Banner del texto “No hay lugar para los cuerpos enfermos”, Francisco Meza Sánchez

El trabajo del filósofo y ensayista Marco Sanz (Hermosillo, 1986) se enmarca en el cruce de los estudios filosóficos, culturales y literarios. Es en esa zona de encuentro desde donde Sanz ensaya preguntas, articula argumentos y formula juicios.

Su obra La emancipación de los cuerpos. Teoremas críticos sobre la enfermedad —merecedora del II Premio Internacional de Pensamiento 2030, convocado por el Institutu Asturies y Ediciones Akal— hace patente ese tipo de reflexión lúcida y multidisciplinaria, que, sin relajar el rigor argumentativo y científico, enriquece la discusión de su tema desde diversas áreas del saber. En este ensayo Marco Sanz aborda el lugar que ocupan el enfermo y la enfermedad dentro de una sociedad fascinada, por no decir enajenada, con la mitificación moderna de la lozanía y la salud como estados, tanto corporales como anímicos, susceptibles de prolongarse como nunca antes en la historia de la humanidad, lo cual por contraste determina socialmente a la enfermedad como la nueva angustia de nuestro tiempo.

Tuve la oportunidad de presentar este propositivo e inteligente libro, el cual también guarda como virtud la pulcritud del estilo de su prosa, en la última edición de la Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ahí surgieron las preguntas que conforman esta entrevista y que dan la oportunidad de conocer con mayor hondura a uno de los pensadores jóvenes más llamativos de México.

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Marco Sanz en la Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2022.

FRANCISCO MEZA SÁNCHEZ: Desde el prefacio estableces una de las directrices por donde más ahondará tu pensamiento, digamos una de las premisas principales y de mayor rango provocativo de tu indagación. Me refiero a la idea de la enfermedad como instrumento de dominio dentro de una sociedad fascinada con el culto a la salud. ¿Funciona esta premisa como una suerte de reivindicación o motor fundacional a lo largo de libro?

MARCO SANZ: Sí. Y es una premisa que, además de entroncar con un trabajo ya clásico de Susan Sontag, continúa justificándose en la medida en que describe una realidad aún vigente: ¿o quién no se ha sentido alguna vez discriminado o hasta culpable por no estar físicamente a la altura de las expectativas de una sociedad a la que sólo parece importarle estar joven y lucir bien? Enjuiciamos a la enfermedad con los criterios de la moral capitalista, para la cual sólo es bueno y perfecto aquello que genera dinero. En ese sentido, el hecho de recuperar el tema responde a la necesidad de hacer de la filosofía un instrumento de transformación social. Pues ante esa tendencia a fetichizar todo lo relativo a la salud —de la que, irónicamente, no puede salir nada saludable—, considero necesario asear filosóficamente ese discurso que homologa enfermedad e irresponsable imperfección para ver qué esconde, para saber cómo es posible desactivarlo y, a ser posible, conseguir tener una experiencia de la enfermedad menos prejuiciosa.


MEZA: Si entendemos a la fenomenología, desde su concepto más básico, como descripción de los fenómenos que experimenta el ser humano, en una analogía genérica, en La emancipación de los cuerpos, ¿la voz filosófica, a la manera de un médico, prescribe la patología con que la enfermedad es morbosamente percibida por la sociedad occidental?

SANZ: Exacto. Tiene que ver con la forma en que está estructurado el trabajo. Por una parte, intenta desarrollar, como dices, una fenomenología de la enfermedad o, mejor aún, del cuerpo enfermo, acudiendo para ello a autores de la tradición fenomenológica que, como Heidegger o Merleau-Ponty, trazaron las vías para encarrilar un trabajo de este tipo. Mientras que, por otra, empotra sobre esa labor descriptiva el arsenal de la teoría crítica, a cuya precisión contribuyeron Adorno, Marcuse y Bolívar Echeverría, entre tantos otros. El resultado, entonces, es este libro que, tras localizar o diagnosticar sus orígenes culturales y sociopolíticos, desmonta un concepto hoy vigente de enfermedad para sustituirlo por otro más fiel a la experiencia que realmente se tiene del cuerpo enfermo. Busca de esa manera inscribirse en una tradición que tiene en Nietzsche a su Estrella Polar, en la medida en que para él el filósofo es el médico de la cultura.


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Marco Sanz en la Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2022.

MEZA: Resulta un ejemplo muy adecuado para ilustrar tu tema cuando tocas el fenómeno, por demás inquietante, de la cibercondría: este impulso cada vez más frecuente de las personas por buscar información en internet sobre tal o cual enfermedad. ¿Cómo podemos explicarnos este fenómeno bajo la lógica de los sistemas de dominación neoliberal que parecen buscar responsabilizar al individuo de su salud, así como del autocuidado que debe ejercer para continuar siendo una fuerza de trabajo confiable dentro de la sociedad? Esto es, como tú lo mencionas, la persona vista como un capital social asociado a lo moralmente responsable.

SANZ: La prueba de que los sistemas de dominación existen es, en efecto, que hemos interiorizado a tal grado ese discurso que ya no nos damos cuenta de nada: ni a qué responde ni qué pretende. Lo único que sabemos es que debemos estar sanos, hacer cuanto esté en nuestras manos para evitar caer enfermos. Es nuestra responsabilidad; como también lo es la de alcanzar cierto estatus social. Pero la perversidad de estas creencias lleva al sistema a su límite, pues, por ejemplo, ¿cómo puedo ser yo el responsable de haber desarrollado un cáncer después de haber consumido por años alimentos tratados con glifosato, el herbicida del “milagro agrícola” que, tras haber sido calificado de probable cancerígeno por la OMS, aún sigue utilizándose en México y otros países? Pero vamos a ver que en principio el producto se aplica con la mejor de las intenciones: proteger los cultivos y garantizar mayores cosechas. De acuerdo. Pero, ¿seguir utilizándolo pese a que existen pruebas empíricas que desaconsejan su uso? Eso ya es una inmoralidad, de la cual son cómplices los estados que mantienen licencias y permisos preocupados menos por la salud de la ciudadanía que por salvaguardar intereses corporativos. Entonces, el mecanismo perfecto para mantener estos pactos fuera de foco consiste en hacer de la salud un problema individual —que lo es, tampoco voy a negarlo, pero sólo hasta cierto punto—. Ello explica asimismo por qué, bajo semejante contexto, la salud pública deja de figurar en la agenda política: al convertirse en un tema personal, en algo sobre lo cual únicamente yo puedo y debo hacerme responsable, las tareas del aparato estatal se limitan a “acompañar” al individuo en su lucha contra la enfermedad, en lugar de prevenirla o atenderla con dignidad.

MEZA: Dice Susan Sontag, en La enfermedad y sus metáforas, obra que sirve de piedra de toque en algunos de tus razonamientos, que “basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”. Como bien es sabido, la actual pandemia puso en jaque todas las estructuras sociales del mundo globalizado; a la luz de tus indagaciones: ¿consideras que fue, o es, tan infeccioso el componente moral como el orgánico en la contingencia sanitaria de covid 19?

SANZ: Quizás para muchos no fue tan evidente, pero pienso que sí. Y lo fue todavía más cuando llegaron las vacunas y varios gobiernos comenzaron a implementar medidas de segregación en un claro ejemplo de poder biopolítico. Mientras haga falta estar vacunado para viajar o para entrar en algún restaurante, la inmunización actuará como factor de discriminación. Y no hablemos ya de la absurda percepción de las personas que se tenía —y se tiene— según qué vacuna se habían puesto: daba la impresión de que los Pfizer, los Moderna, etcétera, se situaban en un rango superior a los Sinovac. Ante una contingencia sanitaria como la que hemos atravesado, mucha gente no tardó en demostrar que la ignorancia y los prejuicios son tan contagiosos y dañinos como el coronavirus. Pero hay que reconocer que es difícil hacerse una idea de la enfermedad sin que intervengan nuestros prejuicios morales y hasta estéticos. De esto Nietzsche sabía bastantes cosas. Y Sontag lo trasladó al terreno del cáncer y del sida. La emancipación de los cuerpos recupera, efectivamente, estos planteamientos, pero su propósito es otro: no se queda solamente en la labor de desmontaje y crítica moral, avanza y apuesta por convertir la enfermedad en un ejercicio de libertad, en una forma de reivindicación del espacio que los enfermos habitan y comparten con el resto de la sociedad.


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Marco Sanz, La emancipación de los cuerpos, Akal, Tres Cantos, 2021, 160 pp.


MEZA: Después de recorrer tus páginas y entender tu indagación como un anhelo libertario, como un proceso para emancipar a la enfermedad de tabúes, falsas expectativas, culpas, etcétera, ¿crees que podríamos decir que existe una morbosidad sistemática en la forma en que observamos lo que debe ser la salud, tanto propia como ajena?

SANZ: Sí, y me temo que no es un problema meramente sociopolítico. Se trata de algo de mayor calibre. Estamos frente a un malestar de magnitudes civilizatorias que podríamos identificar bajo el concepto nietzscheano de nihilismo, cuyo análisis nos forzaría a prolongar este diálogo; y por ahora no queremos eso. Basta con que digamos que ahí donde estar sanos nos cuesta la vida, algo muy mórbido está sucediendo. En la década de los treinta del siglo pasado, Ortega y Gasset ya había previsto que la enfermedad básica de nuestro tiempo —que en buena medida sigue siendo el nuestro, no cabe duda— es una crisis de los deseos. Deseamos tener buena salud, correcto, pero no sabemos para qué. Y me temo también que no es un dato menor. Pues yo puedo estar físicamente bien, pero si las condiciones en que vivo no son favorables o no me aportan un horizonte de satisfacción hacia el que abocar mi deseo, ¿de qué me sirve estar sano? ¿Qué sentido tiene que invierta tiempo y dinero en dietas y gimnasios si el mundo en que vivo es tristemente una fachada que disimula mal sus miasmas? Se diría que el repertorio de bienes materiales con que hoy contamos no sólo es incomparablemente superior al de otras épocas, sino que tenemos la conciencia clara de que es superabundante, y, sin embargo, mantenía Ortega, la desazón es enorme, y es que al día de hoy no sabemos qué ser, nos falta imaginación para tejer el argumento de nuestras vidas. No obstante, creo que cuanto más conscientes seamos de ello, más probable será que rectifiquemos el rumbo.


Francisco Meza Sánchez (Culiacán, 1979) estudió letras hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Es autor de Mar en sombra (2005), Defensa de la demora (2009), La bitácora y un día más (2009), Memoria de marzo (2011), Cuaderno de las apariencias (2013) y Retóricas de la sed (2020).