Banner del texto Muestrario de la literatura de la diversidad sexual en México de Elena Madrigal

Podríamos entender la literatura de la diversidad sexual como la ficcionalización de personajes, temas o reflexiones que difieren de la heterosexualidad. En la vida social, la diversidad se resume en las siglas LGBTTQ+, que comportan una serie de identidades espectrales asumidas personal o colectivamente: lésbica, gay, bisexual, travesti, transexual y queer; a ellas se añaden otras conforme las personas asumen y nombran más variaciones o gradientes. En el terreno literario, los motivos, los matices de percepción y de conjunción de intereses y cargas valóricas de la diversidad han dado pie a la creación y a la crítica literarias en todos los grandes movimientos en que se ha divido el canon mexicano. Sin embargo, entre las dos últimas décadas del siglo pasado y las dos primeras del XXI, el auge y la legitimación incuestionable de los estudios de la mujer y de género han fundamentado nuevos diálogos entre la literatura y los fenómenos de visibilidad y avances en los derechos humanos de las personas sexodiversas. Es decir, las dimensiones ética y social que cruzan enunciaciones y representaciones adquieren un peso significativo porque la sexodiversidad suscita debates de distinta índole, a más de que no siempre es vista con buenos ojos.


Es probable que un ambiente más propicio para una ficcionalización “fuera del clóset” marque la distinción entre la literatura del corte temporal contemporáneo que proponemos y la cifrada o críptica, que exigiría echar mano de la especulación y de acercamientos historiográficos idóneos. En otras palabras, la apertura a la diversidad ha permitido que autoras y autores de distintas procedencias, edades, preferencias sexuales y formaciones profesionales hallen un venero de creatividad dúctil a todo género literario y que, a su vez, aporten un conjunto variopinto para el disfrute estético y el reconocimiento de las múltiples expresiones del erotismo, del deseo o del amor. Con fines de claridad expositiva, seguiremos el orden de las siglas LGBTTQ+ para ejemplificarlas antes de arribar a algunas conclusiones provisionales.

“L”

La sigla se refiere a la literatura lésbica, también adjetivada como lesbiana o sáfica; es decir, la que tiene como foco las relaciones sexoafectivas entre mujeres y ha transitado de la insinuación hasta la explicitud del encuentro físico. En ella conviven trasfondos ideológicos condenatorios, propuestas gozosas y perspectivas que invitan a considerarla con naturalidad, como sucede en un microrrelato de Azucena Rodríguez Torres y que representa un porcentaje mínimo de su obra. He aquí el texto:

“Dulce nombre de María”

Tía Feli nos esperaba siempre con gusto; chocolates y natillas. A los cinco, seis años, me invitaba a dormir a su casa. Me dormía abrazando un borreguito de su cama y ella me abrazaba a mí. Una noche desperté y ella no estaba. Oí, entre murmullos y risas, decir “María” y me asomé a la sala. Ahí estaban mi tía Feli y otra mujer, de pie, tomando café. Se besaron en los labios y fueron a otro cuarto. Regresé a la cama y me dormí enseguida. En la mañana le pregunté: ¿y mi tía María? Ella no contestó, me oprimió la mejilla y se rio y yo me reí con ella.

Desde una voz narradora infantil, el texto conlleva el mensaje de que el lesbianismo dista de ser extraordinario. Para dar cuenta de la intimidad y la felicidad de las protagonistas, el relato se ambienta entre murmullos y risas y que la voz narradora llame “tía” a María implica que da por sentado que ya pertenece al círculo familiar en tanto tía política. El nombre de la amante conlleva la dulzura del trato de la nueva tía, pero también la alusión a la virgen, con lo que se abre la interpretación a múltiples significados transgresores.

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“G”

La escritura también adjetivada como “homosexual” está centrada en las relaciones entre varones y cuenta con innumerables obras individuales de todo género literario, antologías, entradas enciclopédicas y estudios críticos e historiográficos. A guisa de ilustración, retomamos unos versos de “Chacal” de Eriko Stark por varias razones. Entre ellas está su intertexto con El vampiro de la colonia Roma, novela fundacional de la literatura gay, ubicada en el entonces Distrito Federal, con improntas de la picaresca que se avienen a la narración de las peripecias sexuales de Adonis García, personaje central, mientras que el cronotopo de “Chacal” también es la Ciudad de México, ahora escenario renovado de la narcoviolencia, causante de la muerte de “el Brayan”. En ambas obras, la oralidad ficticia y la convivencia de registros son parte del artificio literario, como el transcribir el significado de “chacal” según los diccionarios y referir al término en el poema según la jerga homosexual para designar a un hombre de aspecto varonil que tiene sexo con otros hombres, sea por dinero o por otra retribución. En el ámbito ideológico, el amor y el gozo hallan sitio entre el infortunio y los convencionalismos de la masculinidad, desdiciendo una serie de opiniones alimentadas, entre otras, por los medios, como se aprecia en los versos a continuación:

. . . . . . . . . . . . . . . .

Dicen que eres un hombre de piel morena,

activo por naturaleza

con una gran verga

jugosa, como cascada en primavera.

. . . . . . . . . . . . . . . .

Dicen que eres un sujeto peligroso

que debajo de la playera blanca

tienes una escuadra calibre 22.

. . . . . . . . . . . . . . . .

Pero yo no creo que seas malo cuando me abrazas con ternura,

. . . . . . . . . . . . . . . .

Pero yo creo que cuando me pides que te haga el amor

. . . . . . . . . . . . . . . .

conmueves mi mirada y te penetro sin decirle a nadie

. . . . . . . . . . . . . . . .

que eres el amor de mi vida.

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“B”

La bisexualidad ha inspirado obras como Poemas al desconocido / Poemas a la desconocida de Silvia Tomasa Rivera (Verdehalago-Conaculta, 2002) y piezas como “Tendencias” de la creadora y traductora sonorense Cristina Rascón. En este último caso, dice la composición:

De joven me enamoré de mi mejor amiga, en el colegio. Y de un hombre mayor, en sus cuarenta. Universitaria, me enamoré de una chica de limpieza, muy joven. Y de un hombre casado, dos veces mi edad. Profesora, fui amante de un colega de trabajo, y de una alumna nueva, de primer año. Por mis lentes progresivos, peinando mis canas, desfilan hoy los rostros de una niña ingenua, universitaria, y de un escuincle divorciado, de casi medio siglo en el planeta. Me miran, los miro. El periódico sentencia: “No frena brecha de disparidad”.

En tan solo 95 palabras, el título de una nota periodística de índole económica o demográfica desata en la voz narradora el recuento de una serie de relaciones en las que han alternado hombres y mujeres. Las elecciones pierden peso porque, en concordancia con el supuesto intertexto sociodemográfico, el hilo conductor del relato es la edad, estrategia que permite una lectura irónica y por demás inteligente del deseo por personas de uno u otro sexo.

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“T”

La primera sigla “T” se refiere al travestismo. Luego de una comparación somera con las producciones de las siglas “L”, “G” o “B”, podríamos suponer que, ante lesbianas, homosexuales y bisexuales, el personaje travesti elude asideros en cuanto a cuerpo biológico, preferencias y prácticas sexuales, gradientes de intervención médico-técnica, códigos de vestimenta o maquillaje, comportamientos gregarios y todas aquellas instancias en las que el género se evidencia en su performatividad. Si bien predominan las ficcionalizaciones maniqueas, dolorosas y violentas en todos sus matices, también hay obras que incluyen la parte gozosa, como la novela Travesti de Carlos Reyes Ávila. Se trata, además, de un experimento cuyos recursos escriturarios se antojan análogos a la complejidad e inasibilidad del travesti. Cada capítulo es entonces facturado mediante el responso, la entrevista, la crónica, el testimonio, el diario o la parodia, entre otros, y con ellos se alternan otros apartados que se corresponden con las convenciones del ensayo, unas veces entre filosófico y antropológico y, en otras, allegado a la reflexión personal sobre un fenómeno dado. Reyes Ávila recurre a la hibridación para resolver literariamente el reto que constituye el personaje travesti y el desorden aparente es catalizado por la voz del raciocinio. Así, entre parodias, transgresiones y retornos al orden logocéntrico, Travesti invita a preguntarnos cómo la literatura puede ser medio de pervivencia o de disolución de los convencionalismos genéricos.

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“T”

La segunda “T” emblematiza a las personas transexuales que han tomado la palabra y producido autobiografías como No soy persona, de Fabiola Estradiol, pautada por el hibridismo literario y el desfase entre las partes del libro y la información que tradicionalmente aportan, entre otras maneras expresivas. Ambos rasgos se hallan también en la confección material de Poesía en transición / Pido no ser yo, de Daniel Nizcub Vásquez Cerero, con solapas encontradas y dividido en las dos secciones que dan título a la obra. En ellas, se hallan poemas en espejo, incluso. Tal sucede con “A mi voz” y “Mi voz”, desarrollos de un tópico en los que un yo lírico desdoblado deja atrás tonos y maneras de ser para reconocerse en un futuro esperanzador y saberse sostenido en comunidad. Dicen los poemas:

A mi voz


. . . . . . . . . . . . . . . .


Mi voz ha sido estandarte de muchas historias.

Ha sido niña, madre, abuela, pantera, chango, árbol…

ha sido yo.


Mi voz se irá y la dejaré partir.

Mañana, cuando sea necesario recordarla,

habrá que buscarla en el vibrar

de mis nuevas cuerdas vocales.

Mi voz será el diapasón que guíe

aquella otra forma de sentir el mundo.

Mi voz


Le temo a mi voz,

a sus subidas y bajadas.

A las palabras que saldrán

y no tendrán regreso.

A ya no escuchar la tuya,

seas quien seas a partir de entonces.

. . . . . . . . . . . . . . . .

No morirá.

Sola, discreta,

mi voz caminará por otras sendas,

caminos de memoria colectiva

a la que pertenezco sin saberlo.


“Q”

La “Q” se refiere a queer, préstamo que inicialmente se refería a la fluidez del género, pero que, conforme se aclimata en América Latina, se transforma en “cuir”, “que(e)rencia” y otras variantes que lo mismo funcionan como categorías para la reflexión teórica sobre el género y sus disoluciones que para la asunción de una identidad sociosexual. Desde ambos planos, en “Rostro cuir” César Cañedo emprende una composición de nueve estrofas en la que ciertos versos remiten a temas de la “cueridad”, por ejemplo, la incompletud o el escarnio que hace blanco en lo no normado, lo asimétrico, sea un cuerpo, un deseo o una práctica sexual. Los versos clave son los del llamado a “incinerar siglas / clausurar arcoíris”, a la disolución de las categorías identitarias que, si bien cohesionan, también dividen. En unos cuantos años, el imaginario de Cañedo ha dejado huella en creadores como Ingrid Bringas quien, en una obra premiada, asume un título intertextual y una agenda igualmente abarcadora:

Estado de naturaleza

Nombrarlo todo:

maricas, tortilleras, travas

sudaca, negrata, mexica.

locas, cabras del trópico

sodomitas andinas

Mariquismos.

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Reflexiones para una transición

La heterogeneidad sexogenérica es otra energía creadora que al materializarse en literaturas multivocales fija instantes lingüísticos y de experiencia que dan formas, y por qué no, legitiman deseos. La representación se torna, entonces, en una textualización de las realidades amorosas, un intento u oportunidad de mostrar cómo éstas, y las identidades con las que se funden, son retóricas en devenir. Al tener estas literaturas un asidero en la experiencia corporal se abre la posibilidad novel de una apropiación y recreación, por medios artísticos e intelectuales, de un espacio como puede ser un cuerpo trans, el amor entre mujeres o la fluidez del deseo. Para la crítica literaria implica la conformación de genealogías y herramientas locales en las que quede, si no cancelado, sí puesto en tela de juicio el proceder que escinde amor, pensamiento, cuerpo y escritura y un afán de trascender las estadísticas del odio, de la numeralia del terror.

Un ejercicio tal confronta el espacio literario de la subjetividad cuir con una crítica portavoz de la heteronormatividad y la misoginia y que se complace al mantener en la marginalidad toda expresión de su diferencia. De allí que el análisis contestatario contribuya a leer esas que(h)erencias como integrantes del canon, a reconfigurar la tradición y poner bajo la lupa los presupuestos sociales que subyacen a la pretendida neutralidad de la literatura. Los temas recurrentes, las imágenes, los recursos y los símbolos nos aguardan para ser interpretados y vueltos ficción en la dialéctica queerencia-cuerpo-corpus.

Obras citadas

Bringas, Ingrid, “Estado de naturaleza” en Frontera cuir, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, 2021, p. 46.

Cañedo, César, “Rostro cuir” en Rostro cuir, Mantra, México, s.a., pp. 7-9.

Estradiol, Fabiola, No soy persona, Morales y Álvarez, México, 2011.

Rascón, Cristina, “Tendencias” en Diversidad(es). Minificciones alternas, Vimarith Arcega-Aguilar, ed., El Taller Blanco, Bogotá, p. 57.

Reyes Ávila, Carlos, Travesti, Tierra Adentro, México, 2009.

Rodríguez Torres, Adriana Azucena, “El dulce nombre de María” en La sal de todos los días, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 2017, p. 118.

Stark, Eriko, “Chacal” en Divino poemario, Lectio, México, 2019, pp. 29-31.

Vásquez Cerero, Daniel Nizcub, Poesía en transición / Pido no ser yo, Pez en el Árbol, Oaxaca, 2021, pp. 26 y 32.


Elena Madrigal es maestra en retórica y composición inglesas por Texas Christian University y doctora en literatura hispánica por El Colegio de México, institución donde funge como profesora investigadora. Es autora de dos libros sobre Julio Torri, una colección de microrrelatos y más de sesenta ensayos académicos sobre temas literarios y traductológicos varios, entre los que sobresale el tema de las representaciones literarias de la diversidad sexual, sobre el que también ha impartido cursos breves para instituciones mexicanas e internacionales.