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Mi finalidad al solicitar la beca es tener los medios necesarios y seguros para escribir un libro de relatos. También deseo incursionar en el ensayo. En cuanto a la extensión de los textos, no puedo hablar, pues los he escrito con necesidades tan diferentes que los hay de 34 cuartillas y de 5 renglones. Supongo que este es problema de muchos narradores. El volumen del libro tampoco sabría determinarlo por las mismas razones.

Deseo seguir buscando, con formas quizá nuevas, lo mismo que he buscado hasta ahora, con el propósito de que esa búsqueda se dé en otros terrenos que no sean los de la pareja amorosa, que han dominado casi por entero mi obra. Me es muy difícil especificar cuáles son mis aspiraciones y aunque tengo la esperanza de que se traduzcan en alguno de mis cuentos, intentaré plantear, con la mayor brevedad posible las preocupaciones que les dan origen.

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En el Renacimiento el alma humana se hendió al dejar de tener una aspiración única, un fin último: la contemplación de la divinidad. Las artes se separaron, las ciencias tomaron individualidad y el hombre se encontró solo ante la historia y la naturaleza. (Algo sé de Vico y los autores que se ocupan de la primera, pero no creo que sea el caso hablar de ellos). La ciencia estuvo segura de domeñar a la naturaleza y su alegría dura hasta el siglo XVIII en que triunfa definitivamente el progreso científico que garantiza el progreso general de la humanidad para siempre. Pero surge la tecnología y la hija mata a la madre: hoy sentimos que la tecnología avanza y la ciencia apenas vive para alimentarla. Todos vivimos la amenaza completa de una extinción total.

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Pero en el siglo XIX ha sucedido algo, de una índole diferente: un grito que como una bola de nieve crece hasta aplastarnos: el “Dios ha muerto” de Nietzsche. Estamos amenazados de extinción y sin alguien que nos proteja. Solos con nuestra subjetividad.

Sé que únicamente he apuntado lugares comunes pero por eso, por comunes, por de todos, creo que hay que hacer algo, un poco. El arte de nuestro tiempo se divide, para mí, únicamente en dos: el que se resigna y ayuda a cosificarnos, de una manera o de otra (no hablo de escuelas) y el que quiere que sobrevivamos, aunque sea en cierto sentido.

Quisiera que en mis historias, más allá del relato, de los hechos que se suceden en el marco del espacio y el tiempo ficticios, hubiera alguna grieta, un espacio que comunique al narrador, y al lector que con él colabora, al adentro en el que produce el misterio. Usar como instrumento lo que se relata para encontrar el otro lado de lo mismo para que tenga diferente sentido, tan real como desconocido, que dé luz, que sea una señal. No creo que esta búsqueda lleve con frecuencia a signos alegres o positivos pero aspiro a que den a los planos de las historias contadas y que vivamos, un hálito de trascendencia inmanente. Como se verá, aunque con excepciones, mi centro es el hombre, sus circunstancias y sus sentidos.

Dibujos de Juan Martínez para los cuentos “2 de la tarde” y “Las palabras silenciosas”, incluidos en La sunamita y otros cuentos, de Inés Arredondo, editado por SEP y Conasupo, en la colección Cuadernos Mexicanos (año II, número 98). Biblioteca Personal de José Luis Martínez, Biblioteca de México.