Banner del texto El diablo en el agua bendita de José Mariano Leyva

La primera vez que recorrí la Biblioteca de México, me aseguraron que había fantasmas. Me contaron que en el foro polivalente se aparecía una niña con camisón blanco que te miraba sin pestañear desde la cabina de sonido o en los caminos de acceso. Me dijeron que una noche cercana a estas fechas, el personal de la sala infantil salió unos minutos y cuando regresó, todos los libros estaban tirados en el piso. Me advirtieron también que cuando empezaba a oscurecer era prudente evitar el pasillo oeste porque al caminar se escuchan pasos justo detrás de ti. Acepto que en más de una ocasión, al caminar por ahí, volteo con un poco de miedo y mucha vergüenza de que alguien me vea haciéndolo.

Y es que tal vez sea inevitable convivir con fantasmas en dos recintos —el de Ciudadela y el de Buenavista— que han atestiguado tantas actividades. Sin ir más lejos, el mismo año que la Biblioteca de México abría sus puertas, se creaba el Instituto Nacional de Bellas Artes, tomaba posesión el primer presidente civil después de la Revolución Mexicana y Salvador Novo publicaba Grandeza mexicana. Pero desde antes, las gruesas paredes del edificio ya habían visto guerras y masacres, sus crujías ya habían servido como dormitorios multitudinarios y en sus explanadas se habían enrollado hojas de tabaco. De la misma manera, el mismo año que la Biblioteca Vasconcelos abrió sus puertas, 65 mineros quedaron atrapados tras una explosión en la mina Pasta de Conchos, la infame asesina, Juana Barraza, alias la mataviejitas era capturada y morían el pintor Juan Soriano y el escritor Salvador Elizondo. No hace falta mucha intuición para darse cuenta de que las bibliotecas no son los únicos lugares con fantasmas.

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Antepatio de la Biblioteca de México. Foto: Juan Toledo.

Pero no sólo los fantasmas me provocaron algún temor cuando me tocó trabajar en la Biblioteca de México y después en la Vasconcelos. Los retos cotidianos poco a poco me hicieron olvidar aquellas historias del Más Allá porque la cabeza, de manera inevitable, se empezó a concentrar en pendientes del Más Acá. Resulta imposible señalar puntualmente todos los componentes que arman al universo de las dos bibliotecas que hoy cumplen 75 y quince años. La Biblioteca Central de la Red Nacional. Son firmamentos magníficos que dan retos y satisfacciones.

Para esta celebración, hemos organizado eventos en distintos formatos que tendrán como hilo conductor la actividad primordial de las bibliotecas: el diálogo. Abordaremos temas como la llamada inclusión, la trascendencia de los eventos culturales en los recintos, la importancia de las salas para niños y la manera en que vinieron a cambiar por completo el concepto que se tenía de bibliotecas. También hablaremos con anteriores autoridades de ambos recintos para que nos compartan sus experiencias. Además, se realizaron ocho videos que hacen referencia al arte plástico que los centros tienen, escucharemos testimonios de bibliotecarios, conoceremos estadísticas —amables en tanto se refieren a actividades humanas—, recordaremos las colecciones originales de la Biblioteca de México, el Fondo Reservado, entre otros temas que, insisto, sólo pueden ser una muestra de ese inmenso universo cultural que todos los días sucede en ambas bibliotecas con o sin fantasmas.

Los números nos pueden asistir para dimensionar un poco. 2019 fue un año movido para la Biblioteca de México: nos visitaron más de medio millón de usuarios para servicios bibliotecarios y más de 5 mil con discapacidad visual. Se organizaron más de 400 actividades culturales, y más de 2 mil 700 actividades de fomento a la lectura, además de 12 exposiciones con un total de 25 mil visitantes. En el caso de la Vasconcelos, se consultaron más de un millón de libros. Ese mismo año más de 27 mil personas obtuvieron su credencial, sumando ya un total de 200 mil. Tuvimos 214 mil usuarios de la sala infantil. En cuestiones de ciberespacio, la Vasconcelos se volvió la biblioteca pública con más seguidores en Facebook (1.2 millones) por arriba de la Pública de NY, la Nacional de España y la del Congreso en Washington. De la misma manera tuvimos más de 100 mil asistentes a actividades culturales.

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Hoja Proa, Brújula / Hoja de Tabaco (2012), de Jan Hendrix. Biblioteca de México. Foto: Juan Toledo.

Si sumamos solamente a los usuarios de servicios bibliotecarios en ambos recintos, ese 2019 superamos el millón y medio. Con la Vasconcelos y la México no aplica ese desganado dicho que nos asegura con sorna que “la gente no va a las bibliotecas”. ¿Por qué hacer esta suma? Porque ese mismo año comenzó la fusión de ambas bibliotecas bajo un mismo proyecto. La cercanía ha sido provechosa y no fue una ocurrencia. El plan original era ese: que la Vasconcelos fuera una extensión, una “secuela” de la Biblioteca de México. Ahora lo estamos concretando. Ambos equipos trabajan como uno solo, los eventos culturales suelen tener más vida —el doble, al menos—, cada una de las salas se complementan y se enriquecen. Uno de los proyectos en donde, de manera más palpable, se ha visto esta anexión es el Depósito Legal que contempla a la Biblioteca de México y a la Vasconcelos como tercera sede receptora, sumándose al enorme esfuerzo que han venido haciendo tanto la Biblioteca Nacional como la del Congreso. El espacio del edificio, las capacidades de los bibliotecarios y la experiencia del equipo lo está haciendo funcionar. No hubiera sido posible de otra manera, sobre todo si tenemos en cuenta que el país produce un promedio de 8 mil títulos mensuales que ya estamos empezando a recibir.

Sin embargo, la conjunción logra algo más sutil pero tal vez más profundo: la creación de una biblioteca total. Imaginemos que las actividades de ambos recintos incluyen el resguardo de obras incunables, de obras antiguas de hace cuatro siglos que sirven para realizar investigaciones históricas o filológicas, es decir, una biblioteca en el término más tradicional y que sin embargo sigue siendo vigente. Pero también tenemos bibliotecas de intelectuales que fueron frenéticos coleccionistas y en donde se preservan libros que no se encuentran ya en ningún otro lugar. Es decir, una biblioteca que prolonga su carácter de unicidad respecto a muchos materiales. Pero también tenemos salas infantiles y salas para discapacitados visuales, braille y de lengua de señas mexicana, es decir, tenemos una biblioteca que ha ampliado su concepto para incluir actividades aún cercanas al libro, aunque ya cortejan al juego infantil, a la lectura en voz alta, a la comunicación con unas manos que no se detienen. Pero también tenemos un foro, un auditorio y varios espacios que ven pasar artes escénicas, exposiciones, conferencias, conversatorios, conciertos, ciclos de cine. Es decir, la idea de biblioteca transmuta hacia la de un centro cultural que sigue teniendo como eje principal a los libros, aunque explora todas las formas de comunicación que el arte puede ofrecer. Pero también se realizan talleres de filosofía, de tanatología, bibliotecas humanas, conversaciones sobre lo que durante demasiado tiempo se ha considerado limítrofe de lo normal. Es decir, la biblioteca se convierte en un espacio abierto para todo tipo de diálogo y de temas que antes eran tabú bajo la única premisa del respeto. Pero también hay espacios como el jardín de la Vasconcelos o la sala de escritores en la México donde los usuarios llegan a trabajar en grupo, a jugar juegos de rol, a practicar coreografías, a veces sólo a conversar. Es decir, tenemos un sitio que ya va más allá de los libros y el diálogo y comienza a parecerse más a un refugio. Además, tenemos una revista, además tenemos un micrositio, además tenemos la voluntariosa y a veces polémica conversación que sucede en las redes de ambos lugares. Y sí, al parecer también tenemos espectros en el pasillo oeste de la biblioteca más antigua.

Esto es lo que entiendo por una biblioteca total. Una biblioteca que cada día supera sus propias expectativas. Que rompe sus propios moldes y que, en la mejor de las esquizofrenias, se reinventa una y otra vez. Y esto, hay que decirlo, es también la suma de las anteriores administraciones, de ambas bibliotecas. Porque la política de cercenar lo previo para inventar el agua tibia no puede aplicar en estos recintos, sería como tirar todos los libros antiguos para gastar el dinero comprando nuevas ediciones de los mismos títulos. El presente tiene que ser la síntesis de todas las experiencias que nos precedieron. De esta manera, los quince años de una y los 75 de la otra se suman para celebrar en realidad noventa años que celebramos en este presente.

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Mátrix Móvil, de Gabriel Orozco. Biblioteca Vasconcelos. Foto: Juan Toledo.

Y el presente nos ha dado nuevos desafíos. Este último año y medio otro fantasma proyectó su sombra sobre el mundo entero: el espectro de la pandemia. Las bibliotecas, como muchos otros lugares, tuvieron que cerrar. No podía ser de otra manera con dos bibliotecas que reciben esa cantidad de gente y que están acostumbradas a una actividad casi frenética. Tuvimos que lanzarnos al ciberespacio para mantener el diálogo. Los bibliotecarios aprendieron a hablarle a una cámara para transmitir el cariño que dan normalmente de manera presencial. Pero en el caso de la Vasconcelos se resignificó la asistencia a la colectividad aún más. En alianza con el gobierno de la Ciudad de México, la biblioteca se convirtió en centro de vacunación. Lo sigue siendo hasta ahora. La supervivencia y el sentido de vida tiene que ver tanto con los libros como con las vacunas. Es justamente por lo que se lee en los libros que entendimos el deber de ser centro de vacunación. Un libro, acerca, humaniza y nos hace entender al otro. Leer es escuchar, es poner atención. De alguna manera someter el ego propio para estar en contacto con una generalidad. Y si se había hecho de manera cotidiana para crear una sensibilidad en donde puedan convivir todas las diferencias, entonces, resultaba imposible no ceder un momento en las actividades propias para sumarse a un bien mayor.

En estos meses de pandemia he recorrido la Biblioteca de México vacía muchas veces. Las historias de fantasmas que me contaron a mi llegada volvieron a asaltarme. Bien se dice que lo que nos da miedo no es estar solo en la oscuridad, sino lo contrario: estar acompañado por algo desconocido en esa misma oscuridad. En este caso fue al revés: la melancolía provocada por la ausencia aparecía por los patios de Ciudadela. La inmensidad del edificio vacío se sentía en la temperatura, en el silencio. El más ligero sonido creaba un eco tan largo y desproporcionado que no hacía otra cosa que insistir en lo obvio: estamos cerrados, la gente todavía no puede venir. Ese es el peor fantasma al que me he enfrentado. No la presencia de actividad paranormal, sino la ausencia de actividades culturales. Pero el exorcismo ya inició. Desde que abrimos la semana pasada, la gente está regresando. Volvió desde el primer día para pelearle su espacio a ese espectro. El que está terminando, con toda probabilidad será el evento histórico más recordado de los próximos años. Y se va a sumar a todos los anteriores que han sucedido en los quince años de la Vasconcelos y los 75 de la México.

Para decepción de los seguidores de lo paranormal, debo confesar que a la fecha ningún fantasma de los que me contaban al principio me ha cortado el paso. No he visto a la niña, no me han lanzado libros a la cabeza. Sin embargo, sí he estado en contacto con las formas fantasmales que evoca la memoria. Tengo que decirles que son agradables. Las puedo ver en los libros raros que están en las bibliotecas personales, las veo en talleres que llevan más de tres décadas haciéndose, cada vez con más alumnos, las puedo ver en el entusiasmo de los bibliotecarios que se conocen cada rincón de la ciudadela y de la Vasconcelos y que son tan valientes que no le temen ni a la oscuridad ni a los usuarios más exigentes. Son formas que reconfortan, que acompañan no para hacer crueldades sino para hacernos entender que somos el resultado de muchos años de trabajo previo. Y creo que es con esa humildad como debemos saludar a los fantasmas.

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Jardín Botánico de la Biblioteca Vasconcelos. Foto: Juan Toledo.


José Mariano Leyva, novelista e historiador, es director de la revista Biblioteca de México.