Banner del texto Máquinas y ontología en los procedimientos literarios de Gerardo Arana de M. S. Yániz

¿Por qué una máquina puede escribir un libro y al mismo tiempo ser el libro una máquina? Las dos juntas o una, y luego la otra. Antes de eso, ¿por qué el texto como máquinas?1 Antes aún, ¿por qué creo que se cree que el texto o el libro tiene que ver con las máquinas? Tanto en estudios académicos como en el discurso de los escritores la metáfora del texto o libro como máquina reaparece una y otra vez.

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La máquina de hacer pájaros, de Gerardo Arana (Herring Publishers, 2008).

El primer libro de Gerardo Arana se titula La máquina de hacer pájaros (2008). Título sugerente, inquietante y sin duda poético en una tradición de literatura hispanoamericana cuyo alegórico Pájaro Azul de Rubén Darío fuera el fundador modernista. Desde entonces la figura del pájaro; como metáfora y alegoría, ha sido usado para significar lo poético o bello2 en la literatura. El sampleo o postproducción relativas a la música tienen fuerte incidencia en Arana. Además, el montaje o el arte colaborativo son formas compositivas de la invención por procedimientos que están en el campo cultural históricamente.

En la literatura mexicana, hasta el siglo XXI está la idea de máquinas narrativas, al menos no abundan como metáfora o procedimiento. La batalla cultural la ganaron los vasos de agua y la transparencia.3 Es, tal vez, hasta la época de Internet, el hipertexto y una cotidianidad dependiente de forma visible de máquinas, que los procedimientos y máquinas resurjan en la literatura del país. Además de los documentos e investigaciones que permiten reinventar la historia literaria oficial. En este sentido la recuperación del estridentismo por Schneider y Roberto Bolaño; y de Ulises Carrión por Heriberto Yépez y Tumbona Ediciones,4 tiene una fuerte influencia en el pensamiento sobre la literatura y sobre lo que un texto puede hacer. Me atrevo a afirmar que la literatura se des-solemnizó y abrió a la experimentación. Esta intuición parece ser respondida en Los muertos indóciles: Necroescrituras y desapropiación, de Cristina Rivera Garza. ¿Qué tanto una máquina puede crear y pensar cómo humano?, ¿en verdad a una máquina le interesaría hacer poesía o “cosas de humanos”? Además de ser un ensayo crítico, es una muestra de escritores y máquinas que piensan lo narrativo desde lo digital y los procedimientos. Es una exposición de realizadores y escritores. Estas democratizaciones de la escritura pública o de fácil acceso que significó Internet dio como resultado, en la generación de Rivera Garza, a escritores que escribían poemas y novelas en Twitter, sampleaban la voz de Octavio Paz con música popular o apostaban por la performatividad de la poesía en la computadora como Mauricio Montiel, Benjamin Moreno o Eugenio Tisselli. Aunque todos escriben, lo intentan hacer desde otras disciplinas para regresar, nuevamente, a la literatura.5

En cambio, la generación de Gerardo Arana pone al interior de los relatos las máquinas y la experiencia que ello produce en la lectura. Han llevado la estructura mecánica al interior de los relatos; intentan reproducir miméticamente las máquinas u ordenadores.

Sobrepasado el extrañamiento del título y su genealogía, el libro de Gerardo Arana que publicó en 2008 incluye once cuentos. El primero, “La máquina de hacer pájaros” es en realidad el único cuento del libro; los demás son consecuencias o resultados de éste. En él se narra a un inventor, el Doctor Hoffman y a su asistente, Iseult, en el proceso de inventar una máquina. Los pájaros son metáfora de los poemas y los poemas son metáfora de la literatura, porque lo que produce la máquina son nada más que literatura.

Así cada uno de los cuentos lleva su bibliografía fantástica, que va de objetos triviales a doctos documentos. Con eso Arana hace comentarios paródicos sobre la literatura; que lo literario puede venir de cualquier cosa, que la escritura siempre es lectura de otros y que la ficción misma puede dar herramientas e impulsos para escribir más ficción6.

En 2018 se realizó el Zorokin Fest: No considero la vida de los pianos insignificante7 por iniciativa de la editorial Broken English y sus amigos. Como parte de las actividades se realizó en la Galería Libertad, Querétaro, una exposición en homenaje. En ella se expuso la máquina que hipotéticamente usaron el Doctor Hoffman, Gerardo Arana y Pegaso Zorokin para escribir.

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La máquina del Dr. Hoffman. Pieza de Rafael Volta. Cortesía del archivo personal de Canek Zapata.

Acorde a esta serie de inventivas, recientemente Horacio Warpola hizo, siguiendo estas ideas, otra máquina. En ella hay experimentación de poesía digital. Aunque con un enfoque distinto al del acto de creación de Arana, creo que vale la pena ver materialmente la estética que los neónidas siguen produciendo:

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Refugio digital curado por Horacio Warpola.

En esa máquina hay obra de varios artistas como Canek Zapata (1985), Doreen A. Ríos (1992) y Salvador Herrera (1984) entre otros. Enunciar un texto como máquina o pensar el relato como máquina narrativa coloca al autor por encima del mecanismo, pero como sujeto fuera del relato. La máquina permite un desplazamiento de la subjetividad del autor fuera de lo que se cuenta; de la diégesis. Los textos, como se ve claramente con el Doctor Hoffman, no son su responsabilidad. Él sólo inventó la máquina. Sin embargo, lejos de anular la figura de autor, la máquina además de (dentro del espacio ficcional producir relatos) inventa una figura fuerte de artista-autor-inventor.8

Bibliografía

Arana, Gerardo, La máquina de hacer pájaros, Fondo Editorial de Querétaro, Querétaro, 2008.

Goldsmith, Kenneth, Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital, Caja Negra, Buenos Aires, 2015.

Rivera Garza, Cristina, Los muertos indóciles: Necroescrituras y desapropiación, Tusquets, México, 2013.

Pavis, Patrice, Fernando de Toro, Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología, vol. 2, Paidós, Barcelona, 1983.

1 Antaño ya se pensaba en la literatura y, en particular el teatro, el problema de la máquina como un elemento que excede la mímesis o la mera representación. Dice el diccionario del teatro: “Aristóteles intentó limitar en su época la intervención de máquinas (particularmente como Deus ex machina) a episodios irrealizables por los hombres y a circunstancias excepcionales, con el fin de no privar al dramaturgo de su facultad de dar explicaciones verosímiles de todas las acciones. La máquina es siempre una materialización escénica, antaño aterradora y en la actualidad irrisoria del principio de lo maravilloso (volar, desplazarse, desaparecer), un portento que deleita a los espectadores crédulos, pero indispone a los doctos racionalistas. La máquina es a la vez un tema metafísico —el hombre superado por la máquina, ya sea celestial, diabólica o robótica— y un principio de la teatralidad. El gusto actual por la ópera, por las obras de gran espectáculo, por las piezas teatrales del Renacimiento o del siglo XVIII que empleaban máquinas, por el tratado de las máquinas teatrales de N. Sabbattini (1637), la Andrómeda (1650) de P. Corneille, Anfitrión (1668) o Psiquis (1671) de Molière, se explica por la fascinación ejercida por la maquinaria teatral. […] La maquinaria escénica conlleva por fuerza la marca de la materialidad del teatro, de su carácter constructor o desconstructor y de la artificialidad de la ilusión y de los fantasmas que produce” (Pavis, 1983, 298). Se puede entrever, por un lado, la máquina como herramienta (poleas) desde los griegos, y por otro la tensión que introduce en relación al creador. Una máquina está inserta en el principio de creación de lo maravilloso y del artificio o técnica narrativa.

2El mismo Pegaso Zorokin, dice al iniciar Meth Z: “Se parecía tanto a ella. A su mujer, a su pájaro azul”, refiriéndose a la belleza del ser amado.

3 La literatura de principios del siglo XX en México estuvo en medio de una querella entre dos grupos, los contemporáneos y los estridentistas. Una de las cimas poéticas del primer grupo es Muerte sin fin (1939) de Gorostiza; del segundo, Urbe. Súper-poema bolchevique en cinco cantos (1924). En Muerte sin fin la imagen del vaso de agua y la transparencia puede representar los ideales estéticos del grupo, mientras que en Urbe yace la idea de la modernización, la radio y las máquinas. No es espacio para los avatares de esta polémica, pero la estética de los contemporáneos fue la que permeó en el campo literario mexicano, mientras que el estridentismo se olvidó hasta su recuperación por Luis Mario Schneider en 1970. Por lo que la metáfora de las máquinas o su concepto para la creación artística no aparece en la literatura sino hasta años muy recientes. Sobre esta querella se puede leer más en Escribir con caca (2017) de Luis Felipe Fabre, quien desde la figura de Salvador Novo ensaya los ideales estéticos y sexuales de estos grupos. O sobre la potencia opacada de las máquinas en el arte de inicios del siglo XX en un México en proceso de modernización, Máquinas de vanguardia (2014) de Rubén Gallo.

4 Fundada por los escritores Luigi Amara (1971) y Vivian Abenshushan (1972), quienes son un referente de la escritura contemporánea. Abenshushan recientemente publicó Permanente obra negra (2019). Un dispositivo de más de mil fichas sueltas dentro de una caja que pretenden ser una crítica a las lógicas de escritura bajo el capitalismo y los quiebres textuales que la literatura y el arte experimental han llevado a cabo en el siglo XX.

5 Por ejemplo, Verónica Gerber Bicecci (1981) se define a sí misma como “artista visual que escribe”. El gesto de desligarse de la figura de escritor y la literatura es característico de esta generación.

6 Con esta máquina, una vez creada, se puede escribir lo que sea. En un plano ficcional, claro, y la máquina como pretexto narrativo

7 La hoja de sala dice: “Hay una escena en Meth Z donde se lee: ‘Hack parecía intrigado frente al cristal oscurecido de la fotocopiadora. […] ⸺Un libro de historia, como un viaje ⸺me dijo ordenando las copias⸺ puede empezarse en cualquier parte: no sé, me gustaría empezarlo por el final. ⸺¿Cuál final? —Le pregunté. ⸺No sé ⸺me respondió⸺ depende del día que lo escriba’. La fotocopiadora siempre impregna la página de nuevos sentidos. Suciedades, manchas de tóner, etc. Como cualquier otro objeto, presenta algo así como una personalidad: la fotocopiadora parece disfrutar cuando puede descargar toda la tinta en la página negra, como acto de pura presencia. Pero la fotocopiadora es una máquina un poco más excéntrica: su función es duplicar. Copia tras copia. Su vida significa volver a empezar. No considero la vida de los pianos insignificantes es un ejercicio de comunidad donde nos reunimos a celebrar al escritor Gerardo Arana y al artista visual Saúl Galo” (Galería libertad, 2018).

8 Kenneth Goldsmith dice en su programático texto “Procesos infalibles: lo que la escritura puede aprender de las artes plásticas” que “Quizá el problema sea que los escritores hacen demasiado esfuerzo y se encuentran con unos impasses enormes en el intento de decir algo nuevo, original, importante y profundo. LeWitt ofrece una salida. Al construir la máquina perfecta, y echarla a andar, la obra se crea a sí misma. Los resultados reflejan la calidad de la máquina (no del escritor)” (2015, 153).



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M. S. Yániz.

M. S. Yániz es crítico y curador especulativo. Cursa el posgrado de historia del arte (UNAM) y filosofía crítica en The New Centre for Reseach and Practice. Se especializa en los cruces de poéticas materiales y su relación con el capitalismo y el futuro. Ha curado exhibiciones en galerías y espacios independientes. Escribe crítica de arte en revistas como Onda, Terremoto, Amigas Íntimas, Tierra Adentro, entre otras. Coordinó el dossier por los cuarenta años de Mil Mesetas y sobre las políticas aceleracionistas y realismo especulativo. Tradujo el libro inédito de Mark Fisher, Comunismo ácido publicado por Herring Publisher en 2020.