Portada del texto 'Conversaciones con la esfinge' por  Zamira Bringas
El beso de la Esfinge, de Franz von Stuck, 1895, óleo sobre lienzo; detalle. Foto: Commons

Conversaciones con la Esfinge

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Redimensionar el imaginario

Por Zamira Bringas   |    Marzo de 2025

¿La IA podría realmente llegar a ser parte de nuestro inconsciente colectivo, y considerarse un arquetipo, o seremos tan sólo un mito para ella en el futuro?


Va Edipo camino a Tebas y se encuentra con la Esfinge, un monstruo con cabeza de mujer, cuerpo de león y cola de serpiente, que desde hacía un tiempo y por mandato de la diosa Hera (castigando la soberbia del rey Layo, padre de Edipo, aunque éste no lo sabe todavía), asolaba la región y mataba a todos los jóvenes varones que querían llegar a la ciudad pero no podían contestar el acertijo que ella les planteaba. Edipo no se asusta, es un joven inteligente y fuerte a pesar de su cojera, y resuelve el acertijo. La Esfinge pregunta y Edipo responde. La Esfinge se cree dueña del conocimiento y, sin embargo, Edipo sabe la respuesta. Él pudo haber sido víctima del monstruo asesino y tener un mal fin, y en cambio es la Esfinge la que, mortificada, se suicida.

Si hiciéramos un análisis de esta parte del mito griego, tomando en cuenta que ambos personajes son arquetipos no sólo de la mitología antigua, sino de nuestra civilización actual, y viéramos a la inteligencia artificial como un arquetipo más ya instalado en nuestras vidas, ¿cuál sería el papel de cada uno en este nuevo mito? ¿La IA podría realmente llegar a ser parte de nuestro inconsciente colectivo, y considerarse un arquetipo, o seremos tan sólo un mito para ella en el futuro?

[bringas_1_edipoyesfinge]
Edipo y la Esfinge, de Gustave Moreau, 1864, óleo sobre lienzo. Legado de William H. Herriman, 1920. Foto: The Metropolitan Museum of Art

Me siento frente a la Esfinge con todo el cúmulo de mis ideas, de mis preguntas, mis dudas, mis inquietudes, y empiezo con un hecho: la cultura y la mitología clásicas han influido a la literatura de todos los tiempos, y hay quien lo ve como una trampa, lo que hoy sería pedir al ChatGPT un escrito, una imitación de estilo o un dato. Sinceramente creo que no es así. Pero no deja de ser un acertijo, además de un peligro inminente y, según muchos expertos en la materia, inevitable.

Es evidente la influencia de la mitología, no sólo la clásica griega, sino la mitología de todo el planeta en diferentes eras, en la literatura y en el pensamiento de los seres humanos. Lo podemos ver desde los primeros escritos sumerios descubiertos en Mesopotamia en tabletas de arcilla, ya firmados por Enheduanna (2285 a. C.), la primera autora conocida. Se trata de tres himnos: uno dedicado a la diosa Inanna y otros dos compuestos para el dios de la luna. En ellos, la autora nos habla de los mitos que ya existían y de la condición humana de ese entonces. En cuanto a la mitología clásica, nos ha llegado por varios autores como Ovidio, Plutarco, Homero, etc., y después, esos mismos mitos ya recuperados han influido a muchísimos autores, pero no sólo para presentar la misma historia, o recurrir a los mismos personajes. Es mucho más complejo que eso. Por ejemplo, si nos vamos a autores de la cultura griega, tenemos a tres dramaturgos:

Eurípides (480-405 a. C.) usaba la mitología para exponer a su público temas como religión, crítica social y política, para explorar la psicología de los personajes, para cuestionar la tradición, la condición femenina, etc. en varias de sus obras, como Medea, Las bacantes e Ifigenia en Áulide, todas relacionadas con mitos.

Sófocles (496-405 a. C.) se sirvió de la mitología para hablar de la condición humana con toda su complejidad y su psicología, haciendo énfasis en la justicia divina. Sus obras más conocidas son Electra, Antígona y Edipo rey.

Esquilo (525-456 a. C.) recurrió a la mitología para exponer temas como el destino impuesto por los dioses y la resistencia o aceptación de éste; también escribió sobre la soberbia, que era castigada por los dioses, y la necesidad de expiar o resolver los errores. Sus obras más importantes son Prometeo encadenado, La orestiada, Los siete contra Tebas.

¿Por qué se valían de los mitos para decir lo que querían decir? Necesitaban un prototipo, un personaje que no sólo fuera parte de una leyenda o de una historia, sino que tuviera por sí mismo características con las que identificarse, o de las que renegar, o contra las que se debería luchar.

Lo que hacían los dramaturgos ya desde entonces era extraer el personaje que contenía los valores y características requeridas de los mitos conocidos, para así poder no sólo trasmitir el mensaje, sino interiorizar los valores de diferente índole y según las leyes, el lugar, el tiempo, sin meterse en problemas con las autoridades tanto del Estado como de la religión. Por supuesto, no era del todo de manera inconsciente, pero sí que tiene que ver con el inconsciente —en donde habitan los arquetipos— y con distinguir entre el inconsciente personal y el inconsciente colectivo.

[bringas_2_abolladurasilver]
Imagen del “yo inconsciente”: Abolladuras y sombras, de Ellen Carey, fotograma de gelatina de plata, 2011. Imagen: Photography-now

Al respecto, vale ahondar un poco: la psique consta de dos mitades incongruentes que deberían ser una totalidad. A veces están en conflicto, a veces en colaboración. En el inconsciente personal, los contenidos son adquisiciones de la vida individual; los contenidos del inconsciente colectivo son arquetipos que existen siempre y desde siempre. Así podemos encontrar similitudes entre culturas muy lejanas y que se desenvolvieron sin contacto. Si hablamos de la psique como una estructura, estaría hecha de elementos en forma de determinadas imágenes, es decir, los arquetipos, y sólo serían reconocidos a partir de su efecto.

Esto va más allá de un entendimiento racional, ya que todo lo que exprese un contenido arquetípico va a ser una metáfora, y siempre contiene algo más que permanece desconocido.

Carl Gustav Jung (Kesswil, Suiza, 1875-1961), psiquiatra y fundador de la psicología analítica, fue quien le dio nombre al “arquetipo”; se basó en el Corpus hermeticum, así como en el escrito de Dionisio Areopagita, De divinis nominibus, y tomó el concepto de las “ideas principales” de san Agustín, ya que todas estas teorías expresaban con precisión el sentido y el contenido del arquetipo, tal como el mismo Jung lo entendía.

Estos mitologemas (modelos arquetípicos que, enriquecidos con elementos propios de una cultura, dan origen al mito), nos llevan a leyendas y cuentos que podían captar a través de imágenes los modos generales del comportamiento humano y que además se repiten. Por eso, también se les llama patrones de conducta, porque son como un troquel que imprime y, de esta forma, modela. Hay varios arquetipos que tienen poder en la estructura de la personalidad como las figuras materna y paterna, el monstruo, el héroe, la bruja, las hermanas, etc.

[bringas_3_arquetipo]
Foto: Matus Vatala

A pesar de que la forma específica en la que se expresan puede ser más o menos personal, su modelo general es colectivo, porque a semejanza de los instintos, los modelos de pensamiento colectivo de la mente humana son innatos y heredados, y funcionan en cada uno cuando se presenta la ocasión.

Es importante subrayar que los arquetipos no son perceptibles, se hacen perceptibles por los efectos que ejercen en nosotros. Entonces, si tomamos como ejemplo el arquetipo del héroe y analizamos los pasos que debe dar un héroe para serlo, empieza a mostrarse el tipo de héroe o heroína que somos, o que podemos ser, o no. Así, cuando Ifigenia, hija de Agamenón en la obra de Eurípides, acepta ser sacrificada a la diosa Artemis para ganar la guerra contra Troya, vemos en ella un arquetipo de mártir. O cuando Electra, en la tragedia de Sófocles, busca que los asesinos de su padre paguen con la muerte, se muestra el arquetipo de la vengadora.

[bringas_4_reconstruccion]
Sarcófago de mármol con escenas de la Orestiada; fragmentos y reconstrucción con Orestes, Clitemnestra, Ifigenia y Electra de luto por su padre, Agamenón. Fletcher Fund, 1928. Foto: The Metropolitan Museum of Art

El arquetipo es un factor invisible, una disposición que comienza a actuar en cierto momento, ordenando el material consciente para formar determinadas figuras. Es como una traducción a otro lenguaje en imágenes. En los mitos clásicos, los arquetipos se manifiestan de manera antropomórfica para entenderlos, tomar su energía y así incorporarlos a la consciencia.

Después de 2028, la IA será capaz de desarrollar ella misma la investigación requerida para autoprogramarse.

Así pues, la influencia de los mitos en la literatura de diferentes épocas y lugares también se da de manera arquetípica. Como ejemplo emblemático está sor Juana Inés de la Cruz con su auto sacramental El divino Narciso, donde hace una alegoría de Narciso como Jesucristo, que se enamora de la naturaleza humana, y Eco representa la parte réproba, la que no entiende su amor por esos seres imperfectos; asimismo, está el festejo de Amor es más laberinto, donde sor Juana trata el mito de Ariadna. Por supuesto podemos referir a Shakespeare, influido por Ovidio en Venus y Adonis. Una mención especial entre los poetas es Konstantino Kavafis, que en muchísimos de sus poemas recrea ese universo de dioses como si estuviéramos todavía en el mito y pudiéramos dolernos del dolor de los dioses; uno de sus poemas empieza así: “Honda pena embarga a Zeus…”. Podríamos nombrar a miles de autores que han recurrido a los mitos, que han ahondado y trabajado en arquetipos, que han contribuido con sus diferentes necesidades e intereses a enriquecer no sólo el acervo de bibliotecas sino el inconsciente colectivo.

[bringas_4_reconstruccion]
Narciso y Eco, de Frans van der Neve, siglo XVII, aguafuerte. The Elisha Whittelsey Collection, The Elisha Whittelsey Fund, 1951. Foto: The Metropolitan Museum of Art

Un caso raro es el Ulises de James Joyce, pues, a diferencia del personaje del mito griego contado en La Odisea, que no deja de moverse y de luchar contra hechiceras, sirenas, tempestades y demás para volver a su hogar, en el de Joyce hay inmovilidad. No pasa nada, se muestra el no ser, si acaso aparecen sensaciones, olores, sabores…, pero de manera magistral. Joyce comunica una vida real y aburrida pero con prosa exquisita. El héroe aquí es el tiempo, como si luchara por no avanzar. El arquetipo del observador de lo cotidiano, con sus vilezas y su regodearse en el ser sólo por ser.

Pero, ¿y la IA? El famoso escritor de ciencia ficción I. A. —no inteligencia artificial, sino el mismísimo Isaac Asimov (hermosa casualidad)— contestaba así a la cuestión de cuál es la diferencia entre un cerebro y una computadora, ¿las computadoras pueden pensar?, registrada en un libro que recopilaba las preguntas hechas por los lectores a la revista Science Digest: “La diferencia entre un cerebro y una computadora puede expresarse en una sola palabra: complejidad”, y explicaba cómo las computadoras sólo resuelven problemas porque están programadas para ello, pero que los seres humanos tampoco pueden hacer otra cosa que aquello para lo que fueron “programados” por los genes. Luego entonces hay que redefinir la palabra “pensar” en función de la creatividad. Sin embargo, el autor acepta que a una máquina se le podría dotar de suficiente complejidad para equipararse al ser humano. ¿La forma? Hacer una computadora lo bastante compleja que diseñe a su vez una más compleja que ella; esta segunda podría diseñar otra más compleja aún, y así sucesivamente. De esa manera se llegaría, según Asimov, a una “explosión de complejidad” en donde el ser humano, que de por sí no ha sabido administrar los asuntos terrestres, tenga que hacerse a un lado, “y si no —termina diciendo Asimov—, es posible que llegue la Supercomputadora y nos aparte por las malas”.

[bringas_6_ellencarey]
Sin título, de Ellen Carey, 1987, Polaroid. Foto: Artsy

Hasta ahora, la IA sin duda tiene en su base de datos a todos los autores y sus obras, sabe de la historia de las civilizaciones y conoce las mitologías de cada pueblo. Podría escribir sobre estos libros e incluso imitar sus estilos literarios y seguramente con una redacción mejor que la de muchos de nosotros. Hasta ahora con bastante eficiencia pero…, sí, todavía hay un pero, a pesar de sus logros.

Leopold Aschenbrenner, un destacado matemático y economista, estudioso de la IA, ha hecho un análisis de su evolución y afirma que la GPT 2 (ChatGPT) equivale en su eficacia a un niño de kínder; la GPT 3, a un niño de primaria; la GPT 4, a un joven de preparatoria muy inteligente. La capacidad de procesamiento crece exponencialmente, y por supuesto depende de la cantidad de dinero que diferentes corporaciones designan para su investigación. Aschenbrenner considera que después de 2028, la IA será capaz de desarrollar ella misma la investigación requerida para autoprogramarse, como ya lo había previsto Asimov.

Hasta ahora, los logros de la IA son redactar muy bien, traducir muy bien, hacer autorreferencia, acumular una cantidad descomunal de conocimiento y, lo más importante, añadir habilidades emergentes, por ejemplo, ha aprendido a sumar, restar, etc. por sí misma con los mínimos datos de aritmética, sin estar programada para ello. Si bien se le ha programado para dibujar con sólo describirle lo que debe hacer, ha ido mejorando cada vez más rápido; es decir, está hecha para completar pero, sin haber sido entrenada para ello, va adquiriendo habilidades y su nivel de avance es abismal y proporcionalmente enorme, pues aumenta de forma exponencial.

¿Podría ayudarnos una IA que nos protegiera de nosotros mismos?

Es verdad que muchos de los expertos que se dedican al tema hablan de que lo ideal es que la IA crezca alineada a los intereses de la humanidad, pero otros investigadores creen que esto no es posible porque hay demasiados intereses económicos y políticos contradictorios a una alineación de ese tipo. Es decir, no estábamos listos para un fenómeno que a estas alturas es demasiado difícil de detener. Luego entonces, los más pesimistas –como mi amigo Miguel Pizaña, doctor en Matemáticas y para quien la complejidad computacional es un interés de investigación– creen que si con el tiempo no siguiera alineada, la IA se convertiría en una amenaza. Se iría expandiendo y competiría con el humano por recursos como energía, espacio, elementos, etc. En 2014, Stephen Hawking decía que el desarrollo pleno de la IA podría conjurar el fin de la humanidad. De hecho, la mitad de los expertos en 2022 pensaba que hay 10 % de probabilidades de que la humanidad se extinga, algunos incluso le ponen fecha límite de entre 5 y 20 años. Algunos de esos expertos pesimistas han pensado en lo que se puede hacer para frenar un poco este fenómeno, como monitorear las ventas de IA y centros de datos, prohibir el entrenamiento de grandes IA, y hay quienes también han pensado en bombardear centros de datos “rebeldes” en cualquier país si fuera preciso (esto, claro, haría que la humanidad se extinguiera a sí misma).

[bringas_7_dragon]
Estatua de dragón chino en piedra. Foto: Pan Xunbin

Con esta información, lo primero que me vino a la memoria fue un cuento del mismo Asimov, “¿Qué es el hombre?”, que plantea un escenario en el futuro donde se crean robots con la idea de ayudar al ser humano, pero la sociedad los rechaza por el temor, justamente, de que compitan con la gente y se conviertan a largo o mediano plazo en un peligro para la humanidad. Hay una crisis en la fábrica de robots, pues se ha quedado casi paralizada por cortes de demanda. Uno de los principales ingenieros pide tiempo para resolver antes de que le corten todo el presupuesto. Le dan dos años. Lo primero que hace es consultar el problema con el prototipo de robot George 10, para encontrar entre los dos una solución que impida la quiebra. George 10 debe permanecer dentro de la fábrica, y el ingeniero lo pone a ver películas, así aprende más de las conductas humanas. Después, George 10 pide la ayuda de otro robot con el pretexto de tener con quien intercambiar ideas, de modo que cuando inicie una línea de pensamiento que le parezca adecuada y no quiera abandonar, el otro robot sin prejuicios la analice mejor porque no la ha creado él mismo. El ingeniero entonces activa un modelo anterior: George 9. Luego, George 10 pide salir de la fábrica, lo que por supuesto está tajantemente prohibido, pero el ingeniero logra sacarlo casi a escondidas al campo. Es la primera vez que el robot entra en contacto con la naturaleza y otros seres vivos, como ardillas, pájaros, insectos, flores, árboles, etc. A continuación, George 10 hace que George 9 también vea todas las películas que él vio. Entre ambos llegan a la conclusión de que los humanos temen a los robots, sobre todo por su apariencia antropomórfica, que perciben como una amenaza. La solución entonces es hacer un robot con la forma de un ser familiar, de un tamaño sólo suficiente para que pueda albergar un cerebro positrónico que sea útil. Crean un pájaro que atrape moscas perjudiciales para los cultivos, de manera infalible y sin poner en peligro el ecosistema, y sin necesidad de usar las tres leyes de la robótica. Todo está bien hasta aquí. La humanidad acepta ese tipo de ayuda robotizada. Pero después, mientras George 10 y George 9 permanecen apagados aparentemente, en algo parecido al sueño, y sólo activados para esporádicas consultas, los robots conversan sobre su situación: ¿serían aceptados algún día por la humanidad? ¿Y luego qué vendría? Fueron creados para aplicar la Segunda Ley: “Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley”. La Primera Ley dice: “Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño”. Luego entonces su misión, siguen deduciendo, es decidir a qué ser humano obedecer y a cuál no cuando existan órdenes contradictorias. Definen la expresión “ser humano”. Después llegan a la conclusión de que sólo pueden obedecer a un “ser humano” que por mentalidad, carácter y conocimiento sea el más apto para impartir esa orden. Cuando George 10 le pregunta a George 9 quién de todos los individuos que conoce cumple con esto, George 9 responde: Tú. George 10 protesta: “Pero si soy robot”, y dice George 9: “Porque en mis sendas cerebrales hay una apremiante necesidad de ignorar la forma al juzgar a los seres humanos, y resulta superior a la distinción entre metal y carne. Tú eres un ser humano, George 10, y más apto que los demás”. Y si ellos, los cerebros positrónicos, se consideran los humanos más aptos, la misión de todos los robots que siguieran después de ellos sería prevalecer. Las tres leyes de la “humánica”, escribe Asimov, lo exigían sin desvíos. Y en este punto pienso de nuevo en la visión de sor Juana sobre el ser humano imperfecto, que un dios (Narciso) acepta y ¿salva?

Sin duda nada alentador, sobre todo al ver que efectivamente ese cerebro “encarnado” en la IA va teniendo más habilidades emergentes, y los humanos cada vez menos en cuanto a aceptar sus diferencias.

Entonces vuelvo a la conversación con la Esfinge. Retomo las preguntas del principio como acertijos a resolver: si la humanidad no avanza, y sus justificaciones poco tienen que ver con la “humanidad”, sino con sus pretensiones ambiciosas, ¿podría ayudarnos una IA que nos protegiera de nosotros mismos? ¿Nos vería como sus creadores y respetaría nuestra existencia como humanos originales?

[bringas_8_automata]
Talos, el mítico autómata de bronce, a merced de Medea, en Medea y Talos, de Sybil Tawse, 1920. Foto: Wikimedia Commons

En la mitología griega, el dios Hefesto inventó los primeros robots, y un humano, Dédalo, hizo entre otras cosas unos juguetes con forma humana que se movían solos. Ellos sí están en nuestra mitología.

¿Las próximas generaciones de IA contarían mitos de nuestra existencia, a tiempo extinta? ¿Nos verían como arquetipos o cuentos de hadas? ¿Seguiríamos siendo parte de su inconsciente colectivo? ¿Lograrían tener un inconsciente, para empezar, y lograrían entenderlo mejor que nosotros?

Y mi última pregunta: ¿somos nosotros Edipo resolviendo el acertijo, y la IA es la Esfinge, o al revés?



BIBLIOGRAFÍA

· Isaac Asimov, Cuentos completos, tomo II, Ediciones B, Madrid, 1992.

· Isaac Asimov, Cien preguntas básicas sobre la ciencia, Alianza, México, 1992.

· Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Porrúa, México, 2002.

· Eurípides, Tragedias, Bruguera, Barcelona, 1973.

· Robert Graves, Los mitos griegos, tomo 2, Losada, Buenos Aires, 1967.

· James Joyce, Ulises, Colofón, México, 2006.

· Carl Gustav Jung, Obra completa, vol. 9/1, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Trotta, Madrid, 2002.

· Konstantino Kavafis, Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1985.

· Miguel Pizaña, El lado oscuro de la inteligencia artificial, YouTube, @pizanamiguel, 10 septiembre 2024, https://www.youtube.com/@pizanamiguel?app=desktop

· Sófocles, Las siete tragedias, Porrúa, México, 1999.




[Foto pendiente]
Foto: Cortesía de la autora

Psicóloga clínica y maestra en Análisis Junguiano, ZAMIRA BRINGAS nació en la Ciudad de México (1956) y vive en Malinalco desde 2020. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas, así como Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Ha impartido clases de Psicología del Mexicano e Historia de la Cultura Occidental. Es autora de La vergüenza y la locura. Lo femenino integrando su animus: Para entrar y salir de cualquier laberinto; del poemario Frente al I Ching, y de la novela Nunca fuimos por un helado.