Logo de la revista Biblioteca de México número 174

Es conocido el interés de Carlos Monsiváis por la cultura popular: del cine y sus rutilantes estrellas a la música vernácula, pasando por los fenómenos sociales y, por supuesto, el cómic. El cómic y sus productos derivados o afines: la historieta, el cartón político, la gráfica, los monitos. Quizá sean ese gusto por lo popular y su desparpajo e ironía al momento de escribir y conceder entrevistas los que lo acercaron a un amplio público. Monsiváis es, como en realidad lo llamamos todos, Monsi. Es ese personaje dibujado por don Gabriel Vargas en La Familia Burrón, un personaje más del imaginario comiquero… pero el gusto de Monsiváis por el cómic trasciende a la familia avecindada en el Callejón del Cuajo. Como él mismo llegó a apuntar: “siento como si La Familia Burrón fuera una vaca a la que yo estuviera ordeñando infinitamente”, y nosotros con él.

El Monsiváis lector de historietas iba más, mucho más allá de los Burrón, pues su coleccionismo incluía también a la revista neoyorquina MAD, libros y revistas de cómic underground —o comix— de Robert Crumb, fotonovelas melodramáticas, revistas mexicanas de humor decimonónicas y de principios del siglo XX, suplementos de monitos como Histerietas o de tiras cómicas como las que salían los domingos en los periódicos, sin faltar los libros de chistes gráficos sobre gatos. En los ejemplares de la biblioteca personal como del acervo de Monsiváis podemos dar un repaso rápido por la historia del cómic, la gráfica, el cartón político y las publicaciones populares de México y el mundo que se pueden consultar en los espacios de la Biblioteca de México.

En pos de los números negros

En los primeros años del siglo XX, empresarios de la prensa como el oaxaqueño Rafael Reyes Spíndola descubren el poder comercial de las publicaciones. “La angustia decimonónica por lograr trascendencia histórica, ideológica y política es sustituida por la búsqueda de la trascendencia comercial”, explican Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra en el tomo I de Puros cuentos. La historia de la historieta en México, 1874-1934. Revistas como Cómico o Gil Blas Cómico son ejemplo de ese afán, así como el personaje de Ranilla, mero vehículo para publicitar los cigarros de El Buen Tono, de los que se buscaría elevar la venta.

Crónica de los días del esplendor

En 1934, la aparición de Paquín marca el inicio del gran auge de la historieta en México. Hasta antes de ese año, las primeras historietas nacionales aparecían en las páginas de los periódicos. Vida y milagro de Lorín, una historieta escrita y dibujada desde 1919 por un par de niños, Alfonso Velazco y César Berra, fue la primera formal en el panorama. Pero lo que hicieron publicaciones como Paquín, Paquito y Pepín fue darle su propio espacio al trabajo de dibujantes y escritores, de tal manera que a mediados de los años cincuenta comenzaron a aparecer títulos individuales.

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

Superhéroes bajo la lupa

Por lo que podemos dilucidar, Monsiváis no parece haber sido un lector intenso ni intensivo del cómic de personajes en espándex sino, como Umberto Eco, un analista de la cultura de masas. Los tomos empastados que se pueden encontrar en su acervo constan de ejemplares en inglés —los originales, de DC Comics y Marvel Comics— y en español —los traducidos al español, publicados por Editorial Novaro—, intercalados, en sagas incompletas. Su colección está compuesta por números sueltos publicados sobre todo en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, o ejemplares simbólicos como La muerte de Superman, serie que impulsó el boom de mediados de los años noventa. Pero hasta ahí. Su interés está puesto más en su simbología que en lo que pudieran contar.

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

Serenidad y paciencia…

El panteón de superhéroes nacionales está poblado por personajes que no poseen superpoderes como Batman, Spider-Man o la Mujer Maravilla, sino por seres que hacen uso de su fuerza física, sus habilidades atléticas, su ingenio e incluso de poderes mentales. Uno de estos personajes ampliamente conocidos fue Kalimán, creación de Modesto Vázquez y Cutberto Navarro, que se leía ampliamente y de quien, a principios de los años setenta, se escuchaban sus aventuras en 46 radiodifusoras de todo el país. Uno más fue El Santo, de José G. Cruz, que a través del fotomontaje creaba una extensión de las inverosímiles aventuras cinematográficas de El Enmascarado de Plata. Aquí están también el oscuro Aníbal 5 de Alejandro Jodorowsky y Manuel Moro, y el gandalla y medio inepto Santos, de Jis y Trino, porque nuestros héroes habitan una mitología mexicana pop de la cual todos, al igual que Monsi, abrevamos en la segunda mitad del siglo XX.

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

Los ídolos a lápiz

Qué mejor medio para extender la idolatría por las estrellas de mediados del siglo XX mexicano que la historieta, medio ampliamente extendido entre el gran público del país. Infaltables en la colección de Monsiváis, estos ejemplares continúan construyendo mitos en un medio editorial que en su momento fue una industria enorme y que más tarde fue desplazada por el cine y la televisión. María Félix, claro; Pedro Infante, cómo no; pero también ídolos del futbol como Enrique Borja con su publicación Aventuras de Borjita, o esas fotonovelas protagonizadas por actores del cine nacional, como la que muestra a un Roberto Cañedo, quien termina deambulando eternamente en el limbo tras haberse suicidado.

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

La estación de las rarezas

Podemos encontrar rarezas editoriales que no parecen asirse a una tradición específica. ¿Qué es eso llamado ¡HUMO! y sus estrambóticas portadas, que más parecieran de la revista Moho o de MAD? ¿Por qué los cómics punketos del fanzine Banda Rockera no aparecen en ningún repaso histórico del cómic mexicano? Y, sobre todo, ¿qué hacen estas inusuales publicaciones en los anaqueles de Carlos Monsiváis? De Los manuscritos del Fongus, historieta de un joven José Ignacio Solórzano —mejor conocido como Jis—, ya lo sabemos: el libro es una autopublicación, e incluye un prólogo de Monsi, aunque no deja de ser una publicación extraña, como sus cartones mismos.

México se dibuja con M

¿Cómo es retratada la mujer en el cómic? ¿Qué papel desempeña en este medio popular de expresión y comunicación? ¿Cómo se dibuja la mujer a sí misma? Este mosaico nos dice mucho de sus diferentes representaciones: emancipada, conservadora, empoderada… Una selección importante en estos días en los que el odio y la violencia contra las mujeres se han exacerbado absurdamente. Un momento que exige mayores espacios para las mujeres en un medio que pareciera mayoritariamente masculino. Llaman especialmente nuestra atención los ejemplares de Esporádica, revista de cómic por y para mujeres editada a partir de 1987, poco conocida en el medio mexicano pero que marca un hito en la autopublicación realizada por artistas mujeres.

A mayor gloria del cómic

En 1954 Editorial Novaro, una de las editoriales de mayor éxito por la reedición de cómics estadounidenses traducidos al español, tomó la decisión de crear sus propias historietas. En la búsqueda de temas propios de la identidad mexicana inició un proyecto de la mano de miembros de la Compañía de Jesús para la elaboración de Vidas ejemplares, cuyo éxito fue inusitado, marcando una línea temática —de gran éxito comercial— y que tomaron diversas editoriales nacionales. Si bien la producción de historietas de corte confesional es extensa, en las décadas de 1970 y 1980 surgieron títulos que llaman sumamente la atención, como Cristo en malas compañías, de Ediciones Latinoamericanas, que imagina la segunda venida de Jesucristo a la tierra en los años sesenta, o los editados por EDAR —dirigida por Guillermo de la Parra y Yolanda Vargas Dulché y que se convertiría con el tiempo en Editorial Vid—, como Un hombre llamado Jesús, La Virgen a través del mundo o Mini milagros, una historieta semanal que se mantuvo en el gusto de los lectores por casi una década.

Escenas de humor y rebeldía

Igual que esas fotografías de estrellas rutilantes del star system que aparecen leyendo la revista MAD —Sid Vicious, Michael Jackson, Mick Jagger, los críticos de cine Roger Ebert y Gene Siskel—, resulta fácil imaginar a un joven Carlos Monsiváis leyendo la mítica revista satírica. Acaso de ahí provengan su vena irónica y el ácido humor de sus textos, ¿quién sabe? Una pequeña muestra de su afición por las publicaciones humorísticas comprende la incorrectísima National Lampoon y sus chistes hipersexualizados; Cracked —copia de MAD, la más exitosa de muchas copias que ha habido— y Charlie —antecedente de Charlie Hebdo que ha puesto al mundo a discutir sobre los límites del humor y que ha sido el blanco de la intolerancia y el fanatismo—. Estas portadas tienen toda la esencia del humor: faltarle el respeto a los poderosos, la burla sistemática y bien razonada —no el chiste simplón, que para eso están los comediantes de la televisión y los nuevos medios audiovisuales— y el no alinearse al poder político, pues, ¿de qué sirve un caricaturista que trabaja para el poder?

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

Lo marginal en el centro

El tímido y tranquilo Monsiváis —así lo recuerdan sus colegas y contemporáneos— también atesoró algunas joyas de la prensa gráfica subterránea que se gestó en las calles de San Francisco, Estados Unidos, así como algunas incorrectas publicaciones de cómic de horror y ciencia ficción que fueron antecedente directo del cómic alternativo que se ha hecho posteriormente. Todas ellas, punta de lanza de expresiones contraculturales, donde la experimentación con drogas psicodélicas, la práctica libre del sexo y una actitud desafiante ante la autoridad, la policía y el poder en general eran lo normal. Aquí nos asalta una duda: ¿fue Monsiváis fan del Gato Fritz de Robert Crumb?

La tradición de la resistencia

Desde los inicios en su primera etapa, la revista La Garrapata contó con la firma de Carlos Monsiváis. Sus artículos convivieron con las historietas y cartones de moneros como Emilio Abdalá (AB), Eduardo del Río (Rius), los geniales maestros Helioflores y Rogelio Naranjo, y con los textos de escritores como Jorge Ibargüengoitia y Elena Poniatowska. Así es como Monsiváis forma parte del conglomerado de revistas combativas de caricatura política —eso que llamaba “sinopsis adelantadas de nuestras opiniones”— y humor político: Los Supermachos de Rius, El Chahuistle —ambas víctimas, en su momento, de sendos y vergonzosos esquirolazos—, Los Agachados y El Chamuco, entre otras.

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Imagen procedente de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, Biblioteca de México.

La historieta contemporánea

La colección de cómics e historietas de México que componen la colección monsivaíta se mueve en función de la industria: sí están, por un lado, los esfuerzos por presentar un cómic más maduro y educativo al pueblo mexicano —a través de revistas como Bronca o Snif— de la década de los años ochenta pero, extrañamente, no hay un solo número de El Gallito Inglés. ¿Cómo coleccionaba publicaciones Monsiváis, cuál era su motivación como lector de cómics e historietas? En la presentación de El cara de memorándum, los editores utilizan el término “novela cómic” para referirse a uno de los formatos que los autores habían pensado para esta historia. Cabe preguntarse si Monsi razonó acerca de la complicada y francamente ociosa diferencia entre cómic y novela gráfica.

Por mi madre, letrados

Para documentar nuestro optimismo: la vieja discusión sobre si el cómic es arte o no, si es literatura o no, si se trata de alta o baja cultura, se termina aquí, en los estantes de la biblioteca y el acervo de Monsiváis. Según sus propias palabras en una entrevista de 2010 para Proceso: “Donde hay cultura popular lo que importa es la capacidad de diversión que te genere”. El cómic es eso: cultura popular, un medio masivo de comunicación, relacionado con la forma de reproducción. Tenemos algunos ejemplos de publicaciones donde la literatura es el leitmotiv, o donde, a través del lenguaje y la estética del cómic, se hacen guiños a las letras. Ojo al llamado que hace Fantomas, La amenaza elegante, a escritores como Octavio Paz y Julio Cortázar en un curioso ejemplar escrito por Gonzalo Martré.

Cruce de caminos

La colección de cómics de Monsiváis es, también, una historia de la industria editorial, de nuestros hábitos de consumo, de cómo hemos sido lectores de un producto barato, de fácil y rápido consumo. Pongamos como ejemplo la versión original de “The Crime of Passion”, del Spirit de Will Eisner, contrastada con su versión nacional: mal traducida, rotulada de manera mecánica, con elementos gráficos eliminados. O la parodia que hace del clásico cómic de Charles Atlas el monero tapatío Trino. Porque los cómics permean en nuestra cultura e idiosincrasia de manera profunda, adaptándose a nuestras posibilidades.

En el escritorio de Monsiváis

Todos estamos familiarizados con la imagen de un Carlos Monsiváis sentado detrás de su escritorio atiborrado de libros, papeles, luchadores de plástico y gatos. Pero, ¿qué había en realidad sobre ese escritorio? Haciendo un ejercicio de imaginación, podríamos pensar ese escritorio con algunas piezas relacionadas con el cómic y la historieta que habrían estado en algún momento en esa superficie. Un ejemplar de Seduction of the Innocent, libro del doctor Fredric Wertham que provocó una gran ola puritana y censora en el cómic de Estados Unidos; un sobre manila con dibujos que le envió el caricaturista Jis en algún momento, rotulado a mano por el monero; ejercicios de dibujo de un autor no identificado —¿Monsi aprendiendo a dibujar?—, etcétera. Un atisbo a su vida como coleccionista y lector.