Banner del texto Todo lo pequeño tiene lugar de Natalia Durand

Olivia Teroba, Respirar bajo el agua, Guadalajara, Paraíso Perdido, 2020.

Cuando era pequeña creía que para escribir se necesitaba un hecho extraordinario. Vivir una tragedia, por ejemplo. La muerte de alguien cercano, un corazón roto. Que algo se debía desgarrar para abrir la llave de la escritura. Esa creencia incluye un odioso lugar común: la figura del escritor-genio creador (siempre él) que convierte sus angustias existenciales en arte. No sé muy bien de dónde me viene esa idea; la genealogía podría ser muy larga, pasando por el antropocentrismo, la moral cristiana y el patriarcado, hasta llegar, quién sabe cómo, al imaginario de una niña chilanga clasemediera.

La enunciación de las mujeres es un tema medular para Olivia Teroba. Lo pensaba mientras leía los luminosos cuentos de Respirar bajo el agua, un libro diametralmente opuesto a esa noción canónica de la escritura con la que yo comulgaba de chica. ¿Desde dónde hablan las mujeres? ¿Cómo es una voz, cada voz, en su búsqueda por darse nombre a sí misma? Estas preguntas atraviesan la obra de la autora tlaxcalteca, los ensayos de Un lugar seguro y ahora su segundo libro, de narrativa.

En estos cuentos hablan distintas mujeres: niñas incomprendidas; adolescentes y adultas que toman la palabra mediante cartas, diarios, el despliegue de lo que sienten o la experimentación de su cuerpo. Un punto de encuentro: en estas historias todo lo pequeño tiene lugar.

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Los que escriben con lo que hay. Ése es el subtítulo de Una intimidad inofensiva de Tamara Kamenszain, un libro sobre literatura contemporánea. Para ella, intimidad, experiencia y escrituras del yo son conceptos con los que narradorxs y poetas escriben hoy. Me parece que los textos de Olivia Teroba se inscriben allí. A decir de Kamenszain en estas escrituras aparece una especie de post-yo que irrumpe alegremente, “pero ya no a la manera centralista y autoritaria de aquel incuestionado yo autoral, sino en un estado de apertura tal que, salido de sí, confunde sus límites con el mundo”. Respirar bajo el agua confecciona el habitar de diversas mujeres con hilos que, a ojos de cierto canon literario, serían nimios. Pero no lo son.

Varias narradoras son niñas. “A ella le gustaría tener algo concreto contra qué luchar, alguien a quien culpar por todo lo que ha pasado. Alguien a quien derrotar”, piensa la protagonista sin nombre de “Shamisen”. Y me veo a mí sintiendo lo mismo, a los nueve. Hace mucho que no visitaba esa época, cuando el miedo se amalgamaba con el mundo. Las dudas adultas también se expanden, aunque con otro trayecto, custodiado por otras sombras. Crecer significa dibujar nuevos contornos: separar, delinear los límites. Como los peces de origami en la ventana de “Correspondencia”, los cuentos nadan —de una edad a otra— sin dificultad.

Frente a las atrocidades sólo queda la imaginación. ¿Qué pasó con Nellie Campobello, la bailarina y narradora de la Revolución Mexicana? Ya tenía más de ochenta cuando desapareció sin dejar rastro. Al parecer fue secuestrada por una exalumna y su pareja, pero el caso nunca se esclareció. A través de una niña testigo y sin otro nombre mas que Neli, “Ella está aquí” ficciona sobre el cautiverio que vivió al final de su vida.

En el cuento que da título al libro confluyen todos los tiempos, una niña-adolescente-adulta en la playa a la que siempre regresa aunque pasen los años. Un continuum donde el cambio de temporalidad apenas se percibe: “lo principal soy yo, estos pasos que se quedan marcados en la arena húmeda como si mi peso fuera mayor de lo que es realmente: es el peso de toda mi vida y todo lo que pienso y recuerdo. Lo que importa soy yo en este lugar, volviendo siempre.”

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Olivia Teroba

Respirar bajo el agua fue ganador del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos en el género de narrativa. Eso fue en el 2019. Fantaseo con que existiera desde antes: me habría gustado leerlo cuando iba en secundaria. Que la maestra de español me dijera: la literatura también puede ser esto, unos niños que suben al techo de su casa para mirar el cielo, unas amigas que se meten un ácido en un concierto, mira, no siempre se escribe sobre grandes acontecimientos o a partir de sucesos trágicos; si el cielo guarda cualquier secreto, todo tiene cabida en la literatura.

Por suerte todavía creo que sólo se escribe con lo extraordinario: aquello que sucede todos los días. Como hace Olivia: bajo el esplendor inusitado de lo cotidiano, transfigura la singularidad de cada etapa vital en un presente continuo, donde los gestos minúsculos demuestran que en cada partícula, si se la mira con atención, lo extraordinario no deja de acontecer. Mejor lo digo con el nombre de su próximo libro: se puede escribir con pequeñas manifestaciones de luz.


Natalia Durand (Ciudad de México, 1995) estudió comunicación y filosofía en la UNAM. Fue ganadora del 9º Concurso Fósforo de Crítica Cinematográfica. Ha colaborado en medios impresos y digitales como Tierra Adentro y Punto de Partida, así como en festivales de cine. Actualmente da clases en Arte 7. Sus investigaciones y afectos buscan encuentros entre la micropolítica, el cine y la literatura.