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Hablar de escritoras mexicanas nacidas entre la década de los ochenta y noventa significa considerar formaciones que no sólo involucran a las letras. En una época en que el flujo de las imágenes cobra especial importancia, el campo de lo visual se vuelve un detonante o medio para escribir. Asimismo, existe una fuerte conciencia de las condiciones que les han permitido vincularse a la literatura: el acceso a bibliotecas, a la universidad pública o a programas de estímulo a la creación. En estas mujeres, de entre 28 y 37 años, impera el sentido de que la escritura trasciende la página, filtrándose a través de personas de carne y hueso. Los géneros o su hibridación atienden a distintas búsquedas. Amparo Dávila, el cómic, la película de Jaws o un bikini rojo son muestra de sus variados referentes. La constante en todas ellas es crear comunidad.

LAS COSAS SE CONECTAN

Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) se define como una artista visual que escribe. Egresada de la licenciatura en artes plásticas de la ENPEG, La Esmeralda, y de la maestría en historia del arte de la UNAM, en 2013 obtuvo el III Premio Internacional de Literatura Aura Estrada y en 2014 una mención honorífica en el Premio Nacional de Ensayo sobre Fotografía. Ha impartido talleres de lectura de imágenes, escritura visual, abstracta y mural en diversas instituciones. La Compañía y Otro día (poemas sintéticos) (Almadía, 2019) son sus libros más recientes.

Sabina Orozco: ¿Qué cuestiones te impedirían escribir o dejar de hacerlo?

Verónica Gerber Bicecci: Mucho del trabajo que hago también es visual, entonces puedo pasar mucho tiempo sin sentarme a escribir un texto en el sentido “tradicional”. No sé si el mundo necesita los proyectos que estoy haciendo, y el problema de pensar eso es que tendría que detenerme para siempre. Pienso en la situación actual, en la superproducción innecesaria de casi todo. Obviamente no sostengo ese pensamiento; va y viene en mi cabeza constantemente. Supongo que tengo la pequeña esperanza de que lo que hacemos desde las artes colaborará, de algún modo, transformando estructuras, no hoy ni en los próximos diez años. Pero tal vez en los próximos siglos.

SO: Si nos referimos al término “generación” como un grupo que dialoga independientemente de la edad y del espacio, ¿con quiénes la compartirías?

VGB: Me gusta más la idea de genealogía. Están todas esas muertas y muertos que he leído y de quienes he visto su obra. Esa lista es muy larga, he tratado de reconocerla en la medida de lo posible en los proyectos que he hecho: escribo sobre ellas y ellos o les hago aparecer de alguna manera para que se vaya dibujando ese enorme árbol porque han sido importantísimos para mí, como Ulises Carrión o Amparo Dávila. Es cierto que también una establece diálogos y conversaciones con los vivos. Georges Didi-Huberman sostiene que entre Fra Angélico y Jackson Pollock puede haber un diálogo mucho más profundo, por decirlo de alguna manera, que entre Pollock y un contemporáneo suyo. A eso le llama anacronismo. Soy partidaria del anacronismo, aunque desde luego hay contemporáneas con las que estoy dialogando y que son parte sustancial de mi práctica artística y de mi vida.

SO: Hablando de anacronismo, ¿cómo llegaste a entrelazar elementos narrativos tan distintos en La Compañía, en particular en la primera parte del libro?

VGB: Los curadores Willy Kautz y Daniel Garza Usabiaga estuvieron al frente de la Bienal FEMSA hace dos años en Zacatecas. Me invitaron a participar y me dijeron: “tal vez te interese involucrar literatura zacatecana en tu proyecto”. Las piezas siempre esbozan su propio camino, pero ellos pusieron ese detonador en mi cabeza. Durante mi investigación leí en algún artículo académico sobre “el terrible caso de contaminación Nuevo Mercurio, Zacatecas”. Nuevo Mercurio. Me fascinó su nombre, la distopía que implicaba. Lo busqué en el mapa y pedí que me llevaran, fue complejo pero se logró. Creo que, justo por ese comentario de los curadores, llegué a Nuevo Mercurio con Amparo en la cabeza. Y Felguérez es uno de mis artistas mexicanos favoritos. Luego de ese punto, ya no sé cómo explicar en qué momento Amparo Dávila, Nuevo Mercurio y Felguérez se fundieron en La Compañía.

SO: Me parece muy atinado cómo cambiaste en ese libro el tiempo verbal del cuento de Amparo Dávila, del pasado al futuro. Aunado a esto, las fotos y los textos de distintas fuentes remiten a la escritura y, a la vez, al montaje.

VGB: Sí, yo creo que esa palabra es importante. Vuelvo a Didi-Huberman: él sostiene que las imágenes son montajes de tiempos heterogéneos, y esta idea está muy presente en el libro. La máquina distópica es una pieza aledaña a La Compañía que hice en colaboración con Canek Zapata y Carlos Bergen, y muestra ese proceso de montaje. Es un oráculo web en el que puedes maniobrar con controladores lo que le pasa a la composición de figuras geométricas de Felguérez, a los colores de las fotografías microscópicas de agua contaminada de una mina y reescribir la Poesía completa de Amparo Dávila.

SO: Más allá de hallarnos en una época donde la tecnología ofrece herramientas para realizar cálculos con relación al futuro, ¿te atrae la fabricación de propuestas literarias y plásticas vinculadas a la predicción?

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Verónica Gerber Bicecci. Foto Archivo de la autora.

VGB: La idea de lo predictivo apareció con un proyecto llamado Palabras Migrantes, que está centrado en temas de migración, y que hice con niños en Estados Unidos. En una parte del taller les pedí que imaginaran un lenguaje inexistente, que tuviera que ver con cómo nos vamos a comunicar. Una niña simplemente escribió en inglés la palabra “futuro” en su hoja. Cuando vi esa hoja, pensé “¿¡cómo no les pregunté a las niñas y niños por el futuro, por cómo lo imaginan!?” Y bueno, al mismo tiempo estaba por empezar a desarrollar La Compañía y La máquina distópica. Todo se empezó a configurar alrededor de esa palabra que escribió esa niña en el taller: futuro. Las cosas que hago se conectan unas con otras de modos distintos. Me gusta pensar que estoy tratando de escuchar y de hacer cosas con lo que escucho. Entendiendo escuchar como una expansión de leer, de ver.

VER ANTES DE DECIR

Fernanda Bada (Veracruz, 1991) es actriz y dramaturga. Egresada de la Facultad de Artes de la Universidad Veracruzana. Ha sido beneficiaria del PECDA, la Fundación Antonio Gala y, recientemente, de la Fundación para las Letras Mexicanas. Obtuvo una mención en el Premio Independiente de Joven Dramaturgia de ediciones TSP por la obra Mirracio. Con Bikini Redquiem in Pace fue finalista del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo 2019.

SO: ¿Qué dificultades encuentras al escribir?

Fernanda Bada: Juzgar mucho una idea en lugar de apostarle y ver qué sucede. Ante esto quizá sigo escribiendo porque es una manera de liberar algo; es importante contarme las cosas y casi siempre cuando escribo es como si le escribiera a mi familia. Me interesa contar lo familiar.

SO: Varios de tus personajes mantienen un vínculo con elementos diminutos, recuerdo al podólogo de Bikini Redquiem in Pace o al taxidermista de Mirracio. ¿A qué responde esto?

FB: Esos dos oficios, la podología y la taxidermia, involucran saber detalles del cuerpo, incluso detalles repulsivos. Tengo una fijación con la idea de lo desagradable, de quién se encarga de tratarlo o de embellecerlo. En las cosas escatológicas encuentro un brillo especial. Todo lo que sucede, aunque sea muy mundano, te revela una verdad y a veces no nos detenemos en eso.

SO: ¿La plasticidad de tus escenas corresponde a ciertas situaciones dramáticas?

FB: Considero importante ver antes de decir. Es fácil que el espacio se pierda; debo anclarme a elementos que para mí sean llamativos y me guíen cuando escribo. En Bikini me ancló pensar en una anciana con traje de baño rojo tirada en el mar.

SO: Hay muchos muertos en tus obras: la madre de Bikini, Zulema en la cajuela de un auto o la gente de las fosas en Mirracio, ¿a qué lo asocias?

FB: Me ha permeado el tema del duelo, lo que nunca volverá a ser igual, la ruptura que cada individuo maneja de distinta manera. Las realidades cambian en un abrir y cerrar de ojos. Es terrible lo desechables que parecerían las personas. Tal vez, en los otros buscamos lo que nos falta y por eso se generan relaciones: me atrae hablar de a quién hacemos nuestra familia aunque no lo sea.

SO: Independientemente de montar una obra, ¿esperas que se lea?

FB: La dificultad del teatro al leerlo está en la polifonía. Me parecería un ejercicio hermoso juntarse con alguien y decir “tú lees a un personaje y yo a otro”, a ver qué sucede. Cuando escribo quiero que la persona me siga. Por eso juego con la plástica en la hoja. La exposición de los individuos en las escenas equivale a cuerpos comunicándose contigo, con otro personaje, y al final puede crearte una anécdota, una especie de cuento. Es posible crear ensayos a partir de la dialogación, el personaje tiene una postura en la vida, cree en algo. En la dramaturgia también hay poesía, ritmo. Muchos géneros entran y se leen en el teatro porque es reproducción de la vida, todo podría entrar en ella.

POETAS QUE NO HABLAN SOBRE POESÍA

Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, 1982) es autora de varios libros de poesía; los más recientes son Jaws [Tiburón] (2015) y Hotel Universo (2019). Fue ganadora del Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Se ha desempeñado como redactora, correctora y editora en diversos medios impresos y digitales. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de Arte.

SO: ¿Qué cuestiones te impedirían escribir o dejar de hacerlo?

Xitlalitl Rodríguez: La literatura es como cualquier otro campo donde importan las relaciones sociales, incluso el capital económico. Esas implicaciones me hicieron preguntarme por la función de escribir. No es que restara valor a mi trabajo, pero me cuestioné el impacto social de los poemas. La literatura te ayuda a asimilar el mundo, a no sentirte sola. Al hacer un poema puedo ver algo de otra forma. Eso me da esperanza.

SO: ¿Se ha modificado tu proceso de creación al vivir en Guadalajara y luego en la Ciudad de México?

XR: Estando en la Ciudad de México revaloré a muchos autores de Jalisco. De cualquier forma, me queda claro que si no hubiera salido de Guadalajara no habría tenido determinadas becas y oportunidades, lo cual es muy grave. Varias escritoras viven en otro estado y les cuesta más dar a conocer su trabajo.

SO: ¿En qué medida la traducción te ha hecho repensar la literatura?

XR: Muchas veces añadimos significados a las palabras de forma arbitraria, eso configura nuestra visión del mundo. Escribí un libro sobre Jaws, una película que vi mucho y refiere a parte de la cultura pop que me perdí de los noventa porque nunca tuve televisión por cable, como mucha gente de mi generación. Fue una forma de llenar ese hueco. Después, me tocaron todas las sagas de la película dobladas, con anuncios. Reflexioné sobre lo visto en un idioma que no era el original. Lo mismo pasa con la literatura, tenemos que releer y construir nuestra propia interpretación o acercamiento.

SO: En Jaws incluyes imágenes en baja resolución, un soporte que todos hemos compartido, ¿a qué obedece esto?

XR: Muchas de esas imágenes son memes que me compartió un montón de gente. Por ahí hay una foto que tomó una amiga en Guadalajara de un lugar donde había un tiburón. Por la naturaleza del libro no podían ser imágenes de buena calidad y justamente el meme es como la unidad mínima de significado que ahora todos compartimos; me pareció un punto de encuentro. Fui muy afortunada de que muchas personas me mandaran imágenes para el libro.

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Fernada Bada. Foto Archivo de la autora.

SO: ¿Qué te funciona para iniciar nuevo proyecto?

XR: Cuando leo algo que me gusta mucho me dan ganas de escribir. Me gustan poetas que no hablan sobre poesía. Pienso en Anne Carson y la forma en que la conocí con Autobiografía de Rojo, gracias a la traducción de Tedi López Mills. La poética de Carson parte de su labor como traductora y la forma en que ella retoma la tradición clásica. Ella es profesora, su poética se configura desde sus conocimientos del griego antiguo. Aunque no seas cercano a la cultura de esa lengua puedes entender, resulta muy estimulante cómo algo tan lejano haya derivado en poemas que ahora me resultan tan familiares. Ese tipo de búsquedas me invita a escribir.

SO: ¿Crees que la poesía intervino en tu trabajo periodístico?

XR: Supongo que sí. Todo lo que leemos o experimentamos se filtra en lo que hacemos. Entré a trabajar a un periódico de Guadalajara muy chiquita, a los 19 años, en el 2001 durante los ataques del 11 de septiembre. En la redacción me pedían cierto número de palabras que no podía gastar en adjetivos o términos innecesarios para el periodismo. Ya en otros medios, revistas en particular, tuve mucha más libertad para escribir, incluso en lo relativo a los temas.

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Xitlalitl Rodríguez. Foto de Alberto Rodríguez.

SO: El fracaso es un asunto entrañable en tus libros, ¿de dónde viene esa inclinación?

XR: Recordamos lo que sale bien porque son puntos álgidos en un relato, si tomamos nuestra vida como tal. En cambio, los errores tienen que ver más con el día a día. Me gustan poéticas que van hacia ese sentido; Charles Simic, por ejemplo. Pienso en Mystery Train, de Jim Jarmusch: en una escena un chico toma fotos del baño o de la pared de un hotel intentando acordarse de los objetos insustanciales, los que no recordará del viaje. Me interesa eso, hacer zoom en momentos que no tendríamos razón de recordar, descubrir por qué valdría la pena resaltarlos.

EL MIEDO EXPRESA GANAS DE VIVIR

Paulina del Collado (Ciudad de México, 1990) es licenciada en letras hispánicas y egresada de la especialidad de guionismo del CCC. Ha sido becaria de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores (2014) y del programa Jóvenes Creadores del FONCA (2015). En 2014 ganó el premio de literatura infantil El Barco de Vapor por la novela El extraño caso de Santi y Ago. Actualmente imparte talleres de literatura, cine y narrativa gráfica para niños.

SO: Es frecuente hablar de las motivaciones para escribir. Ahora bien, ¿cuáles serían las razones por las que no escribirías?

Paulina del Collado: Muchas escritoras de mi generación debemos tener varios trabajos y luego escribir a la hora que se puede o encontrar cuartos propios, como dice Woolf. Es común que la gente diga “no has publicado nada en años, ¿qué estás haciendo?”. Hay que dejar de romantizar la idea de “qué bonito, ellas escriben seguramente en una gran mesa, viendo un cuadro, con música de violines”. Escribir es un trabajo y estamos muy lejos de reconocerlo como tal. Por otra parte, existen circunstancias que sí me permiten escribir. Me alimenta mucho el exterior, la calle y la gente. Procuro dar vueltas, estar fuera viendo qué hace el de al lado. Me intriga y me encanta lo humano.

SO: ¿Otros géneros, fuera de lo literario, dialogan con tu obra?

PC: Fui becaria de la Fundación Antonio Gala en 2014. Me dedicaba a leer, escribir e interactuar con otros artistas de mi edad, con inquietudes de otras disciplinas. Aprendí de los pintores, de los músicos; eran extraordinarios lectores. Vivir con ellos durante meses fue enriquecedor. De repente cuando yo ya no estaba en la biblioteca o llevaba horas borrando la misma página, iba al taller de los pintores, me daban un pedacito de caballete y me ponía a hacer pininos con ellos. Platicábamos, escuchábamos música. Eran personas de otras áreas y, al mismo tiempo, personas con sus propias búsquedas. Fui de la misma generación de Virginia Bersabé, quien pinta mujeres de la tercera edad. Tiene acrílicos impresionantes, una reivindicación del cuerpo de las mujeres mayores. Me encantaba presenciar el desarrollo de su exploración plástica.

SO: Viviste largo tiempo en Querétaro, ¿qué condiciones te brindó eso al acercarte a la literatura?

PC: Nací en la Ciudad de México y crecí en Querétaro hasta los 17 años. Volví aquí para estudiar en la UNAM. Fui una niña que pudo jugar mucho en exteriores, sentirse segura a donde iba, eso al final construye una sensación de bienestar. En la adolescencia me sentí muy limitada por lo restringido del acceso a la cultura. Querétaro ahora despunta en muchas cosas. Cuando crecí ahí la oferta cultural era baja y no tenía acceso a bibliotecas públicas tan vastas. Mis procesos tienen que ver más con el entorno y esta ciudad es puro estímulo.

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Paulina del Collado. Foto Archivo de la autora.

SO: ¿Qué otros estímulos encuentras para escribir independientemente de la situación geográfica?

PC: Dar talleres de escritura creativa, cine o cómic a niños. Tienen una capacidad impresionante para agarrar cualquier cosa, procesarla, interiorizarla y transformarla. Están acostumbrados a leer su vida en imágenes, me gusta mucho llegar y decirles: “vamos a descomponer este cómic, ¿qué pasa?, ¿qué podemos agregarle?, ¿qué quieren contar ustedes?”. Salen historias de lo mejor. A veces pensamos llevarlos al lenguaje de los adultos cuando ellos poseen sus propias narrativas.

SO: ¿Dirigirte presencialmente a ese público influye en la forma de escribirle?

PC: Completamente. Mejor quitarnos telarañas mentales, promover historias de calidad. Edulcorarles la realidad no sirve de nada, ellos viven en ella y se dan cuenta. En El extraño caso de Santi y Ago, la novela publicada por SM, pensé en hablarle a un igual. Hablo de la bipolaridad, pero la novela no se trata exclusivamente de ese tema, sino de relaciones de familia.

SO: La protagonista es memorable, se encuentra exenta de esa bondad que falsamente suele atribuirse a la infancia en la literatura, ¿cómo la construiste?

PC: Un par de niños me han dicho que Camila es muy presumida. Es cierto. Hay cierto grado de maldad en los seres humanos y los personajes, tiene que ver con la aceptación de la dualidad o multiplicidad de la gente. Una es todas sus sombras y también otra clase de experiencias.

SO: A lo largo de la novela, ¿qué te inclinó a hablar del miedo constantemente?

PC: Me agrada consumir la experiencia del miedo, desde la literatura o el cine. El miedo es instintivo y los monstruos desprendidos de él son de lo más humano: lo que marginalizamos o escondemos habla de nosotros como seres multidimensionales. El miedo expresa ganas de vivir, es una pulsión que te jala hacia la vida.

SO: A los padres les asusta que a sus hijos se les ofrezca literatura cargada de preguntas en lugar de respuestas o moralejas, ¿lo has considerado?

PC: Sí, claro. Muchos no quieren que las historias generen ruido. Yo al menos, del lado de alguien que escribe para niños y los trata en los talleres, intento dotarlos de herramientas, explorar temas. El ruido del mundo va a entrar, más bien es cuestión de cómo los padres quieren que entre e, insisto mucho en este verbo, cómo quieren acompañar el ruido.