Banner del texto 'Alfredo García Valdez y la juglaría fantasmal' de José Homero

¿Cuál ha sido el lugar de Alfredo García Valdez en la poesía mexicana? El autor, fallecido en 2022, logró una conjunción de formas métricas de aliento clásico con una imaginería urbana, al ras de la calle. Con este texto buscamos situar la perspectiva crítica para revalorar su obra.

[184 Homero 1]

Cuán poca atención concedemos a nuestros contemporáneos; cómo recordamos sus sombras únicamente cuando no se volverán a erguir al sol ni a proyectarse en la tierra. Esa conciencia súbita de la desaparición y la vanidad de nuestras empresas se acendra aún más cuando el desaparecido es un colega y la lucidez del duelo permite reparar en la escasa repercusión de su escritura. ¿Cuántos de nosotros, compañeros de cantina y de revistas, de generación y devociones, recordábamos —o mejor: leíamos— a Alfredo García Valdez (1964-2022)? Al revisar Manual de viento y esgrima, compilación de su poesía casi completa (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2007), constato cuán doblemente pernicioso fue ese olvido porque hurtamos el elogio a un poeta que —como muy pocos— lo merecía y que poco, casi nada, tuvo de reconocimiento público, pese a que durante finales de la década de los ochenta y el primer lustro de los noventa deambuló constante en las publicaciones y corrillos más notorios de la época.

Su poesía se ordena asimilando elementos clásicos, bien en el manejo de las formas tradicionales: sonetos, décimas, villanelas, silvas —cuenta dan de ello el primero y el último de sus libros; Silva de amor nocturno (1992), Epistula ad Almela (2021)—, o incluso en aquellos poemas escritos “por la libre” cuyos versos, no obstante, remiten a acentos de estricta eufonía. Recurrió incluso a la rima con resultados meritorios. No se espante el hipermoderno lector: al contrario de quienes por dichos años cogieron la gripe del soneto sólo para demostrar que el catarro también les afectaba el oído, García Valdez, empero la lujuria de sus motivos y el lujo de su poética, no se ciñó a desempolvar tópicos barrocos ni claves renacentistas; para nuestro asombro, fue un poeta urbano, a ras de calle, y ya en su madurez, heredero de los trovadores del desierto, forjó una suerte de memorial de objetos citadinos y resonancias mitológicas, alusiones al acervo lírico del Siglo de Oro y registro de la parla norteña, para fundamentar una visión no por amarga menos irónica de nuestra existencia. Moderno rapsoda provinciano, siguiendo la estela de Edgar Lee Masters compuso un panteón en cuyos epitafios se perciben palimpsestos grecolatinos y mexicanas calaveradas. Cínico sensible, cuya acritud es proporcional a la índole de sus expectativas, tuvo el talento para urdir vidas en escuetas líneas, zahiriendo siempre con ironía.

[184 Homero 2]
[184 Homero 3]

Sabida es la admiración que tuvo por Gerardo Deniz —además de la epístola en albos endecasílabos tomó el nombre de un libro suyo para uno propio: Gatuperio. Epigramas (2014)—, de quien aprendió la lección de la mezcolanza sin temer a los guardianes por igual del recinto culterano que del antro coloquial, pero en los aires del nativo de Saltillo también verberan los acentos de los dones: Góngora y Quevedo, y resuenan cascabeles de López Velarde. Ya se entenderá, por las referencias, su talento de artífice y qué alcance impulsaba sus versos. Imaginación barroca, cultista, durante un periodo su lira fue amorosa, mas no limitada al zureo cortés. Tan inclemente consigo como con su prójimo, trajo a la alcoba de Eros —hay varias alusiones en sus velados trazos a La Venus del espejo, como en general a los reflejos y las superficies especulares; por ejemplo: “el espejo móvil donde el amor se estanca” (“Noche oscura del cuerpo”)—, la poligamia, la corrupción, la prostitución, el engaño, el apabullante insomnio, las vacuas vidas de sus paisanos, la desolación de la carretera, como si entráramos a una road movie de sol y soledades: “Oh sol, manantial de espejismos” (“Nocturno pánico”). De ahí que siendo la suya obra tan lírica, tan amorosa y honda, sea igualmente contrista, desencantada y melancólicamente nihilista. Si de joven vislumbró en el amor, en los cuerpos mejor dicho, un atisbo luminoso, paulatinamente se fue decantando a tematizar con graves matices la traición, el amaño, la miseria que acecha tras los guiños y requiebros de las hadas del alcohol que, ay, bien pronto devienen funestos hados.

Es así que entre sus versos, más que en los cuerpos, deambulan apariencias, espectros, fantasmagoría… El amor no otorga realidad, por el contrario, ratifica el simulacro, “su baile espectral sobre el vacío” (“Nocturno del zodíaco”). La calle, escenario frecuente en las rutas de este poeta peatón y noctívago, bajo el inclemente sol fulgura, incluso, tan vacía y desolada como una pieza de Giorgio de Chirico. Únicamente los elementos naturales —luz, viento, pájaros, follaje— reciben alabanza en tanto la vida circula y se refleja en cúmulo de formas que se disuelven al instante: “En la calle espectral / cada cosa se cumple en otra” (“No digas el amor todavía”).

[184 Homero 4]
[184 Homero 5]

Opaco en su referencialidad, con un barroquismo sonoro que lo emparentaría con el neobarroco de no ser porque desconfiaba de toda proclama, en esa selva simbólica, densa y textual que urdió, las alusiones a los emblemas barrocales: el caracol, la concha, el vértigo, el laberinto, se suceden y seducen para enfatizar el único credo —acaso— que cultivó este Heráclito mexicano: las mutaciones, la transformación. En el tramo final de su escritura, con “el escalpelo de la mirada” (“Oda a Manuel Acuña”), mediante el cual había diseccionado sus deseos y escrutado su rostro ante el leproso espejo de la insomne cámara, retrató a sus paisanos, a su ciudad —transmutó Saltillo en Estefanía, cuyo ciclo cerró con una novela: Truco (2016)— para exponer su miseria física, moral, espiritual “abriendo puertas condenadas / y lápidas bruñidas como espejos” (“Teatro y anfiteatro”). Al final, en esa comarca no tan imaginaria, Alfredo anudó las sombras, los espectros, todas las voces para configurar otro páramo:

Nadie está muerto en la ciudad suicida,

nadie tampoco vive todavía.

(“Teatro y anfiteatro”).

Deja como legado varios poemas excelentes e imágenes deslumbrantes. No es logro menor para un poeta ausente en antologías y ajeno a esos grupos trenzados en una lucha tan feroz por el poder que ni tiempo tienen para la poesía.

Concluyo esta semblanza citando algunos versos que tengo para mí como notables:

…la mirada / absorta en el cardumen de imágenes que flota en las aguas profundas de la memoria (“Espejo herrumbrado”).

...

El aire palpita como un gineceo,

muestra un solo cuerpo en sus metamorfosis.

(“Lucía y ya no luce”).

...

En las finas colmenas de un sol profundo

el zumbido negro del vino

su rostro atroz como la transparencia.

(“Misa blues en cuerpo presente”).

...

El fragor de una vida devastada

se alza en el zócalo de la memoria.

(“Sextina en una cantina”).

[184 Homero 6]

José Homero (Minatitlán, Veracruz, 1965). Poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural. Colaborador en distintas publicaciones como Ágora, Confabulario, Casa del Tiempo, El Ángel, El cultural, entre otras. Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural 1987. Premio Rubén Acosta de Periodismo en Veracruz, 2006. Ha formado parte de múltiples antologías de poesía mexicana.