Banner del texto El viaje a los orígenes de Lucía Guerra

Jacobo Sefamí, Por tierras extrañas, México, UNAM, 2019.

Tierras extrañas. Tierras ajenas para aquellos que emigraron a otro lugar en un exilio que etimológicamente significa “destierro, fuera del suelo propio”. Fuera de ese espacio enlazado a nuestro cuerpo y a nuestra alma puesto que los especialistas en Geografía Humana han demostrado que todo sujeto establece una relación psicológica y corporal con el lugar que habita. Edward Said ha definido el exilio como una interrupción del Ser; mientras, en la cultura popular, el exiliado es un trasplantado en una situación semejante a la de una planta que es arrancada de su lugar para ser insertada en terreno foráneo.

Los orígenes de Jacobo Sefamí se enraízan en el exilio, en aquella diáspora forzada por la expulsión de los judíos en España en 1492. Imposible imaginar el dolor y la incertidumbre de aquella familia que debió abandonar su hogar quedando a merced de un destino azaroso. Sólo sabemos que al cerrar la puerta y siguiendo el ejemplo de otros expulsados, guardaron la llave con la vana ilusión de que regresarían algún día. (“Torno y digo: ke va ser de mí? / En tierras ajenas yo me vo morir” p. 68). Ese fue el inicio de un largo y penoso peregrinaje por lugares extraños y que culminó en Turquía y en Siria. Muchos años después y a principios del siglo XX, algunos descendientes de esa familia obtuvieron un permiso para embarcarse a América y vivir en México. Jacobo Sefamí sólo conoce fragmentos de esta larga historia a través de lo que Marianne Hirsch define como la posmemoria, pero extendiendo los límites de esos fragmentos contados dentro de la familia, Sefamí inicia una búsqueda, viaja a los lugares de sus orígenes y él mismo se convierte en un exiliado.

Por tierras extrañas es un libro que se engendra en la trama biográfica de su autor, trama en el sentido de la base vertical de un tejido a telar entre cuyos hilos se dibujan figuras y diseños. La búsqueda de la identidad y la memoria forman el entramado básico de estos fragmentos que Sefamí convierte en relatos bajo cuya superficie anecdótica se desliza un Yo itinerante en el flujo de espacios heterogéneos, de voces que pronuncian otros idiomas, de gestos y rituales desconocidos.

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De manera significativa, los olores y sabores indican que la identidad posee la comida como uno de sus fundamentos. La queja de uno de los epígrafes evidencia el desgarro del exilio a través del cuerpo: “Mi corazón está en el Oriente y yo en los confines del Occidente. ¿Cómo gustar de los manjares y disfrutarlos?” (p. 45). Aquí las comidas entrecruzadas en tres culturas diferentes emanan desde su sustancia y aderezos, no sólo el placer sensorial sino también un revivir de la memoria, de esa memoria fragmentada que una subjetividad intenta reconfigurar.

Desde ese Yo en constante tránsito, el sarape y sus andanzas crea una metáfora tangencial. Fuera del entorno mexicano, el sarape adquiere una dimensión extraña, exótica y a él se le asignan diferentes nombres y funciones del mismo modo como el Yo itinerante se gana la vida en diversos trabajos, lo confunden con un turco o un árabe y lo llaman Pedro, Speedy González o Mexican Jumping Bean.

En una interrupción de nuestro Ser, nos rodea un espacio desfamiliarizado que hace de nosotros seres torpes y titubeantes no sólo con respecto al lenguaje sino también en la habilidad para abrir una botella de leche o echarle gasolina a un automóvil. Frustración, impotencia siente el protagonista en una gasolinera de Texas mientras añora comer los kippes que lo trasladarán al lar hogareño.

El peregrinaje en busca de sus orígenes se inicia en un kibutz en Israel: tiene apenas 17 años y a través de la imaginación o una visión onírica que desestabiliza las oposición entre “lo real” y “lo no-real”, recibe el mensaje que la vaca Uma le transmite mediante sus ojos: “Por las noches, Shulamit y yo nos pasábamos los recados de Uma por la boca y por la leche —que iba y venía entre su cuerpo y el mío” (p. 19).

Mensaje de vida, alegría y amor que, sin embargo, no logra aplacar el deseo de saber quién es realmente él. Los orígenes de su identidad no están sólo en Israel, sino también en España, en Turquía, en Siria: “Soy turista y no lo soy. A qué voy a Turquía sino es a buscarme a mí mismo” (p. 47). Sigue así el rastro de sus ancestros en los antiguos barrios judíos de tierras turcas y el estar donde ellos algún día estuvieron le hace sentir el paso irrevocable del tiempo que ha convertido la materialidad en ruinas, que ha hecho de la población judía en esos sitios un grupo en vías de extinción. Pero aún las ruinas le develan un pasado que es soporte de su identidad y al escuchar a la pareja de ancianos que le hablan en ladino, esas palabras que conservaron el español del siglo XV, extienden las raíces de su ascendencia: “Aunque no sepa quiénes han sido mis ancestros, este viaje a Estambul reafirma mi identidad difuminada, me devuelve un grano del pasado y de la memoria que se fue” (p. 61).

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Jacobo Sefamí. Foto: Cortesía UNAM.

Siria es entonces el próximo puerto y umbral identitario. Y, como en un milagro, allí vuelve a encontrar “su lengua recóndita”: “Volví a la infancia, a la adolescencia, mamá se escuchaba por todas partes, […] el idioma que estaba casi muerto en nuestras bocas […] volvió a susurrarnos al oído” (pp. 71- 72). Entre destartaladas sinagogas y antiguas casas de la Siria judía, se encuentra con un hombre que resulta, después de hablar de sus respectivos ancestros, un primo lejano. Con él, llega hasta la casa que habitaron sus antepasados: dos piezas que ahora se ocupan para guardar trastos viejos. Pero lo que fue hogar de su familia genealógica sigue en pie, como testimonio de su existencia en el pasado y una nueva seña de identidad.

Las tierras extrañas de este libro adquieren una densidad semántica: son y no son tierras extrañas. En ellas, perduran ciertas pistas aunque los orígenes siguen siendo un enigma, lo mismo que la identidad siempre en constante movimiento y eludiendo toda definición.

En los últimos relatos, se añade un margen significativo a este que somos de forma tan provisoria y precaria. La muerte de Mili quien nos mira desde el columpio en la portada de Por tierras extrañas y la muerte de la madre indican que la identidad también está marcada por la pérdida en el follaje de los afectos. ¿Cómo seguir siendo el mismo tras la desgracia de perder a una hermana? ¿Cómo Ser ante la muerte de la madre quien dio a luz y cultivó nuestros rasgos definitorios? ¿Dónde están los límites de lo propio cuando, en gran parte, son los otros quienes también participan en la creación de ello?

Preguntas no resueltas que dan a los relatos de espacios y personajes heterogéneos, un espesor trascendente, un mensaje cifrado imposible de descifrar.


Lucía Guerra es ensayista y académica de la Universidad de California, Irvine. Ha publicado María Luisa Bombal: una visión de la existencia femenina (1980), Tradición y marginalidad en la literatura chilena del siglo XX (1984), Texto e ideología en la narrativa chilena (1987), Mujer y sociedad en América Latina (1980), La mujer fragmentada: Historias de un signo (1995) y Mujer y escritura: Fundamentos teóricos de la crítica feminista (2008), entre otros. Interdisciplinariamente aborda el feminismo, los estudios de género y literatura de mujeres; es una de las referentes teórico-críticas más importantes desde estos enfoques para ingresar a la literatura chilena e hispanoamericana. Ha recibido premios como el Casa de las Américas en 1994 en la categoría ensayo, así como también el Letras de Oro y el Premio Municipal de Literatura por su producción ficcional.