, una agenda con los números de emergencia, algunas botellas de agua y los cheetos que te gustan. La línea blanca que está dibujada sobre esta carretera no es más que movimiento formado por otras líneas todavía más pequeñas. Son un elemento espacial indivisible en un lienzo de concreto: la marcha vaporosa de los coches, un rastro que deja un pincel que apenas se sumerge en aguarrás. Estamos conscientes de que esta guía no es permanente, hay algo, cierta desesperanza y certeza de la hecatombe, que nos aferra a seguir andando sobre el renglón. Estamos determinadas por las travesías.

XII. Hace mucho que dejé de creer en Dios. Me pregunté si él te aceptaría o si alguien me aceptaría como una madre que tiene una hija así, que vive una vida así, que prefiere no ocultarlo. Y tuve que repetirme varias veces que no ibas a ser Giselle. Fuimos a ver este ballet en el Auditorio cuando cumpliste trece años. Te había bajado. Manchaste tu calzón y lo escondiste detrás de una cortina. Lo encontré semanas después, cuando ya estaba duro y el rojo se había convertido en una mancha café imposible de quitar. Esas manchas no se borran. Tuve que tirarlo sin que te dieras cuenta, para no avergonzarte. Quise decirte que ya eras una mujer, pero no me atreví. Una mujer de tu tiempo, eso eres para otros. Para mí, eres alguien del futuro.

XIII. En el camino a la playa encontramos una fila de cangrejos muertos. No creo en las coincidencias. Dejamos la playa por la tarde y tratamos de regresar al hotel. Se nos olvidan los cadáveres, como siempre, como todos los días, y pensamos que, si nos perdemos en la oscuridad, nos quedará lo que fue la vida. Otra vez: el agua como forma y recipiente de vida y catástrofe.

XIV. Me contaste de la vez que fuiste a una función del ballet de Nueva York: en mi cabeza suena todavía Stravinsky, dijiste; veo la coreografía que arma la gente mientras intenta cruzar la avenida bajo la lluvia, la he llamado chipi-pasdedeux. Nos reímos. Pensaste en que podríamos ir juntas algún día. Nunca se me hizo verte bailar en puntas.

XV. Es la primera vez que conoces el mar y quiero que sea perfecto. Se nos olvidó orar antes de salir. Durante el trayecto dejamos de diferenciar el mar de la niebla, quizá los ojos nos engañan, pero cuanto más parece apocalíptico el paisaje, más hermoso es.

Imagen
Ytzel Maya.


Ytzel Maya (Estado de México, 1993) es ensayista e investigadora. Estudió letras hispánicas en la UNAM y la maestría en sociología política por el Instituto Mora. Forma parte de las antologías Tsunami 2 (Sexto Piso, 2020) y 86-96 (La Ruina, 2021). Sus ensayos se han publicado en revistas como Letras Libres, Gatopardo, Tierra Adentro y Punto de Partida. Actualmente es estudiante del doctorado en ciencia política del CIDE.