Banner del texto 'La Biblioteca de José Luis Martínez. 10° aniversario de las bibliotecas personales' de Rodrigo Martínez Baracs
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El pasado 30 de noviembre de 2022, se conmemoró el 10° aniversario de las bibliotecas personales de la Biblioteca de México. Durante la ceremonia, Rodrigo Martínez Baracs, pronunció una revisión del acervo de su padre, José Luis Martínez, imprescindible intelectual del siglo XX. En este número, reproducimos esas entrañables palabras.

Agradezco mucho, a nombre de mi familia y del mío propio, el honor que se me hizo de participar en esta conmemoración del décimo aniversario de las bibliotecas personales (2012-2022), una de las cuales es la de José Luis Martínez, padre mío y de mis hermanos José Luis y Andrea Guadalupe, abuelo de nuestros hijos, en esta laberíntica y paradisiaca Ciudadela que es la Biblioteca de México, que aloja a varias bibliotecas, entre ellas las Personales, Biblioteca de bibliotecas que diligentemente dirige, junto con la José Vasconcelos de Buenavista, mi querido amigo y admirado colega de la Dirección de Estudios Históricos del INAH José Mariano Leyva Pérez Gay, a quien aprecio de manera particular por su edición, junto con Antonio Saborit y Arturo Soberón, colegas también de la DEH, de las cartas del historiador bostoniano William H. Prescott con Lucas Alamán y Joaquín García Icazbalceta, tema que los hermana con José Luis Martínez, adicto a García Icazbalceta desde 1972, cuando al escribir sus dos Nezahualcóyotl descubrió la historiografía mexicana del siglo XVI y su bibliografía. Agradezco de manera particular a José Mariano Leyva y a María Guadalupe Ramírez Delira, nuestra querida Marilú, de la Biblioteca de México y curadora del Archivo de José Luis Martínez, haber organizado esta conmemoración y haberme invitado, junto a Rodrigo Borja Torres, director de la Dirección General de Bibliotecas, y de Javier Castrejón, cuidador de las Bibliotecas Personales, y de los mismos Antonio Saborit, director del Museo Nacional de Antropología, y de José Mariano Leyva, director de la Biblioteca de México.

Me disculpo hoy por hablar sólo de la biblioteca de mi padre, que es la única que realmente conozco, aunque he visitado con deleite las bibliotecas personales de Antonio Castro Leal, Alí Chumacero, Jaime García Terrés y Carlos Monsiváis. Las de Alí y Jaime las conocí en sus casas originales, y aunque siento nostalgia por el vacío que creó en las paredes y estancias de sus casas el traslado de los libros, tan maravillosos, marcados por una vida de lectura, pensamiento y pasión, da una sensación de alivio, de confianza, el ver estas bibliotecas resguardadas por las gruesas paredes de piedra de la Biblioteca de México en esta Ciudadela, por su reconocimiento como patrimonio cultural irrenunciable, y por el amor a los libros de los que en ella laboran, a quienes siempre estaré agradecido.

La biblioteca de José Luis Martínez consta de unos 70 mil volúmenes. Algo más de 50 mil libros y el resto, de revistas. Éstas son algo difíciles de contar, porque algunas revistas o suplementos están encuadernados y otros no, por lo que puede ser ambiguo determinar qué es una unidad. La mayor parte de los libros y revistas están en español, pero hay importantes colecciones en inglés y en francés, y también en italiano, alemán, portugués, además de las ediciones bilingües de clásicos antiguos y modernos. En una época mi padre mandó encuadernar, de manera elegante y sobria, varias de sus colecciones, sobre todo de literatura y de historia, aunque lo dejó de hacer hacia los años setenta u ochenta.

Los dos centros son la literatura y México, y por lo tanto lo más importante de la Biblioteca es la literatura mexicana. Aunque contiene material valioso y completo desde la época prehispánica hasta comienzos del siglo XXI, la colección más completa y única es la de literatura mexicana del siglo XIX y de la primera mitad del XX.

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Además de la literatura mexicana y universal, hay varios campos bien cubiertos, particularmente la historia, en primer lugar la de México pero también la universal, sobre todo libros y ediciones modernas y facsimilares. Mi padre no tenía libros antiguos, salvo unos pocos, como la Rhetórica christiana de fray Diego Valadés, Perugia, 1579. Muy bien representadas están las humanidades: filosofía, antropología, arqueología, psicología, lingüística, ciencias, y los libros de arte y de formato mayor ilustrados.

La colección de revistas literarias mexicanas es excelente, con varias del siglo XIX, pero sobre todo es muy completa la colección del siglo XX, sobre todo de la primera mitad, base para la realización de la edición facsimilar de las Revistas Literarias Mexicanas Modernas editadas por mi padre como director del Fondo de Cultura Económica entre 1977 y 1982. También es importante la colección de revistas y suplementos literarios de la segunda mitad del siglo XX. A éstos, no todo el mundo los colecciona de manera sistemática hoy en día, salvo Adolfo Castañón.

La de mi padre era una biblioteca no sólo de libros, sino de series, como lo notaron Gabriel Zaid y Enrique Krauze. Soy testigo de cómo mi padre trataba de completar tal o cual colección. Pueden ser colecciones editoriales o también autores y temas. En su conjunto la biblioteca de José Luis Martínez era una gran catedral, en la casa de Rousseau 53, en la colonia Anzures, como la describió el recién mencionado Adolfo Castañón, otro de sus visitantes y amigo de mi padre.

Al considerar en su conjunto una biblioteca es posible preguntarse cuáles fueron las condiciones de su formación. Desde muy joven, nacido en Atoyac, Jalisco, el 19 de enero de 1918, por las canciones de su abuela y de su nana Lupe, por las monjas francesas del colegio de San Francisco de Ciudad Guzmán-Zapotlán, y los maestros Aceves en el colegio Renacimiento de Ciudad Guzmán, después trasladado a Guadalajara, donde los niños José Luis y Juanito Arreola se conocieron, y después por las clases de Agustín Basave en la Universidad Autónoma de Guadalajara, mi padre le tomó gustó a la literatura y comenzó a juntar libros. Para leer había que tener libros, y así los fue comprando, o copiando, como lo hizo Alí Chumacero con el Romancero gitano de Federico García Lorca, que así leyó mi padre. Con Alí y con Jorge González Durán tuvo sesiones maratónicas de lectura en la Biblioteca Nacional, pero con las magníficas librerías de viejo que había, pudo hacerse de maravillas y joyas hoy impensables. Y precisamente entonces, en los años cuarenta y cincuenta, mi padre se dedicó con más intensidad a la literatura mexicana de los siglos XIX y XX, gracias a lo cual se hizo de tan buenos libros y revistas. Cuando iba con sus amigos a las librerías de viejo llevaba a la caja pilas de libros en las que ponía los baratos arriba y los valiosos en medio, para tratar de obtener un precio de conjunto bajo.

Mi padre era crítico literario, sobre lo que iba apareciendo en la literatura mexicana y la universal, publicaba en varias revistas, Letras de México, El Hijo Pródigo, Tierra Nueva, Rueca, y otras, por lo que se fue haciendo de libros que reflejan la vida de las letras de esos tiempos. Y sus amigos escritores le regalaban sus libros, dedicados.

Mi padre no buscaba los libros en sí mismos, sino como parte de su trabajo, por lo que fue formando una biblioteca de trabajo. Se puede seguir la formación de sus principales riquezas a partir de los libros que fue escribiendo mi padre: los de literatura mexicana del siglo XIX y XX, la edición de las Obras de Ramón López Velarde, los dos Nezahualcóyotl , los seis tomos de El mundo antiguo, el Pasajeros de Indias, el Hernán Cortés y sus Documentos cortesianos, los estudios de historiografía mexicana del siglo XVI, sus estudios y ediciones de Alfonso Reyes, la historia del libro y las bibliotecas, además de sus pasiones y su interés universal. Muchos de sus libros tienen sus subrayados, marcas, comentarios e inserciones.

Pronto la biblioteca como tal adquirió importancia en sí misma, no sólo como taller o instrumento de trabajo: se volvió un patrimonio. Mi padre se volvió más sistemático aún en la formación y cuidado de su biblioteca. Al mismo tiempo, como él lo dijo, al irnos de casa sus hijos Pepe, Lupita y yo, su biblioteca se volvió su mayor compañía. También le preocupaba su destino cuando él muriera, que su cuidado no se volviera una carga para nosotros, y que no fuera a salir del país. Hizo varios intentos de gestiones para vender la biblioteca en condiciones que aseguraran su conservación unida y ordenada, y aún en crecimiento, pero no lo logró. Murió con esa inquietud el 20 de marzo de 2007.

Tras su fallecimiento, varios intelectuales amigos de mi padre y que conocieron su biblioteca, como Adolfo Castañón, Felipe Garrido, Enrique Krauze, Vicente Quirarte y Gabriel Zaid, abogaron a favor de la adquisición por el Gobierno Mexicano de la biblioteca, debido a su importancia cultural. Yo mismo escribí una descripción lo más objetiva que pude de La biblioteca de mi padre, para que el Gobierno sepa lo que se le ofrecía, lo que tenía y lo que no tenía la biblioteca. Finalmente, la adquisición se hizo, me parece que en ese mismo año de 2007, por parte del Conaculta, hoy Secretaría de Cultura, que dirigía el maestro Sergio Vela. El traslado se realizó con un profesionalismo que me admiró y conmovió.

Hubo la duda durante un tiempo de si la biblioteca de José Luis Martínez sería puesta en el Palacio Nacional, pero esta opción fue desechada porque los cambios políticos sexenales hacían insegura su permanencia. Consuelo Sáizar, la nueva directora del Conaculta, tuvo la genial idea de poner la biblioteca aquí en la Ciudadela y de adquirir cuatro bibliotecas más, que también cabrían en esta Ciudadela, las de los escritores Antonio Castro Leal, Alí Chumacero, Jaime García Terrés y Carlos Monsiváis, alojadas cada uno con un estilo propio, que evoca a sus sitios originales y a sus autores. Así es como se llegó a la feliz inauguración en 2012 de las bibliotecas personales, que marcó la formación de la Biblioteca de México en la Ciudadela como una paradisiaca Ciudad de los Libros.

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En 2010 se publicó la descripción que hice de La biblioteca de mi padre en la colección Memorias Mexicanas de Conaculta, y abogué a favor de la conservación de la biblioteca en su orden original y de mantener vivas algunas de sus colecciones o series importantes, como los libros sobre Octavio Paz, Alfonso Reyes y López Velarde, sobre Nezahualcóyotl y Cortés, las ediciones de códices, los libros de la francesa Bibliothèque de la Pléiade, las revistas y suplementos importantes compradas con constancia hasta el final de su vida. El crecimiento orgánico de la biblioteca de José Luis Martínez no se logró, siempre faltará el presupuesto, y el espacio, y se puede prestar a duplicaciones. Pero tal vez se pueda pensar en el mantenimiento vivo de ciertas series importantes en la lógica de las de Castro Leal, Chumacero, García Terrés, Monsiváis y Martínez, y de otras que se agregaron como la de Jorge González Durán, porque son fundamentales para cualquier lector y visitante de la Biblioteca de México, presente o futuro.

Ciudad de México, miércoles 30 de noviembre de 2022



Rodrigo Martínez Baracs. Licenciado en economía por la Facultad de Economía de la UNAM, maestro en historia por la UAM Iztapalapa y doctor en historia y etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, presidente de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia y de la Academia Mexicana de la Lengua. Algunos de sus trabajos se pueden leer en www.academia.edu