Banner del texto La invasión de la memoria de Pablo Duarte

Propongo un supuesto: la lectura es una invasión. Es debatible, como todas los postulados categóricos. Convengamos, sin embargo, que durante el tiempo que dure este texto es un supuesto por lo menos operante. Una invasión porque el texto impreso no es un campo abierto y dado: exige una operación interpretativa y una decodificación que no es instantánea ni inequívoca. Hay tirones, puntos ciegos, equivocaciones; lectura al fin y al cabo. Y uno invade ese espacio que no era nuestro para tomar y lo hacemos propio por un tiempo. Bien puede no ser así como yo digo, pero por el momento convengamos que lo es.

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Propongo este supuesto porque me parece útil para entender mejor algunas cosas que suceden en y con Travesti, la adaptación que el artista francés Baudoin hizo de una novela de Mircea Cărtărescu. La novela en cuestión fue publicada en español con el título de Lulú por la editorial Impedimenta. Esa misma casa editorial publica, en su sello “El chico amarillo”, este desafiante ejercicio gráfico que es, del modo más explícito, una incursión.

Una de las primeras interrogantes que salen al paso es si ser una adaptación condiciona la lectura, la interpretación. ¿Se lee distinto? ¿Se lee con el ojo puesto en la obra fuente? ¿O se puede uno desentender de tal referencia? Preguntas a modo de preámbulo; preguntas que preparan la invasión. Y, en el caso particular de Travesti y de Lulú, no pasa mucho tiempo antes de que uno encuentre un eco con estas consideraciones manifestadas claramente con una pregunta que se plantea Cărtărescu primero y que Baudoin hace propia: “¿quién es el intruso?”. Quién es el intruso pregunta el personaje que narra y que dialoga con su yo adolescente. Quién es el intruso para la trama que se contorsiona en el tiempo y en el espacio. Quién es el intruso en el ejercicio de lectura duplicado y triplicado —el del personaje y su recuerdo, el de Baudoin como personaje, el de Baudoin como lector, el de la persona que activa todo el mecanismo al abrir las tapas del libro—. Quién es el intruso en una obra que dialoga con otra, que invade otra, que ocupa otra y que la apropia.

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Las preguntas por la identidad de quien invade resultan ser preguntas que operan como guías de lectura. Son interrogantes que acompañan el ejercicio retrospectivo. Dice la ciencia que la memoria es una reinvención más que una transcripción puntual de una experiencia. En ese caso, somos una especie de intrusos e intrusas en nuestros recuerdos. Somos los que alteramos el orden de las cosas y añadimos al pasado las pequeñas dosis de presente que lo van haciendo distinto. Así pasa, en un sentido, con esta obra que invade otra: Lulú está presente. Textualmente aparecen fragmentos transcritos con la caligrafía precisa de un estudiante aplicado, con la letra del cuaderno. Y está presente también en los enérgicos trazos en tinta que caracterizan muchas de las obras de Baudoin. Esas saturaciones y contrastes, esas figuras evocativas y brumosas que amplifican las palabras de Cărtărescu. No se trata, pues, de un ejercicio de transcripción.

Tampoco me parece uno de oportunismo estético. Travesti —título de la novela en el original rumano— es una invasión que está consciente de serlo, un diálogo problemático, y por lo mismo fecundo, con una novela embriagante. Todo lo arrebatado de la narración, lo imbricado y casi esquizofrénico que resulta Victor y sus malestares de adolescente henchido de inseguridades y pretensiones, encuentra en la tonalidad del artista francés una salida nueva. Cualquier intento figurativo habría echado por tierra el ejercicio, porque negaría la potencia creativa, nostálgica, conmovedora y ultimadamente reveladora, de la imprecisión.

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Edmond Baudoin. Foto: Thomas Salva

En unas “vacaciones iniciáticas”, en esa zona enrarecida en la que todo es anticipación de un quiebre, de un estallido, el personaje lucha con la consistencia de la cotidianidad y del futuro. Sensible hasta la alienación, Victor padece ser quien es porque está convencido que será un escritor de genio. Esa genialidad, está seguro, la expresará por medio de un libro total, un libro que lo abarque todo, que complete el universo. Ante tal proyecto desaforado, la única conclusión parece la inevitable: el fracaso y la desilusión. El narrador lo sabe, Baudoin lo sabe. Cărtărescu lo habrá descubierto mientras escribía. Y Victor, atrapado en su adolescencia hirviente, es el único que no lo sabe y lo padece. Padece estar inserto en una realidad que no le place, que no lo refleja: una realidad en la que es un intruso. La pesquisa al interior de la novela —¿quién es, a fin de cuentas y en todos los niveles, el intruso?— nos lleva a compartir con el narrador una dolorosa vuelta al encuentro con la situación límite por excelencia: la pérdida de la inocencia. Lulú es persona concreta, un agente de impacto y cambio en la historia de Victor, pero también es una fuerza, un vector de movimiento psíquico que, como relata el personaje, parte la vida en los años sin Lulú y los años con Lulú.

“Amigo, ¿cómo voy a luchar contra mi quimera?”. Así comienza la novela. Y acto seguido Baudoin interviene: “Busco retazos de una ciudad que ya no existe, remontarme a un tiempo que ya no me pertenece, luchar contra mi propia quimera, haciéndome amigo de la de Mircea… ¿o es la de Victor?”. Y acto seguido, invadimos la obra con nuestras propias interrogantes y nuestras propias quimeras. Nos amigamos con las opacidades virtuosas y estridentes de la obra, proyectamos sobre la mancha de tinta, sobre el claro entre pinceladas, una turbación propia, la perturbación de la lectura.

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Pablo Duarte es editor y autor de El internet de las cosas (2017) e Ilegible (2021). Participó en los libros colectivos Breve historia del ya merito (2018) y Nuevas instrucciones para vivir en México (2019).