
Uno de los grandes testigos y protagonistas de las letras mexicanas del siglo XX, indudablemente, fue Alí Chumacero. En su destacada labor como corrector y editor del Fondo de Cultura Económica (FCE), pasaron por sus manos libros de grandes autores, incluido Pedro Páramo de Juan Rulfo, hoy uno de los clásicos de la literatura universal, además de textos de Carlos Fuentes, Gilberto Owen, Alfonso Reyes, Octavio Paz, entre otros. Este último contó para La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (número 273, septiembre de 1993), que, si en sus poemas llegaba a aparecer una errata, si era de Chumacero, podía ser afortunada: “Entregué mis sonetos a Alí y uno o dos meses después los vi publicados en Letras de México. Al leerlos descubrí una errata, una sola. No destruía el verso pero cambiaba notablemente su sentido. Yo había escrito: ‘yacen la edad, el sueño y la inocencia’, y el texto impreso decía ‘yacen, ya edad, el sueño y la inocencia’. Al día siguiente vi a Alí en el café París y le mostré el cuerpo del delito. No se inmutó y con ‘una apenas sonrisa’ me respondió: ‘Es una errata afortunada. Mejora mucho esa línea. Deberías estar muy contento: hay que confesar que el azar es poeta a veces’”.

El gran acervo que Alí Chumacero conformó a lo largo de su vida actualmente se encuentra resguardado en la Biblioteca de México, en la Ciudad de México. Este acervo da testimonio de las extraordinarias faenas editoriales que Chumacero tuvo que llevar a cabo. Plasmada en algunos libros, se puede apreciar la tinta que dejó don Alí al corregir las obras que supervisaba e incluso las que adquiría. En cada lectura que realizaba se ve reflejada una pasión de vida, y más que encontrar errores, siempre buscaba enriquecer los textos, darles belleza a través de las palabras.

En una entrevista que en alguna ocasión dio sobre su vida, comentó que “la formación de un hombre se da en la infancia”, refiriéndose a su descubrimiento de la magia de las palabras en la infancia y la adolescencia. Esto nos lleva a imaginarlo, cuando alguien de su familia le contaba historias, acostado, viendo la noche por la ventana, pensando en el origen de las estrellas o en su luminiscencia. Ese acto de escuchar trae como consecuencia la necesidad de explorar, de recrear un universo propio. Y Alí quedó encantado de formar parte de este rito.

En su natal Acaponeta, Nayarit, vivió once años, en donde, como en muchas partes del país, la religión juega un papel muy importante. Alí tuvo entre sus primeras lecturas la de la Biblia, que contiene una rica prosa en el nuevo testamento, y como creyente y practicante del catolicismo, él se confesaba y comulgaba, aunque después se volvió agnóstico. Esta etapa de su vida para él fue muy gozosa y le dejó marcas en el alma que se manifiestan en su posterior arte literario. También comenzó a leer a autores como Amado Nervo, cuya obra poética lo llevó a iniciarse como poeta, y otro de los grandes escritores que tuvo mucha influencia en él fue Ramón López Velarde, con su poesía de gran riqueza, la cual quedó plasmada en el espíritu de Chumacero, quien confesaba que en su infancia la lectura de versos le despertaba una emoción desde muy dentro de su ser.

El autor de Páramo de sueños, cuando apenas era un muchacho, quedó atrapado en la lectura cuando su padre adquirió los célebres “libros verdes” que editó entre 1921 y 1924 la Secretaría de Educación Pública, en la época en que José Vasconcelos fue su titular. Algunos de esos tomos se conservan en la biblioteca personal de Alí Chumacero en la Biblioteca de México. Los relatos que aparecen en esa colección de “Lecturas clásicas para niños” se pueden considerar iniciáticos en la navegación de Chumacero por el océano de palabras; Alí se sumerge en mundos maravillosos que lo llevan a desplazarse por diferentes puertos en un viaje de descubrimiento, no sólo a través de la lectura sino también por medio de las ilustraciones de estos libros clásicos, que cuentan historias y mitos, sobre todo del Medio Oriente. Uno de esos relatos es “A la Aurora”, en el que se dice que después de la oscuridad viene centelleante la luz y aparece la hija del cielo, Aurora, con sus fulgores, e ilumina lo que la rodea al abrir las puertas del cielo, dibujando con los colores del Sol que siempre la acompaña. Otro de los libros infantiles que trasciende de generación en generación y que cuando un niño escucha los relatos su imaginación se echa a andar y queda encantado por los seres ilusorios, es sin duda Las mil y una noches, en donde la narrativa de Sherezade seduce hasta al mismo rey. Asimismo, la Ilíada y el Antiguo Testamento acercaron a Alí Chumacero a textos más complejos que marcan en la edad adulta su línea de pensamiento. También siente fascinación por la aventura y el misterio, como si fuera protagonista de las historias de Salgari, Dick Turpin, Buffalo Bill, Verne, Raffles y Sherlock Holmes, lo que va cincelando al futuro narrador, poeta, traductor, editor y crítico literario.

Uno de los libros que se encuentran en su biblioteca que pudo haber causado momentos mágicos en Alí es Troka, el poderoso, de Germán List Arzubide (autor que encarnó con otros más el movimiento estridentista), conformado por una serie de cuentos infantiles que tienen que ver con un personaje robotizado, a través del cual se exaltaba el maquinismo y las nuevas tecnologías de la época. Se trata de una edición de 1939, con portada de Salvador Pruneda e ilustraciones de Julio Prieto. Cabe destacar que en la radio de la década de 1930, en ese momento con una gran audiencia y popularidad, se transmitía el programa Troka el poderoso, que era musicalizado por Silvestre Revueltas.

Hay además dos ediciones infantiles también de 1939: La primera, “Aleluyas de rompetacones N° 4” de Antoniorrobles, que narra la vida de un pez que está en cautiverio en una pecera, en una cárcel sin rejas a pesar de que no ha cometido ningún delito, y su día a día se vuelve monótono y aburrido. En contraste, narra la vida plena de los peces de colores en un estanque, que se pueden desplazar sin obstáculos, a diferencia del anterior, que siempre está pegado al vidrio en la pecera. La otra es “Aleluyas de rompetacones N° 8” que cuenta historias de una niña llamada Azulita y cómo su hermano llamado Botón se lleva un balón a la colina y se infla del aire y aromas que desprenden los árboles. Ya estando de regreso en casa, se desinfla dejando las fragancias del bosque. La característica que le impregna el autor a su obra, es que, a través de ellos, trata de hacer una vinculación con las actividades que se desarrollaban en las aulas de las escuelas de educación primaria, para realizar moralejas.

Alí, a los quince años de edad, era dueño de una biblioteca compuesta por unos 300 ejemplares aproximadamente, entre cuyas obras destacan las de autores como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Enrique González, Luis Cernuda, además de ediciones de los modernistas mexicanos Gutiérrez Nájera y López Velarde, indudablemente.

Chumacero recuerda que en la etapa de la adolescencia es cuando se empieza a enfrentar con su realidad, y esto le da el temple para construirse como hombre. En la poesía se comprende y le ayuda a sentir emociones y pasiones de la vida, para descubrir que hay muchas cosas por las que vale la pena vivir.
Alí fue considerado el “Mago de las letras mexicanas”, tal como lo reafirma magistralmente Octavio Paz al reconocerlo como “tipógrafo que hace de la página un jardín de letras” y que José Luis Martínez también convalida al llamarlo “hombre de letras y servidor de ellas... Gran lector, buen gramático y experto tipográfico, su tarea más constante ha sido el cuidado de los libros ajenos”.
A don Alí Chumacero tuve el privilegio de conocerlo en un evento que se llevó a cabo en la reinauguración de una biblioteca pública que lleva su nombre en la ahora alcaldía Gustavo A. Madero. Al término de la ceremonia, a la que habían asistido varios niños y jóvenes, le pregunté si podía brindar una conferencia sobre su obra poética, y generosamente aceptó volver. Sin embargo, enfermó y ya no se pudo dar esa plática. Recuerdo que comentó lo valioso de los libros y dijo que sólo a través de la lectura se puede forjar una mejor sociedad en México.
Javier Rolando Castrejón Acosta estudió ciencia política y administración pública en la UNAM. Ha realizado estudios en especialización en administración pública en el Centro de Investigación Docente y Económica y desde 2003 es coordinador de las Bibliotecas Personales José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis en la Biblioteca de México. Ha colaborado en las revistas Prospectiva, Perspectivas Políticas y El Bibliotecario.