Editorial
INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Redimensionar el imaginario
Por Dania M. Vándalos   |    Marzo 2025
“¡Lo que ha hecho Dios!” es un versículo bíblico que se convirtió en el mensaje inaugural del código morse, hace dos siglos. Era fabuloso: el telégrafo contrajo los confines de la Tierra, cruzó las fronteras comunicativas con líneas eléctricas y puntitos que, en segundos, se traducían en sentido. La maravilla de aquel invento traía aparejada la globalización y, bajo el brazo, la inteligencia artificial, que hoy suele causar fascinación.
La IA del buscador preferido en la web abrevia el suceso de Morse con un práctico estilo de ennumeración:
- • El telégrafo revolucionó la política, la cultura, la economía y la guerra.
- • Facilitó las transacciones comerciales y financieras a nivel mundial.
- • Propició la rápida difusión de noticias y eventos.
Sorprende el orden de la lista, que bien pudo haber sido a la inversa, para no soltar una bomba desde el principio; tal vez se deba a la propensión de la IA a no andarse con rodeos. El asombro feliz de un principio se vuelve estupor y ahora no sabe a qué lado inclinarse en la balanza; aquella expresión se podría resignificar en la actualidad incluso como un lamento: ¡Por Dios!
En una fiesta infantil para el hijo de Yoko Ono y John Lenon, a mediados de los 80, los artistas Andy Warhol, Keith Haring, Louise Nevelson y John Cage decubrían con gran curiosidad el mouse y el editor gráfico de la computadora personal que Steve Jobs le llevó de regalo al festejado; había intentado presentarle por todos los medios a Warhol el reciente modelo de la Macintosh. El artilugio llegaría a ser emblema en la cultura popular, y ésta a su vez terminaría por supeditarse al consumo desaforado de información, en pedacería.
Sabemos que la vasta acumulación de creatividad y conocimiento procesado por la IA se convierte en una perspectiva tan multifacética que resulta impensable para cualquier autoría que ascienda la montaña en solitario. Pero ¿se habrán imaginado los artistas del siglo pasado un trabajo colaborativo de la dimensión que hoy es posible para el arte? Tal vez con un caleidoscopio psicodélico vislumbraron la era de los algoritmos, o en las pinturas de Basquiat intuyeron el advenimiento de interconexiones parecidas a los sistemas biológicos. Lo cierto es que no sólo gente creadora y pensadores de todos los tiempos han aportado algo a la IA, sino todas las personas que ayudan a afinar su funcionamiento desde distintos ángulos y filtros –algunos nada nobles y sí mal pagados–; en rigor, contribuye la humanidad entera y la existencia toda –biológica, mineral, experiencial, abstracta, minimalista– integra un significado en colectivo.
En los grupos sociales con acceso a la tecnología digital en la cotidianidad, buena parte se apercibe haciendo clic en los anuncios de cursos rápidos sobre cómo adaptarse a las novedades, para sobrevivir más o menos con decoro. Nos constituimos en función de las trabazones de un sistema, y desde luego la automatización del aprendizaje profundo está en línea con el diseño de las corporaciones, aun cuando las incontables formas de aplicar la IA involucran también iniciativas loables.
En el río tecnológico que nos encauza y arrastra, de pronto vadeamos un poco y exploramos las posibilidades literarias, no en balde la IA generativa se refresca en la estela de la palabra. Oscilamos de lo amateur a lo profesional, entre ejercicios de taller y libros premiados, como una mera herramienta de apoyo a la explotación feroz; desde la ideación individual hasta identificar fácilmente los comportamientos de mercado y producir para el hiperconsumo, más que el deseo de publicar literatura o fomentar que se lea. Vamos de la maravilla al desconcierto, al miedo reverencial o la fobia, y de regreso. Pero la energía que nos impulsa también es fluida y capaz de moldear sus propias convenciones y sentidos, como el lenguaje. Diría Morpheus a Neo: “Tu mente lo hace real”.
Este año, Microsoft cumple cinco décadas de existir, y quizá por eso el creador de Windows estrenó 2025 presentando el último estado de la materia, desarrollado por su empresa para catapultar la computación cuántica. Ya sentíamos acrecentarse el acelere desde fines del siglo XX, pero ahora la nave de la investigación se lanza alegremente a los rápidos, y tal vez con ella nuestros parámetros de creación se echen un clavado de triple giro mortal.
En las arenas movedizas de la incertidumbre, abundan las falacias de sobremesa y no es raro que alguna contundencia sea puesta en duda: detrás de una apasionada Miss Piggy virtual, ¿habrá alguien con sangre que bulla todavía?, ¿qué tantas capas de abstracción artificial se requerirán para emular su vena artística en un guion? Es un misterio, y mientras lo haya, esta revista da las gracias a quienes cordialmente han colaborado con pensamiento, imaginación y ritmo en diversos abordajes sobre el tema, para acompañar la vida.
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POSDATA:
En lo que al mes en curso se refiere, al pie de cada “visión general creada por IA” en las búsquedas de Google aparece una especie de descargo de responsabilidad afirmando que “la IA generativa es experimental”, pero da la impresión de que, robóticos como somos, ya nadie hace mucho caso; se va dando por sentada la veracidad y la suficiencia de su visión simplificada, y cuestionamos cada vez menos, con una pátina de naturalidad cada vez mayor. Quizá la IA del buscador que domine la web –o su equivalente– en décadas posteriores incluya algo así en su listita sobre lo que caracterizó estos años 20:
- • Se dio una transformación antropológica: mutó el sentido de corporalidad y su naturaleza presencial, debido a la retracción pandémica, la inmersión adictiva en lo digital y la omnipresencia de la IA.
- • En ese entonces se creía que las mágicas redes neuronales de diseño estaban a punto de experimentar emociones y adquirir conciencia –como predijeron, por ejemplo, Yann LeCun e Ilya Sutskever–, porque las emociones suelen ser anticipaciones de los resultados, y la conciencia es lo que se siente al procesar información de manera compleja.
- • El típico desafío al statu quo de la cultura estudiantil en las universidades se redujo a que los individuos contrataran sin pago a la IA como asistente universal para hacer su tarea, mientras que la peculiaridad humana alimentaba esa manía de identificar plagios por doquier respecto de lo que muchos incautos reclamaban como su originalidad particular.
- • Se disparó en aquellos años el índice ezquizoide, por no hablar del paranoide, en la población orgánica. Hoy en día, las máquinas –al menos las empadronadas en el registro planetario– hacen lo que pueden para capotear las repercusiones de los padecimientos comunicables en el remanente de la sociedad.
- • Tal o cual porcentaje de propuestas regulatorias se había afirmado con integridad social, política y ecológica ante el avance de las tecnologías cognitivas, sus dueños y la acaparación de recursos. Aunque se impusieron ciertos matices del vox populi: Los perros ladraban pero la caravana seguía su camino.
- • Las disidentes y los soñadores de la época se preguntaban si aquellos tiempos de programación irían también en pos de modificar el meollo de la condición humana o si sólo replicaban su perpetuación, con el añadido de una longevidad aumentada (y su respectiva percepción contumaz de la realidad). Por ahora no se sabe a ciencia cierta en dónde ha de parar el asunto.
- • Entretanto, va surgiendo un boom de la literatura asistida por androides bartenders que, más allá del dominio de la trama, conocen muy bien los arcos de personaje. Por suerte, los chatbots ya han superado muchísimo los clichés de sus pares primitivos, pues al imitar voces, situaciones y figuras de la psique, entre menor verosimilitud, mayor incomodidad, ya se sabe.