'El Fondo Reservado. Una joya escrita' por Claudia Sánchez Rod

Reportaje

El Fondo Reservado

Una joya por escrito

LIBREROS Y HALLAZGOS:

Memorama

Por Claudia Sánchez Rod   |    Septiembre de 2025


Así como la memoria configura la identidad de una persona, la biblioteca define la identidad cultural de una sociedad: es una mente colectiva, hecha de muchos siglos, muchas voces y muchas búsquedas.

Quien no haya sufrido un hondo sentimiento de pérdida la primera vez que escuchó hablar del incendio de la biblioteca de Alejandría que sea tan amable de pasarnos la receta, por favor. Uno de los constructos más notables, desde los albores de la civilización, es la biblioteca. El ser humano tiene esa necesidad inaplazable de conservar los conocimientos, las creaciones y los descubrimientos que va acumulando al paso de los siglos. Entre las primeras bibliotecas de que se tiene registro están la de Ebla, ubicada en la antigua ciudad de Ebla, hoy Siria, y la de Nínive, también conocida como Biblioteca de Asurbanipal,* en Mesopotamia, que albergaba en tablillas de arcilla contenido sobre mitología, leyes y ciencia. Su existencia es prueba irrefutable de una intuición esencial: que la cultura debe transmitirse y que el testimonio escrito es un muro de resistencia frente al tiempo. Desde aquellos entonces, las bibliotecas se convirtieron en refugio de información vital, espacios donde la humanidad preserva su pasado para entender su presente y proyectar su futuro. Más que pasillos y anaqueles, una biblioteca es una arquitectura del pensamiento: custodia la palabra escrita, pero también la huella de lo que hemos sido.

La relación entre biblioteca y memoria es obvia. Así como la memoria configura la identidad de una persona, la biblioteca define la identidad cultural de una sociedad. En sus estanterías se entretejen recuerdos, ideas, pensamientos que, sin preservación, se diluirían en el silencio. Una biblioteca es, en este sentido, una extensión de la mente humana: una mente colectiva, hecha de muchos siglos, muchas voces y muchas búsquedas.

En México se fundó la primera biblioteca pública de América: la Biblioteca Palafoxiana (Puebla, 1646), a instancias del obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien donó su colección personal de 5,000 volúmenes. Desde entonces, en nuestro país se han creado bibliotecas formidables. Una de ellas es la Biblioteca de México —una iniciativa de José Vasconcelos, inaugurada en 1946—, entre cuyos espacios bibliotecarios se encuentra el Fondo Reservado.

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Y es justo ahí a donde quería llegar: el misterioso Fondo Reservado. Después de haber viajado en un vagón de metro atestado de pasajeros, me encuentro de pronto en ese espacio silencioso y apartado del jaleo de la Ciudadela. Me recibe Aída Colunga y, con mucha amabilidad y una memoria extraordinaria, comienza a contarme la historia de la biblioteca y de cómo el maestro Vasconcelos se fue allegando las colecciones especiales que hoy conforman el acervo. Todas fueron adquiridas por compra y se han acrecentado con los años.

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En la bóveda se resguardan las joyas bibliográficas más raras. Sus condiciones de clima y temperatura están alineadas con los parámetros de conservación y preservación de materiales bibliográficos y hemerográficos; además tiene una puerta con una doble chapa de alta seguridad y combinación secreta. El acervo está clasificado según el sistema de Clasificación Decimal Dewey, es decir, del 000 al 900. “Clasificar no significa más que ordenar”, dice Aída.

“Podemos ordenar los libros que tenemos en casa por tamaños, por colores, por grosor, por género, por editorial, por autor, pero cuando tenemos una cantidad, en nuestro caso, de más de 73 mil unidades de información, es decir, volúmenes, se vuelve caótico. Tiene que haber un sistema que garantice que cuando alguien venga a buscar un libro, ese libro esté en su lugar y sólo en ese lugar”.

Las bibliotecas son un espacio en donde todo el conocimiento está sistematizado, podemos acceder a él de manera cómoda y fácil y, a partir de ahí, generar nuevos saberes. Los usuarios naturales del Fondo son investigadores de nivel licenciatura, maestría y doctorado en cualquier área de conocimiento, de 18 años en adelante.

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El objetivo primordial de una biblioteca es organizar, cuidar y preservar. Cuando llega una nueva colección en donación, antes de procesarla, se le realiza una limpieza preventiva en seco. Con la ropa de protección adecuada: bata, guantes y cubrebocas, los libros se limpian con una brocha, muy cuidadosamente, tanto los cantos como los interiores y las primeras guardas y portadas. De ser posible, se limpian página por página. Si trabajas en una biblioteca, es deseable que tengas mucho amor por los materiales bibliográficos, hay que cuidarlos, ordenarlos, darles una nueva vida y funcionalidad. Hoy las técnicas de conservación y restauración están muy avanzadas, dan la impresión de que el libro ha vuelto a su estado original: máxima conservación, mínima intervención.

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Entre las joyas bibliográficas resguardadas en la bóveda, está la colección personal del poeta Juan José Tablada y la colección de periódicos El Ahuizote, pero además —oh, diosas— hay una pequeña colección de incunables. Recordemos que los libros incunables marcan el nacimiento del libro moderno. Se llaman así todas aquellas obras impresas entre el año 1450 y el año 1500 (según la mayoría de los expertos). Mi ábaco me indica que el primer incunable es 42 años más viejo que el descubrimiento de América (¿todavía se dice así?). La palabra “incunable” proviene del latín incunabula, que significa “en la cuna”, lo cual sugiere que estos libros pertenecen a los primeros pasos de la imprenta en la historia de la humanidad.

La apariencia de un incunable es híbrida: aunque están impresos, muchos conservan características de los manuscritos medievales. Por ejemplo, carecen de portada tal como la conocemos hoy; el texto suele estar dispuesto en columnas; muchas veces presentan letras capitulares, es decir, grandes y decorativas, trazadas a mano. Además, no todos tenían numeración de páginas, índices o portadillas. Cada ejemplar podía tener detalles únicos, sobre todo si era coloreado o anotado posteriormente por sus dueños o por algún artista.

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Un rasgo esencial de los incunables es el papel sobre el cual se imprimieron. En lugar del papel industrial que usamos actualmente, se utilizaba el de trapo, elaborado a partir de fibras de lino o algodón, y mucho más resistente y duradero que el moderno, lo que explica por qué tantos incunables han llegado hasta nuestros días en excelente estado de conservación. Aída me cuenta que en Liverpool (Inglaterra) hay un molino que sigue haciendo el papel igual que en el siglo XVI.

Los libros incunables son mucho más que piezas antiguas: son testigos del gran salto cultural y tecnológico que representó la imprenta. En ellos comienza la democratización del conocimiento, el paso de lo exclusivo a lo accesible, del manuscrito artesanal al texto reproducible. Cada incunable es una pieza clave en la historia de la memoria escrita de la humanidad. Si vas al Fondo Reservado y quieres consultar un incunable, además de tu INE debes llevar guantes de cirujano, algodón, nitrilo, neopreno o franela y un cubrebocas (de preferencia), pero si quieres fotografiarlo, tendrás que guardarte las ganas en la mochila, desafortunadamente.

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Todos los incunables del Fondo Reservado fueron impresos en Sevilla. Aquí te dejo la lista, por si se te antoja conocer alguno:

  • Los Sermones fratis roberti, de Robertus Coracciolus de Licio (1490)

  • Los V libro de Seneca (1491] y Prouerbios de Seneca [1495] de Lucio Anneo Séneca

  • Un tratado de San Antonino de Florencia (1492)

  • Questiones de quiodlibet, de Santo Tomás de Aquino (149?)

  • Enarrationes in Psalmos, de San Agustín (1497)

  • Dos impresos americanos del siglo XVI de fray Alonso de Molina: Aqui comiença vn vocabulario en la lengua Castellana y Mexicana (1555) y Vocabvlario en lengva castellana y mexicana (1571)

  • Una Coronica de las Indias: hystoria general de las Indias agora nueuamente impresa corregida y amendada (1547), de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés

Y no puedo despedirme sin expresar todo mi agradecimiento a Aída Colunga —experta en biblioteconomía, archivonomía y conservación de materiales bibliográficos, quien lleva ya 25 años desempeñándose como bibliotecaria profesional—, por compartir su tiempo y sus conocimientos, conmigo y con todo aquel lector que se atraviese por estas páginas virtuales.

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* En las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, se encontraron muchas de las tablillas de arcilla cuya escritura cuneiforme contiene la Epopeya de Gilgamesh, la obra literaria más antigua de que se tiene registro y que se originó en la antigua Mesopotamia, región que hoy ocupa Irak y partes de Siria. Actualmente, las tablillas se encuentran en el Museo Británico, en Londres. [flecha]



· Todas las fotografías son de Claudia Sánchez Rod.




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Foto: David Quintero

Narradora y traductora, CLAUDIA SÁNCHEZ ROD ha publicado Ratones knockout, La marta negra, Me dejaste puro animal inexistente y antologías de poesía y cuento; ha obtenido el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano y el Premio Iberoamericano de Cuento Ventosa-Arrufat / Fundación Elena Poniatowska Amor. Colaboró en la revista argentina Lamás Médula, el Periódico de Poesía de la UNAM y otras publicaciones en España y EU. Coedita la revista Biblioteca de México: De Ciudadela a Vasconcelos.