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Anomia y Lerenda buscan casa en la ciudad de México, pero todos los departamentos disponibles les quedan lejos, son muy caros o son estafas. Las dos chicas, protagonistas de las historietas de Ana Barreto (Acapulco, 1956) marchan en manifestaciones, experimentan acoso callejero, desempleo y explotación laboral. Todos esos temas, con los que los lectores actuales podemos conectar inmediatamente, aparecen en revistas y tiras creadas hace más de treinta años. Además de esa coincidencia temática con respecto a los cómics hechos por mujeres hoy en día, su sentido de urgencia, el humor y la frescura en el dibujo hacen que, a pesar de esta distancia temporal, el trabajo de Barreto en Esporádica, un punto de vista desde las enaguas y posteriormente en las legendarias Histerietas de La Jornada, destaque como una ausencia de la que no sabíamos que teníamos que reparar lo más rápidamente posible.

A partir del trabajo de Ana Barreto podría trazarse una línea que conduce directamente hasta las mesas de las ferias de fanzines y autopublicaciones contemporáneas. Quizá también comience a dar forma a una genealogía de autoras que generan sus contenidos al margen de las editoriales y las instituciones, que favorecen los temas cotidianos y el compromiso político en sus producciones, y que buscan otras posibilidades de creación a partir de su trabajo, de la generación de redes y colectivos con personas afines.

Para poder hablar directamente con Ana Barreto es necesario tender puentes, establecer conexiones que lleven desde hasta Raya y Línea, el taller-galería-escuela en el que esta artista actualmente trabaja en su natal Acapulco, Guerrero, y en donde, de acuerdo a César González-Aguirre, curador de Anomia. Aventuras Gráficas de una Feminista Urbana (exposición de la obra de Barreto en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México que formó parte del Festival Internacional de Fotografía FotoMéxico 2019), ella guarda un gran archivo con muestras de su trabajo gráfico pertenecientes a casi toda su trayectoria. Esto resulta sorprendente después de saber acerca de su vida casi nómada, cuya actividad la ha llevado en varias ocasiones a vivir en Estados Unidos, así como en distintas ciudades dentro de México. La única constante es la necesidad de cambiar.

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Aquí tuvo contacto con pioneras del feminismo en el país. Participó con el entonces Centro de Apoyo a Mujeres Violadas (hoy ADIVAC) haciendo volantes y carteles en serigrafía que ella misma diseñaba e imprimía. Otras colaboraciones que realizó en este periodo fueron con la revista fem, un proyecto editorial de la poeta Alaíde Foppa.

Esporádica, un punto de vista desde las enaguas

El punto de entrada al trabajo de Ana Barreto fue a través de los tres números de la revista Esporádica que existen en el acervo de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis de la Biblioteca de México, que reúnen las historietas con las aventuras de Anomia y Lerenda, así como poesía, cuento, fotografía e ilustraciones hechas, en su mayoría, por mujeres. Esta revista fue un proyecto de Barreto y Adriana Batista, con quien también firmó algunos de los cómics. Ellas dos conformaron Ediciones Quiero Más, y según la ilustración-carta editorial de presentación del Número Cero de la revista, publicado en octubre de 1987, su planteamiento era usar las imágenes gráficas y literarias para “decir más que los grandes análisis sofocantes. No pretendemos hacer historia, pero sí con historietas interpretarla de otra manera”, ofreciendo “la visión que las chavas tienen de las cosas y de esta vida a veces desventajosa y aburrida”.

El proyecto de Esporádica se echó a andar gracias al apoyo que recibieron Barreto y Batista de Mama Cash, fundación feminista con sede en Holanda, de las más longevas en el mundo, que desde 1983 apoya económicamente proyectos de mujeres. En los distintos números que se llegaron a editar vemos una variedad tanto en el tono como en las secciones que los componen: mientras que del número Cero al 1 hay un aumento de colaboraciones por un concurso hecho con la estación de radio Rock 101 y una sección de cartas con opiniones de lectores, en el número 2 se incluye una traducción de los 17 tips para reducir violaciones de un centro de San Francisco. Cada número tuvo un tiraje de 2000 ejemplares y, en palabras de Barreto, “se vendían de mano en mano, entre amistades, hubo intentos de colocar en librerías y puestos de periódicos, pero fue en vano por la cantidad de requerimientos que se pedían”.

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Esporádica representó un paréntesis entre dos estancias de Barreto en Estados Unidos, y ella cuenta cómo fue que sus experiencias en Los Ángeles fueron uno de los detonantes para comenzar a usar la historieta como medio creativo: “Todas estas experiencias, como haber estado de migrante, trabajando como ilegal y no poder trabajar siempre en cosas de artes plásticas fueron lo que tuve que sacar de alguna manera, y la manera que encontré fue la historieta. No podía estar cargando un tórculo o un caballete y un lienzo o un estuche de pintura. Así que la salida más natural e inmediata fue el dibujo, como consecuencia de la experiencia de haber estado en Estados Unidos”.

En las páginas de la revista vemos este dibujo que es al mismo tiempo inmediato y sumamente expresivo, lleno de elementos texturales y patrones, espacios caóticos, avasalladores, llenos de diagonales, en unas chuecuras perfectamente identificables como parte del ex Distrito Federal, además de collages con fotografías o con páginas de periódicos y revistas. En el trabajo de Ana Barreto hay una limpieza en el trazo que convive con este ruido visual que le da la convivencia con el collage y las vibraciones de las texturas dibujadas que hacen muy atractiva su gráfica, susceptible a ser observada detenidamente.

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Cada uno de los tres números muestra las distintas preocupaciones de los personajes, que podemos visualizar como representaciones de la propia Ana: el trabajo precario, la contaminación cada vez peor, la imagen corporal y las exigencias al respecto. Además, claro, de referencias casuales y casi de pasada a situaciones como el trato despectivo que reciben las protagonistas por ser mujeres o los manoseos y acosos que les propinan personajes masculinos a Anomia y Lerenda “así como que no quiere la cosa”.

Durante sus viajes a Estados Unidos, Barreto entró en contacto con el trabajo de autores como Moebius, los hermanos Hernández –Mario, Gilbert y Jaime-, Robert Crumb y Aline Kominsky. Estos dos últimos aparecen como colaboradores en los números 1 y 2 de Esporádica, a raíz de que Barreto decidiera escribirles y solicitarles el trabajo para su revista. Hubo un cuarto número que Barreto realizó al regresar a Estados Unidos, a finales de la década de 1980, en esta ocasión a San Francisco, pero desgraciadamente no se conservan ejemplares.

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Para ella, en retrospectiva, Esporádica fue un espacio que servía como “una válvula de escape, donde expresaba mis vivencias, miedos, frustraciones y aspiraciones”.

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Ilustración de Aline Kominsky.

Pionera sin proponérselo

Ana cuenta que San Francisco fue el lugar de Estados Unidos en el que finalmente se sintió acogida: “Por lo multicultural que es, por todas las personas que conocí en el Barrio de la Misión, por las fiestas que tienen, incluida la del Cinco de Mayo, que al principio yo decía “¿qué es eso?”, y que hacían del lugar algo hospitalario. Por primera vez pude trabajar en lo mío, tener exposiciones de mi trabajo, así que para mí fue el lado amable de Estados Unidos. Pero con todo y eso, al cabo de año y medio decidí que no era mi lugar y que no pertenecía”.

Al regresar de San Francisco, en 1991, conoció al caricaturista Bulmaro Castellanos, Magú, y “se dio la oportunidad de publicar mis historietas en el suplemento dominical de La Jornada, Histerietas”. El suplemento fue un parteaguas en el panorama del cómic mexicano. Hasta ese momento, la mayoría de los suplementos de este tipo en los periódicos publicaban tiras sindicadas extranjeras, y la iniciativa de Magú permitió que se generara un grupo de autores locales. Barreto agrega: “Encontré el medio perfecto para expresarme, creo que soy una afortunada pionera de la historieta sin proponérmelo. Definitivamente sí pertenezco a una generación la de los ochenta (La generación de la contracultura, de La PusModerna, La Regla Rota), en la que la historieta alternativa era un terreno de hombres, solamente había otra mujer en Ciudad Juárez: Cecilia Pego [autora de Terrora y Taboo en el mismo suplemento de las Histerietas], a la cual nunca conocí personalmente. Sólo tuve acceso a sus dibujos cuando los publicaban”.

En los cómics de este periodo reaparece el personaje de Anomia, pero hay un giro en estas historias. Aunque varias conservan el tono cotidiano y social, como las que hacen referencia directa a sus experiencias en condición de migrante, de nueva cuenta historias satíricas de acoso, o críticas a la sexualización femenina en los medios de comunicación, aparece una nueva vertiente: la de las ficciones que entran en el terreno de lo fantástico. Tomando referentes como la pintura de Las dos Fridas o el arte egipcio, Anomia puede salirse de sus entornos inmediatos y entrar en terrenos más del absurdo, tanto temática como dibujísticamente. Una de las historietas más curiosas en este sentido es Retratista, en la que a Anomia la acompañan figuras como Periquita, la Pequeña Lulú, Hermelinda Linda o Borola Burrón, así que vemos insertando a su propio personaje entre algunas de las protagonistas de sus lecturas favoritas de infancia. Entre 1991 y 1992, Ana Barreto publicó entre las Histerietas y El Sol de Toluca, pero poco a poco fue alejándose del cómic y entrando al mundo del cine, siempre a través del dibujo, a través de la realización de storyboards.

Raya y línea, enseñanza e identidad

Desde 2016 Barreto vive en Acapulco, en donde tiene Raya y Línea, un espacio de galería y taller que formó con dos amigas más. Allí imparte talleres de dibujo, arte e historieta a niños. Para ella es fundamental acercarse a niñas y niños en estos momentos decisivos de su formación y compartir lo que sabe hacer: “Y no se trata de un aprendizaje técnico, porque para mí va más allá, trato de abordar diferentes tópicos, el miedo por lo que está pasando en la actualidad y lo que ven en las noticias y darles herramientas para abordarlo, particularmente cuando hacen historietas. Y más que decirles cómo hacer las cosas, transmitirles lo necesario para que ellos hagan su autorretrato y que estén narrando desde su propia voz, desde su propio dibujo, desde su propio personaje, que digan qué piensan, cómo miran su vida y sus entornos”.

Son ventanas a otras posibilidades, a una continuidad de un mensaje de que todos tenemos algo importante qué decir y nuestras herramientas son las imágenes, es el dibujo. Los talleres en su espacio de Acapulco los complementa con talleres en lugares como Cochoapa, también en Guerrero. El trabajo independiente necesita una visión colectiva, otras maneras de hacer, y esta es otra de las constantes en la trayectoria de Ana Barreto. Ha sabido encontrar personas afines con las cuales aliarse para crear sus distintos proyectos, apoyarse para seguir produciendo y compartir procesos creativos.

Otra de sus preocupaciones actuales es la construcción de la memoria e identidad locales a partir del dibujo y la historieta, compartir historias a través de estos recursos y de las posibilidades que ofrecen. En este sentido, ha realizado algunas historietas sobre regiones del Estado de Guerrero. Ella dice: “Me cuestiono mi identidad y mis raíces porque veo que soy un híbrido, y quiero trabajarlo a través del dibujo”.

Así, de manera autogestiva, Ana Barreto está generando un pequeño punto nuevo en el mapa de la creación de historieta mexicana en la costa de Guerrero: está propiciando que existan futuros jóvenes autores, y está, ella misma, generando trabajo con los medios disponibles a su alcance, a pesar de que, en sus propias palabras “en Acapulco no llega tanta información de nuevos autores y además no me llega el tiempo”.

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Puentes con lo contemporáneo

César González-Aguirre sostiene que en el marco del Festival FotoMéxico se buscaba generar un diálogo entre propuestas pioneras de distintas artistas, poniendo de relieve la experiencia de Ana Barreto como mujer artista en Ciudad de México de inicios de la década de 1990, además de pensar en cómo dialogar con la cualidad efímera de las publicaciones masivas, no ligadas a un sistema que permita su permanencia. Para él: “una de las urgencias al trabajar en contextos institucionales es aprovechar los espacios e infraestructuras que ofrecen para reivindicar este tipo de trabajos que se han quedado al margen de las historias de la visualidad, ya sea por temática, al ser abiertamente feminista, las características materiales del trabajo en papel, el medio del dibujo y la historieta, aunado al hecho de que a pesar de que Ana es una artista en activo, trabaja desde Acapulco, y desde nuestro discurso centralista eso la aleja de la mirada dominante”.

El trabajo de Barreto, en este contexto, nos habla de la importancia de dar continuidad a las historias de un pasado tremendamente reciente y conectarlas con todo lo que nos sigue tocando hoy en día en temática, en proceso, en formas de hacer; así como de poner de relieve las manifestaciones que por sus cualidades matéricas muchas veces desaparecen del inventario de la cultura visual: el impreso en papel barato, el fanzine, el volante, el cartel, igual de importantes que la obra de caballete, la escultura o el grabado para ir trazando derroteros, para darle cara a las preocupaciones cotidianas, para evidenciar los problemas de fondo que nos siguen haciendo ruido décadas después.

De igual manera, al ubicar a Ana Barreto como alguien cuyo trabajo hace eco en las producciones contemporáneas de tantas autoras que en su trabajo utilizan las imágenes para exigir un espacio en el mundo, una presencia en el imaginario, comenzamos también a generar una nueva manera de contar la historia, nuestra historia. Así, varias autoras desmienten la aparente orfandad en la que muchas veces comienzan a crear, carentes de modelos cercanos de autogestión, de creación independiente, de transgresión. La idea de hacer una comunidad, aunque sea simbólica, con alguien que ya puso en dibujos nuestras preocupaciones corporales, económicas y ambientales, es reconfortante en un panorama como el que vivimos actualmente. A pesar del recrudecimiento de la violencia, en palabras de Barreto “no hay que dejar que nos trague el miedo”.

Redescubrir a Ana Barreto y su trabajo se vuelve urgente en un contexto como el actual, aprender de ella que siempre hay maneras de seguir creando historias aunque no sean las más cómodas. Leer por primera vez las aventuras citadinas de Anomia y saber que siempre es posible reírse de lo que a una le pasa mientras tenga una compañera de desdichas como Lerenda, es una oportunidad que todos deberíamos darnos aunque sea una vez en la vida.

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Las ilustraciones que acompañan esta entrevista proceden de los números 0, 1 y 2 de la revista Esporádica (1987-1988), disponibles en el acervo de la Biblioteca Personal de Carlos Monsiváis, de la Biblioteca de México.