Banner del texto La escritura detrás de la vida. Alrededor de la obra de Gerardo Arana de Pierre Herrera

Escribir cuesta.

No solo me refiero a poner una palabra después de otra con gracia y técnica, imaginar y reburujar la posibilidad de la lengua, dialogar con temas y referentes, que también; sino a que sentarse a trabajar hasta conseguir un texto, digamos, medianamente terminado, implica tiempo, esfuerzo físico, mental, emocional, y dinero.

Reviso varias obras de Gerardo Arana —que conjuran a Pizarnik y a Macedonio— y al centro alcanzo a ubicar una pregunta, que encuentro textual en su blog Insight con fecha del 29 de marzo de 2012, en la entrada “Sobre el primer curso de Creación literaria para jóvenes de la Fundación Mexicana de la Letras”: “¿Cómo vivir haciendo literatura?”. La siguiente oración acota: “La respuesta se supone vamos a encontrarla escribiendo”.

Tal pregunta me hace imaginar otras: ¿Qué implica “vivir haciendo literatura”? ¿Qué implica hacerlo en el contexto mexicano, pensado esto desde la interseccionalidad?; y, antes que cualquiera de estas preguntas habría que preguntarse, y seguir interrogándose, sobre el significado de hacer literatura.

¿Escribir es hacer literatura?

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1. Un aldeano sajón espera el fin del medioevo en una habitación blanca, de Saúl Galo. Bolígrafo.

Comenzaré hablando de las veces que intenté escribir este texto.

Primero quise hacer una nota biográfica. “Gerardo Arana (1987-2012) nació en un país que hace 333 millones de años no existía, aunque los elementos que hoy vemos al asomarnos por la ventana ya estaban ahí, e incluso aquellos necesarios para la vida ya estaban presentes aunque dispuestos en estructuras que componían formas de vida muy distintas a las actuales y, sobre todo, maravillosas, porque no estaban interesadas en escribir…”. No lo logré. Los intentos se transformaban tras las primeras oraciones en ficciones alucinadas sobre las posibilidades, bondades y maleficios de la vida y la escritura.

Intenté escribir sobre cómo casi dejo de escribir para siempre pero leer Meth Z en la primavera de 2014 me devolvió una fervorosa calidez que imaginé, en aquella temporada, feliz —aunque también— y —sobre todo— trágicamente evaporada. “Recuerdo cuando quise dejar de escribir. No fue un momento específico ni una iluminación concreta que llegara de súbito; más bien, fue el resultado de un sentimiento que echó raíces dentro de mí años antes, cuando por primera vez quise contar una historia y quise llamarme a mí mismo escritor. Entonces, a un lado de ese deseo, cultivé en paralelo otro: escribir lo que vivía, y vivir más para escribir más, mejor. Pero, como si fuera el lado opaco de un espejo, también creció y enraizó profundo algo más: un sentimiento de inacción, de no contar nunca nada, de callarme, de no pensar en la escritura en mi día a día, de no vivir para escribir. Algunos días recordaba que el sentimiento estaba ahí, latiendo a un lado de mi corazón. Miraba el sol, las sombras de los atardeceres, y me reconfortaba pensando que mostrar por completo es algo imposible, se necesita opacidad para narrar; así que seguí escribiendo”.

Quise escribir sobre el mecanismo para crear historias de Gerardo, pero, casi al momento de comenzar a hacerlo, mi reflexión mutó en una digresión sobre los videojuegos, la repetición y la variación: la cotidianeidad hechizada por los algoritmos, el ritmo de los procesos programados para fallar. “Ocho horas frente a un videojuego. A Pegaso Zorokin no le gusta mucho la vida. Prefiere las pistas del Mario Kart a la avenida arbolada que da con su escuela”.

Luego, quise mezclar las líneas que tenía de esos tres intentos en un texto que hablara de la novela y la poesía que abrazan la aleatoriedad, la espontaneidad, lo accidental y lo no premeditado, y lo combinan con cierta urgencia emocional, la soledad virtual, lo metarreferencial, la autobiografía como crítica y antropología extraterrestre, y el borramiento de cualquier distinción entre ficción y aquello que no lo es, o se asume que no lo es. “La realidad atonta, enfurece, los inicios en realidad no existen, tampoco los finales, es más, si podemos seguir hablando de arte, de literatura, habría que pensar que éstas son una conversación, no una oficina de patentes; las narrativas contemporáneas, como la de Arana, comparten cierta inclinación por volverse los informes sobre cómo se fabrican las obras y dejan de ser obras en sí”.

Nada. Lo abandoné.

Con más osadía que una idea de lo que quería decir, inicié de nuevo y comencé a escribir sobre la influencia del disco Discovery de Daft Punk sobre quienes vivimos nuestra adolescencia en el cambio de milenio, y quisimos escribir, o nunca lo habíamos pensado pero queríamos vivir livianamente, alucinadamente. Había un párrafo donde se hablaba del concepto de álbum y su relación con las fiestas y el baile, también algunas líneas por cada canción y un gran cierre explicando a detalle el heroico final del álbum con el tema de diez minutos “Too long”, que daba paso a hablar del poema “Ojalá el gobierno me diera una beca” de Gerardo, que —y este era en realidad el hallazgo— puede ser leído por completo y de manera casi sincronizada con esta canción: “Diez minutos / No voy a corregir nada // Demencia // Viva la nueva demencia / Viva el animismo radical / Anarcosentimentalismo”.

Una chalada.

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Insight, blog de Gerardo Arana.

En mi último intento quise hablar de la exposición de 2018, No considero la vida de los pianos insignificante, realizada en la ciudad de Querétaro como un homenaje a la obra y vida de Gerardo en su ciudad natal. Pero no logré hacerme un tiempo para escribir: mi trabajo fijo acortó mis días. Durante algunas semanas iba y regresaba a la oficina pensando en lo que significa hacer un homenaje, recordar a alguien amado, considerar importante lo que hizo y volver a considerar sus acciones en relación con la vida de quienes estamos acá. Otra cita de aquel texto alojada en gerardoarana-blog.tumblr.com: “Decir te amo a alguien, es decirle tú no deberías de morir nunca, nos dijo Hugo Gutiérrez Vega acariciándose las barbas de explorador de montaña”.

Todos estos intentos me llevaron al tema del costo de la escritura.

Imagino posible una lectura de la obra de Gerardo Arana desde los trabajos de cuidados y ciertas teorías sobre el trabajo intelectual.

Comenzaría tratando de responder a la pregunta ¿qué significa hacer literatura? Me viene a la mente el personaje de Madame Bovary, León Dupuis, y la manera en la que es descrito por Flaubert: “por las noches se encerraba en su cuarto a hacer literatura”. ¿La literatura es algo que ocurre en un cuarto a solas, un diálogo a oscuras cuando se da por terminado el día productivo y se puede dar rienda suelta a reinventar el mundo, a escribir contra éste? ¿Es algo vital? ¿La literatura es un trabajo lunático que a golpe de producción obtiene algo…? ¿Qué obtiene? ¿Se puede medir un logro artístico como se miden ventas y devoluciones de almacenes? ¿Y si, por el contrario, hacer literatura fuera crear nada?

En el cruce entre lo que es posible capitalizar y lo que esquiva una definición tan determinante como es o no productivo; ahí, en esa difusa zona de trabajos, es posible ubicar uno de los temas que, he notado, más preocupa a quienes en México —me incluyo— se dedican a la creación de artes textuales, visuales, escénicas, virtuales, sonoras, etc: las becas. Que pueden rastrearse como una herencia priista con raíces en los primeros empeños vasconcelistas. Que implican primero la creación de programas de becas, después el olvido sistemático, a través de una limitada difusión, de las publicaciones que gracias a ellas se generan. Que forman parte del sistema que cada año lanza concursos entre pares que premian gustos y aficiones propias. Que dan la falsa sensación de que es posible, en este país, vivir “de hacer literatura”.

Cualquier apoyo para seguir creando es invaluable; yo mismo estuve en situaciones donde sin un apoyo para dedicarme por entero a la creación el trabajo artístico no hubiese ocurrido ni siquiera a cuentagotas; a veces las dificultades materiales, o de salud son insalvables. Y con ese apoyo di todo, quizá demasiado, para terminar, para estar a la altura, o lo que creía era ese estándar.

Ahora creo que cuando el tiempo es propicio, a veces crear es, precisamente, no producir nada. Es tener la posibilidad de cuidarse, salir a bailar, detenerse, estar tranquilo, vivir. Hacer literatura, como quien vive alucinada y amorosamente.

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Pero a las becas se les promete producir, no vivir, no tomar el sol y leer, no hacer nuevos amigos en concursos de baile. Los personajes de Gerardo, por el contrario, desean volver la literatura los anteojos de su realidad. Quieren escribir sus días y quieren escribir sus sueños y quieren vivir en un espacio donde éstos son la misma desmesurada materia. Pero también desean vivir de hacer literatura, que, en este caso es habitar un lugar donde el trabajo es escribir y la escritura es una manera de imaginar y soñar, disponer y remezclar, iniciar una y otra vez, otra vez, otra vez, hasta disponer de tal forma los elementos vitales que se obtenga… nada. Hasta que la vida alrededor se desvanezca por un segundo y se reformule con dosis de imaginación y asombro. Son personajes que intuyen que para escribir el mundo el esfuerzo requerido es desmesurado: deben leer y escribir mucho, imaginar con obstinación, escribir de nuevo, soñar con lo que se escribe y con otras vidas… Y ya ubicados en aquella duermevela donde los contornos se confunden y trabajo y arte se entremezclan, habría que dar un brinco a una de las temáticas centrales en la obra de Gerardo: las becas estatales de escritura, la institución y aquello que ocurre al intentar optar por reconocimientos y apoyos. ¿La literatura puede sistematizarse hasta volverse informe de gobierno, un tratado para impresionar a otras personas dedicadas a vivir de hacer literatura?

¿Puede volverse silencio?

Pasó un año, apareció una nueva convocatoria. No participaron. Gastón se dejó el bigote y entró a estudiar psicología. Lucas entró a estudiar francés y le ayudó a su padre como repartidor en la tintorería. Lucas y Gastón no volvieron a escribir y lentamente fueron olvidando todos los poemas que se sabían.

Eso se lee al final de: “Atlas Q” sobre dos personajes a los que no les dan la beca que piden. Pero en uno de los textos de la novela Meth Z hay unas líneas donde se puede intuir que algo vendrá desde fuera para que la creación como motor de lo inesperado se articule:

Pegaso Zorokin alcanzó al escritor tirando de su túnica.

—Mire Señor Calvino es el Meth Z, es una droga —le dijo poniendo un cristal azul en su mano— la inventé yo en mi clase de botánica. Con ella escribirá su último libro. Es una droga cargada de futuro.

¿Es necesario romperlo todo e iniciar de nuevo? ¿O, de forma más modesta, habría que reubicar la maquinaria de la ficción a un tiempo distante, para hoy trazar los planos de esa materia futura transformadora?

¿Y qué es un proyecto artístico sino su proyección en el porvenir? ¿Un aplazamiento, planos y tablas de acción, especulación sobre una obra?

“Mi proyecto consiste en escribir una novela de 160 páginas”. “El proyecto consistirá en realizar la escritura de una novela policial de 170 páginas”. “Realizar una novela autobiográfica de 140 páginas”. “Un ensayo sobre los pueblos precolombinos de México ahora desaparecidos”. “Un libro de cuentos de scifi ubicado en el año 5,333”. “Un poemario que sea una novela, que sea una confesión”. “Una obra de una extensión aproximada de 80 cuartillas que estará lista en un año”. “Una obra dramática cuyo arco dramático se construirá siempre antes de iniciar la obra”. “Una novela que sea un diario de sueños que sea la bitácora de mi año de becario”.

La literatura como un proyecto futuro, eso se podría decir de la obra de Gerardo. Para dedicar el presente a vivir, a soñar la creación, a planear la escritura, a hacer una bitácora de los empeños diarios por producir algo que no es posible terminar: ese diálogo. “Resulta interesante encontrarnos contándonos historias. Historias e historias sobre historias. Al final no somos más que las historias que nos contaron. La historia que nos contamos”. Leo en el texto “Anarcosentimentalismo”.

Tal vez Meth Z y gran parte de la obra de Gerardo han resonado como una lectura colectiva porque narra con asombro el tedioso proceso de volver a planear una obra que tal vez nunca se realice. Pegaso Zorokin, de nuevo. María Eugenia, otra vez. Sueños persistentes. Daft Punk en las bocinas: “Ooh, I don't know what to do / About this dream and you / We'll make this dream come true”. Vuelve a iniciar. Un año más.

—¿Ya metiste al FONCA?

—Este año creo que no lo intentaré…

“Why don't you play the game?”

—Yo sí —dice Gerardo—. Será una novela hecha con el impulso de todas las veces que he intentado que me dieran una beca, llena de todos los “no” y los “sí”. Hecha con los sueños e ilusiones de quienes antes que yo y después pedirán becas y les dirán que no. Será una novela, claro, sobre el amor. Sobre los sueños y la persistencia. Una novela muy viva. Pero no será una novela de amor, será una novela sobre la insistencia que es crear. Será una ficción sobre la imaginación. Que inicie una y otra vez, que proyecte fantasmalmente un final. Porque una vez que tienes inicio y final, lo que tienes en medio puede ser cualquier cosa, se puede ramificar para siempre; es la historia, ese cuento que puede ser la vida. Una novela sobre un escritor enamorado que ha pedido becas y las ha perdido, que ha amado y lo han amado, que se junta con sus amistades a leerse, a tallerear sus proyectos de beca y sus libros hasta el cansancio y el tedio, que ha fumado y bebido con los dedos quemados y los ojos cansados, con el corazón definitivamente contento. A él y a sus amigos los une el deseo de atravesar la noche en compañía de personas queridas, que es en definitiva una forma de hacer literatura. Ellos prefieren sentir el frío de madrugada tras una fiesta que por un momento se sintió eterna que terminar el libro. Porque el libro termina y la historia se acaba, pero la posibilidad de arrancar de nuevo, de volver a imaginar otro escenario, así como el deseo de seguir leyéndonos y de volver a trazar el dibujo sobre la arena que encierre el misterio de la vida, no termina.

—... ¿Nos leemos de nuevo antes de mandar?

—Todavía nos quedan tres vidas.



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Pierre Herrera.

Pierre Herrera (Morelia, 1988). Artista textual. Ha publicado Exyugoslavia (Paraíso Perdido, 2021), Elizondo en China (2021), Fuego cruzado (2020), El Aleph para máquinas (2019), Pero quién es el soñador (2018), Objetos no identificados (2017) y Dafen: dientes falsos (2017). Ha participado en exposiciones colectivas con artefactos que buscan intersecciones precarias entre arte digital, archivo, dibujo especulativo y literatura periférica. Fue parte del programa de escritura de la Fundación para las Letras Mexicanas (2014-2016) y del Seminario de Producción Fotográfica del Centro de la Imagen (2017). Es editor de Broken English (www.brokenneglish.lol).